Atado a la suerte del otro

Antes de que se desconocieran como socios políticos y que estallara la interna en el justicialismo tucumano, para todos los peronistas, sin excepción, era casi una verdad de perogrullo que el candidato natural a suceder a Juan Manzur en 2023 era el vicegobernador, Osvaldo Jaldo. Sin embargo pasaron cosas. El tranqueño, allá por el 2019, había advertido sugestivos movimientos reformistas en las huestes manzuristas -que ciertamente al gobernador no le disgustaban, y que tampoco frenaba-, por lo que se dedicó a obstaculizar primero de palabra cualquier intento por modificar la Carta Magna para habilitar la reelección indefinida, porque eso le haría perder su condición de heredero natural del poder. Y encima estando ahí, tan cerca.

La división en el peronismo se hizo notoria, la grieta se hizo profunda, guerra de trincheras alentada por algunos lugartenientes de las respectivas carpas. Fue así, a sablazo limpio, hasta que en las primarias abiertas pareció quedar zanjada la discusión sobre quién lideraba el PJ: el gobernador se impuso; aunque Jaldo emergió con un contrincante partidario de fuste. Uno ganó, el otro perdió. Diferencia de 100.000 votos. Uno quería arrasar y no pudo, el otro alcanzó a poner su candidato en la lista oficialista. La carnicería del 2021 había concluido el 12 de septiembre, cada ejército supo entonces con qué poder de fuego y con qué armas se enfilaba hacia el 23.

Pero sucedió lo imprevisto: la debacle electoral nacional del Frente de Todos alteró el tablero y los protagonistas de la lucha fratricida terminaron asumiendo nuevos roles, uno en la provincia y el otro en la Nación. Pactaron una tregua indefinida que mutó las sensaciones en las respectivas tropas; unos vieron que fue vano el intento por sacar a Jaldo de la carrera hacia la gobernación y otros que de repente parecían haber ganado la interna abierta que perdieron.

Manzur dejó huérfanos a los suyos y Jaldo heredó un peronismo dividido y con muchos heridos y compañeros enojados. Ahora ambos se necesitan y se hallan en la misma situación de incertidumbre política: ninguno está seguro en su puesto. Además, tienen otra cosa en común: deben construir poder en marcos de limitaciones políticas; el jefe de Gabinete porque es un fusible en el Gobierno nacional y Jaldo porque su continuidad en el Ejecutivo depende de si Manzur fracasa o tiene éxito en su gestión.

El jefe de ministros salvó mínimamente el traje en la elección -en la página 7, Gabriela Cerruti dice que fue clave su tarea para mejorar el resultado de las PASO- y viene fortaleciendo sus relaciones con el peronismo ortodoxo, gobernadores, intendentes bonaerenses y los dirigentes cegetistas. Sin embargo, pese a que puede esbozar una sonrisa, la crisis económica y social amenaza con llevarse puestos a varios funcionarios sin necesidad de nuevas cartas de Cristina; y diciembre será una prueba de fuego. Como siempre.

Manzur puede terminar pagando las consecuencias y, eventualmente, tener que regresar forzosamente al pago. O bien superar el trance y seguir apostando su futuro político en el escenario nacional, donde parece sentirse cómodo. ¿Lo dejará crecer Alberto, o la propia Cristina? ¿O La Cámpora? La organización lo mira con recelo porque el tucumano reivindica modos y relaciones peronistas que no están en el esquema de funcionamiento del camporismo.

Ahora bien, mientras él más se consolide y añore el sillón de Rivadavia, más libertad de acción a nivel local tendrá el vicegobernador en ejercicio del Poder Ejecutivo. Supervivencia de uno sobre la supervivencia del otro.

En cierta forma, Jaldo lo viene haciendo, tratando de exponer diferencias con su socio pero evitando dejarlo mal parado; sólo tiene que preocuparse por mostrar en los próximos meses que el cargo no le queda grande. Después llegará el turno del meterse con el peronismo, por el momento se limitó a pronunciar una frase para limar las asperezas de la interna: se acabó el manzurismo y el jaldismo, sólo hay peronismo. Hay que reunir a los compañeros. Una intención que no oculta que en el oficialismo hay antijaldistas, algunos lo disimulan, otros no pueden. Son los que no han podido hacer de tripas corazón.

Son los que esperan que Manzur regrese, patee el tablero y reacomode las fichas como antes de que los abandonara a su suerte, sometidos incómodamente al vicegobernador. Si el médico retorna sería porque fracasó en su misión de reencauzar la nave, o porque evaluó que ya se instaló lo suficiente en la mesa chica nacional del Frente de Todos o porque los caminos del PJ se le cerraron quedándole como única alternativa el consolidarse fronteras adentro de la provincia; y hacer renacer el manzurismo.

No faltarían los que hasta aplaudirían esta posibilidad, pero una porción de compañeros tal vez dudaría de jurarle nuevamente lealtad a quien los dejó en las manos del enemigo interno.

Frente a esos posibles escenarios, Jaldo mantiene a sus leales en la Legislatura, ejerce el cargo ejecutivo con funcionarios que no son suyos y por boca de sus principales escuderos defendió la designación de Daniel Leiva como presidente de la Corte Suprema. El mensaje del tranqueño es claro puertas adentro del peronismo: está ampliando sus espacios de poder y de influencia. Y también que no va a cejar en su pretensión de ser el próximo candidato del PJ a gobernador para llegar al sillón de Lucas Córdoba.

El 2022 será un año típico de gestión, y si Manzur se consolida en la Nación, el vicegobernador tratará de imitarlo en Tucumán. Será el tiempo de desplazar a los funcionarios que no funcionan y de colocar a los propios; claro, no para hacer jaldismo explícito sino para demostrar que en esa cantera hay jugadores para mejorar la situación de la provincia. En esa línea, ya están siendo observados con mucha atención los del área de la obra pública, algunos de los responsables, porque Jaldo no estaría convencido de que haya idoneidad para lo que pretende en el rubro.

Hace pocos días, un ex secretario de Obras Públicas, Raúl Natella -al que el jaldismo le presta atención-, señaló: hay que entender que todas las obras y servicios públicos deben ser consideradas “políticas de estado”, pues son la base para el desarrollo sustentable que, al margen de generar empleo directos e indirectos, son el enlace de un universo de actividades que amalgaman lo económico con lo social. Ahora bien, si Jaldo se equivoca, aún teniendo el auxilio económico nacional de parte de Manzur, no sólo estará en peligro su candidatura sino que crecerá la posibilidad de perder la gobernación.

En ese marco, la oposición ya cuenta con información suficiente y con dos años de anticipación: sabe quién es el dirigente oficialista a mellar y a combatir dentro por los próximos dos años. Y al igual que los compañeros saben de la trascendencia de la elección del presidente de la Corte -no fue casual que todos los opositores salieron a cuestionar la designación de Leiva-, que los acoples no serán tocados por el oficialismo -seguirán siendo el principal instrumento que les garantiza una victoria electoral- y que si se unen tienen serias chances de tener éxito dentro de dos años.

Si Manzur no regresa, Jaldo será el político peronista a vencer; si Manzur reasume en la Casa de Gobierno, la oposición podrá esbozar una sonrisa, pues sólo tendrá que alentar una división entre los ahora renovados socios para jugar su mejor partido. Hay manzuristas agazapados, o antijaldistas que disimulan bien.

Es prudente el silencio al que se llamó en los últimos días la dirigencia opositora después de duros cruces de palabras, pues no pueden atentar contra sí mismos; tienen, al igual que el oficialismo, todo el año de transición 2022 para reorganizarse, rearmarse y planificar la instalación de Juntos por el Cambio como una alternativa política seria.

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