Cartas de lectores II: Filas interminables y dignidad humana

Cartas de lectores II: Filas interminables y dignidad humana

27 Diciembre 2021

A mi padre (1922-1995) hijo de inmigrantes, médico, intelectual e incansable lector, le obsesionaba en forma especial el concepto del valor de la dignidad humana. Da cuenta de ello los múltiples pensamientos que dejó escritos y que sus hijos los transcribimos al libro póstumo editado a su memoria. “Todo trabajo honesto dignifica”, nos decía. O: “Pobre, pero digno”, nos enseñaba, significando con ello que esa persona era incapaz de robar, aunque tuviera una situación humilde. Etimológicamente la palabra dignidad proviene del latín, y significa “grandeza”. Hace referencia al valor inherente al ser humano por el simple hecho de serlo, en cuento ser racional, dotado de libertad. Pues bien, no resulta una cualidad otorgada por alguien, sino que es propia de la condición humana. Nace la idea con el cristianismo, pero con el paso de los siglos logró ocupar un lugar primordial en el pensamiento universal. La dignidad es la cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y respeto hacia sí mismo y los demás. Y se dice que una persona es digna también cuando cumple los compromisos que tiene: no se refugia en mentiras, hace respetar su reputación y la de su familia, y asimismo se pierde la dignidad cuando se permite que nos hablen sin respeto, que nos humillen, o permitimos conductas contrarias a nuestros valores. En el siglo XX durante el nacionalsocialismo no se le concedió valor a la dignidad humana: millones de personas fueron humilladas, torturadas y asesinadas. Así fue también como tras su derrota la misma pasó a ser el tema central de la Ley Fundamental Alemana, así lo consagró, ya que el primero de los preceptos de la misma se grabó en ella para siempre: “La dignidad humana es inviolable”. Hasta pareciera que paso de moda hablar hoy de ella: ¿palabra antigua? Creo en lo personal que no, puesto que si bien nada es comparable con el horror de lo que fue el nazismo, situaciones a la que uno se va acostumbrando y naturalizando a ver, pueden ser también pérdidas de la dignidad y me refiero al diario espectáculo de interminables filas llenando veredas de almas y seres que esperan, caras inexpresivas, jóvenes sin trabajo muchos de ellos, horas bajo el sol, y solo para recibir el “bono”, el “plan”, el “subsidio” y/o el “monto” que el pater Estado decida entregarle. Y todo por la ineficacia e ineptitud de los sucesivos gobiernos que no generaron las condiciones necesarias ni la oportunidad para el empleo genuino de la mano de lo privado. Y no es excusa la pandemia. El ser humano necesita sentirse útil, que sí puede hacerlo, tener amor propio y ser ejemplo de laboriosidad para sus hijos, sintiendo que gana el pan con el sudor de su frente. Creo que todo esto, las dádivas instituidas, son una pérdida de la dignidad y no nos damos cuenta en el día a día. Muy lejos de enorgullecer a dirigentes, políticos y sociedad, debiera de preocuparnos y avergonzarnos por ellas. Es que se naturalizó algo que en realidad no debiera haber sucedido nunca en una bendita y generosa tierra como la nuestra. Hace unos años el Dr. Carlos Landa, catedrático y gran médico humanista, prologaba así el libro de su colega y amigo el Dr. Gerardo Palacios, “Tratamiento moderno de las arritmias”: “Respeto por la dignidad de la persona humana, primer valor de la escala axiológica de lo creado”. Y otro grande, el Dr. René Favaloro, no se cansaba de reclamar siempre: “Proceder con honestidad, en aras de la dignidad del hombre es el compromiso más trascendente en nuestro corto paso por este mundo”. Por lo visto, mi padre no era el único preocupado por el valor de la dignidad humana..

Juan L. Marcotullio

Ituzaingó 1.252

Yerba Buena

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios