Una política específica para el arbolado urbano

Una política específica para el arbolado urbano

Nos cobijan de la intemperie, de las lluvias, del acoso del estridente sol del estío, oxigenan el aire que respiramos, poniéndoles un escudo a las partículas contaminantes y tratan de esquivar las agresiones de los depredadores. Tal vez antes, mucho antes, los árboles morían de pie -como le gustaba decir a don Alejandro Casona-, a pocos se les ocurría herirlos deliberadamente o matarlos porque se sabía que ellos tardan mucho en crecer y cuando logran ser mayorcitos, se tiene un amigo fiel para toda la vida. Sin embargo, de vez en cuando, son protagonistas de malas noticias durante las tormentas con fuertes vientos. Hay árboles que se desploman inesperadamente sobre vehículos, raramente sobre personas; pero a veces, esto ocurre de solo estar, como sucedió con la rama de un eucalipto que cayó sobre los juegos infantiles del bar Mirasoles, en el parque Avellaneda, y provocó la hospitalización de cinco niños.

Y si bien fue posiblemente de un accidente, las acusaciones acerca de la responsabilidad y de la culpabilidad surgieron en el acto, como suele ocurrir con frecuencia tras un suceso desgraciado. El desafortunado hecho puso una vez más sobre el tapete la necesidad imperiosa de que haya una mantenimiento permanente del arbolado público. A una semana del lamentable accidente una rama de grandes dimensiones se desprendió del tronco y cayó en la zona central de plaza Urquiza en la madrugada del 21 de diciembre, afortunadamente, no se registraron heridos ni daños materiales. A los pocos días del accidente en el parque Avellaneda, la Municipalidad capitalina efectuó un operativo de poda arbórea en diferentes puntos de la ciudad. Según se informó, “la poda y mantenimiento se realiza durante el año con ejemplares arbóreos de gran porte, característicos en la ciudad, con el fin de remover y cortar las ramas que puedan poner en riesgo a los vecinos y remover aquellas que obstruyan la visibilidad a los conductores”. La responsable del Jardín Botánico de la Fundación Miguel Lillo dijo que las razones para podar deben estar “muy justificadas”. “En el caso de árboles urbanos hay que evitar las podas. Estos se desarrollan y generan una estructura en la que sus ramas están muy bien ancladas al tronco. Cuando podamos, vuelven a rebrotar ramas, pero con uniones débiles que tienen más riesgos de caída que las originales”, afirmó.

Probablemente, como ocurre en otros sectores de la ciudad, el árbol que causó el accidente en el parque Avellaneda fue plantado mucho antes de que hubiese un emprendimiento gastronómico en el lugar. Por influjo de la urbanización, ejemplares centenarios de gran tamaño quedaron en medio de lugares de circulación peatonal y vial, por lo tanto, deberían recibir un mantenimiento especial.

En algunas oportunidades, se anunció la puesta en marcha de un censo de árboles en la ciudad, que debería servir para diseñar políticas públicas sobre este asunto, especialmente de prevención. Lo curioso es que no solo hay ideas de lo que debería hacerse, sino iniciativas concretas, como la ley de arbolado público Nº 8.991, sancionada el 21 de diciembre de 2016 y promulgada el 23 de marzo de 2017, que nunca fue reglamentada por el Poder Ejecutivo, por razones que se desconocen, y la norma fue a engrosar la lista de leyes muertas. Sería importante que se diseñara una política sobre el arbolado urbano, con el asesoramiento de la Fundación Miguel Lillo y de la Faculta de Agronomía, que se aplicara en todo el ámbito provincial.

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