Cartas de lectores II: Rosas y Alberdi

Cartas de lectores II: Rosas y Alberdi

22 Noviembre 2021

Juan Bautista Alberdi, quien dedicara gran parte de su inmensa capacidad intelectual en combatir a Rosas y a la Confederación, en los últimos años de su vida se le cayeron las tapaderas de los ojos –y el alma- y logró ver con claridad la tragedia de su Patria, como nos dice Manuel Gálvez en la extraordinaria biografía “Vida de don Juan Manuel de Rosas”. En sus “Escritos Póstumos”, Alberdi se enfrentará con antiguos conmilitones, como Sarmiento y Mitre, acusándolos de liberales que ignoraban ex profeso la realidad de su país, y sostendrá que “sólo desde la naturaleza del gaucho y los caudillos se podrá construir una Nación”. El despertar otoñal de esa conciencia nacional lo llevará a padecer y denunciar la infamia fratricida de Paraguay y, ya exiliado en París, a reconsiderar a Rosas en toda su magnitud histórica y política. Ha visitado a San Martín, pero no quiere ver al Restaurador por una suerte de pudor muy íntimo; escribe, en cambio, numerosas cartas a Manuelita Rosas y a su esposo, Máximo Terrero. De los muchos fragmentos que Gálvez reproduce, citaremos algunos. (1863) “«El general Rosas, (…) desde su retiro digno y laborioso» está dando lecciones a los generales americanos que la demagogia echa a las playas europeas, «llenos de plata y ávidos de placeres»”. (enero, 1864) “Difícilmente se puede dar con alguien que posea un talento superior tan elocuente como el de nuestro antiguo jefe Supremo del Río de la Plata”. “Lord Byron habría envidiado ‘la fascinación irresistible de su mirada’”. “En el mismo lugar en que debiera tributarse elogio y respeto al general Rosas, que tuvo tan alto el estandarte de San Martín, lo ultrajan del modo más cobarde e ingrato” (agosto, 1864). “El ejemplo del general Rosas, de refugiado digno, resignado, laborioso, en Europa, no tiene ejemplo sino en la vieja historia de Roma. (…) Sólo él no ha conspirado para recuperar el poder, ni ha hecho la corte a los reyes, ni buscado espectabilidad, ni ruido. Sólo él ha vivido del sudor de su trabajo de labrador, sin admitir favores de extraños. Ni el mismo San Martín llevó con más dignidad su proscripción voluntaria”. (1866) “Hoy es necesaria su vida, no sólo para ustedes y muchos amigos, sino para la Historia y tal vez para el porvenir inmediato de nuestro país”. Palabras de admiración y respeto tan lejos de la compasión y la condescendencia. Rosas moriría diez años más tarde, sin haber podido regresar a su Patria. Poco después lo haría Alberdi, y la historiografía oficial despreciará el legado póstumo del pensamiento nacional del tucumano, quizás más trascendente que sus “Bases”. No importaba cuánta verdad fuera sepultada o cuánta mentira entronizada en el altar de una Argentina vasalla, sin dignidad, ni cultura, ni esperanza. Era lo que debían hacer y, como se ve, lo siguen haciendo, “por izquierda y por derecha”. Rosas y Alberdi nos exigen bregar por la redención del bien común de la Patria, de la de “los gauchos y sus caudillos”, como dijo el viejo comprovinciano, la única verdadera.

Arturo Arroyo

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