Odisea 2001

Odisea 2001

Hace 20 años, el estallido social, económico e institucional, el viejo bipartidismo supo subordinar sus diferencias. Hoy, con señales que parecen reminiscencias, el nuevo bipartidismo no escucha el mensaje de las urnas.

Odisea 2001

Eran días como estos. Estaban los que bailaban porque la reunión así se lo imponía y estaban a los que les crujía la panza. Pocos sonreían cuando se produjo el estallido. La Odisea 2001 se vuelve patente por estos días. Los síntomas son parecidos. Pareciera que a las desventuras del argentino las hubieran guionado Stanley Kubrick y Arthur Clarke. Ambos sorprendieron al mundo contando cosas de la historia de la humanidad, pero también avisando lo que vendría. Cinco presidentes, un Congreso despierto y una sociedad crispada escribieron hace 20 años una de las peores crisis argentinas. Y también adelantaron lo que podía pasar hoy. Fue nuestra odisea 2001.

El dramático comienzo de siglo ponía en tela de juicio todo lo que se había realizado hasta entonces en materia institucional. La sociedad, con su “que se vayan todos”, estaba dispuesta a borrar con el codo lo que se había escrito con temblorosa pero decidida mano democrática. Nuestras instituciones fueron puestas a prueba como nunca; o, tal vez, como ahora mismo. Era parte de la odisea.

Y, la Argentina soportó el embate. Cinco presidentes en una semana, muertes, helicópteros agoreros, hambre y saqueos pusieron en jaque la legitimidad de la representación del pueblo.

El italiano Antonio Gramsci “aprovechó” sus años de encierro carcelario para reflexionar sobre el concepto de crisis. Diferenció claramente aquellas crisis cuasi particulares de aquellas que reflejan la inestabilidad debido a que las instituciones han perdido credibilidad y legitimidad ante la ciudadanía.

Esa última crisis era la odisea que afrontaban los argentinos en 2001 y que, 20 años después, se siente crepitar en algunos momentos. Y -como suele ocurrir- después de aquella crisis brutal, el país que emergió fue otro.

Aquel viejo bipartidismo, que supo engendrar los monstruos que despertaron en 2001, empezaba a morir en las calles paralizadas por el estado de sitio. La UCR y el peronismo que alumbraron el Pacto de Olivos fueron al pelotón de fusilamiento. La Argentina en aquel diciembre de 2001 entró en una noche infinita, como la definiría Jorge Luis Borges. El inigualable poeta alguna vez rumió estos dos versos: El universo de esta noche tiene la vastedad / del olvido y la precisión de la fiebre.

Afiebrado, tembloroso y desarticulado asomó el nuevo país. Dos alianzas de signos muy contrarios empezaron a escribir la nueva historia. La de ahora.

Si aquel extinto bipartidismo fue capaz de subordinar las diferencias cuando la sangre llegaba al río, este nuevo esquema de bipartidismo encarnado por el Frente de Todos y por Juntos por el Cambio aún no conseguido el equilibrio necesario para olvidar la grieta, o simplemente para encontrar las soluciones que en cada elección plantea la sociedad. Aquellos, alguna vez superaron los levantamientos carapintadas; otros lograron sobrellevar la odisea 2001. En definitiva, hubo líderes que a pesar de sus desgastes y desprestigios, sentados en el Congreso de la Nación, supieron domesticar las tempestades.

Esta semana que ya nunca más volverá encontró, en el nuevo país, a las nuevas coaliciones mudas y sordas respecto de los mandatos sociales. Ni los unos ni los otros pudieron aprobar un Presupuesto nacional, que era tan necesario poner en marcha.

El grito

En el Congreso es donde habita el poder en este fin de año, como en aquel 2001 cuando Fernando de la Rúa no encontraba la brújula del barco. Fue en la Cámara de Diputados donde zumbaron las primeras balas de este fin de año. El 14 de noviembre, los argentinos fueron contundentes y pidieron a ambas coaliciones sentarse a dialogar y a congeniar. Por eso fue inaudito el grito del hijo. Y por muy máximo que se sienta su aporte, fue mínimo o nulo al mensaje de la sociedad. Fue el diputado Kirchner más imprudente que nunca. Y su actitud confrontativa avivó el fuego.

El gobierno nacional necesitaba la aprobación del Presupuesto 2022. Le ayudaba a su nuevo tejido con las provincias en su intento de insuflar federalismo a la gestión. Era una señal para el Fondo Monetario Internacional, cuyo acuerdo es inevitable. Sin embargo, Máximo Kirchner agitó las aguas, que necesitaban de paciencia y conciliación para correr con transparencia. Tal vez para él fue lo mismo de siempre, porque ya los tonos de los discursos han perdido la parsimonia y la sabiduría para convertirse en alaridos que culpan y no escuchan. Después de sus gritos, la oposición huyo despavorida -y unida, vaya sorpresa- como si el fantasma Matías los hubiera espantado. Máximo lo hizo.

El mandato del 14 de noviembre fue contundente: la dirigencia que hemos puesto debe construir una cultura del consenso y del diálogo, más aún cuando se tratan leyes trascendentales como el Presupuesto General de la Nación. No tener esta norma va a generar una inestabilidad en la administración de recursos y de gastos cuyos efectos repercutirán en provincias y en municipios.

Tal vez sea necesario repetir que es una pésima señal para el FMI en momentos candentes de la negociación con este organismo internacional. Las nuevas antinomias -como aquel viejo partidismo- han emergido y vuelven a reeditarse como una pieza clave de un destino inexorable y maléfico, escrito por aquellos fantasmas que asustaron a principios de siglo.

Tan sólo promesas

La no sanción del Presupuesto dejó en el campo de las incertezas -una vez más- a la voz del Presidente de la Nación que visitó Tucumán e hizo una reunión de Gabinete en las tierras de Francisco Serra. Los millonarios anuncios de obras y de inversiones nacionales se escurrieron después del fracaso en Diputados. Con algarabía el gobernador Osvaldo Jaldo había festejado aquellas promesas que hoy quedaron siendo, simplemente, eso.

Alberto Fernández y sus ministros sesionaron en tierras monterizas. El encuentro que se había prometido y promocionado en la campaña presidencial de Fernández de Kirchner es auspicioso; sin embargo, el escepticismo y el descreimiento que reina en la sociedad hacia muchos actores principales de la política le quitaron lustre a un acontecimiento que debió brillar. Aquella falta de credibilidad que rumiaba Gramsci en su cárcel sobrevuela en una sociedad hastiada de las penurias económicas y sociales aventadas por promesas más diluidas y deformadas que los relojes de Dalí.

Jaldo, que se pasó criticando a Juntos por el Cambio por no darle curso legal al Presupuesto, este fin de semana perdía la sonrisa al sumar los restos que le dejaba la división en el Congreso. Se quedaba sin el incremento de los subsidios para el transporte público de pasajeros. Se diluían los subsidios para la energía y al mismo tiempo empezaba a tomar fuerza el pedido de la Nación para que elimine el impuesto a la Salud Pública, una de esas antiguallas con las que todavía se presume en la provincia.

Los diputados Roberto Sánchez (a quien Jaldo intentó convencer de que su voto era importante para las obras en Tucumán) y Paula Omodeo estrenaron sus bancas mostrando autonomía para desenvolverse en la Cámara Baja. Hicieron gala de no tener las ataduras que solían mostrar los partidos tradicionales, aquellos que supieron surfean la ola desestabilizadora de 2001, pero que sucumbieron después de enderezar el barco en base a diálogo y consenso.

Este 2021 se va agotando. No le van quedando fuerzas, como si este rebrote pandémico le estuviera consumiendo el poco oxígeno que le queda. Había encendido la esperanza de que la amenaza pandémica iría quedando en el pasado. Sin embargo, como una metáfora desalentadora, hasta la Defensoría del Pueblo explotó de contagios. La impericia de muchos hizo que se quedara sin poder atender al público estos días por la proliferación de enfermos con Covid-19. La casa del ombudsman, desde que Eduardo Cobos se sentó en el sillón principal, aún no logra poner tranquilidad en los trabajadores de esa institución.

Un concienzudo estudio advierte que aquellos a los que le silban las tripas ven mucho más grandes las monedas que los que siempre tienen reservas en sus cuerpos. La relatividad siempre es una ayuda para profundizar las grietas. Después de esta semana, oficialistas y opositores ven las monedas del mismo tamaño, porque no tienen margen para discutir sobre la teoría de la relatividad. La sociedad les ha dado un mandato de diálogo y de acuerdo y las urgencias confirman esa orden.

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