Un dandy pregonando la justicia social

Un dandy pregonando la justicia social

Los caminos del noviembre electoral tucumano conducen al domingo; el lunes ya todo será historia. Reciente y ardiente, pero historia al fin. Se da el caso -prohibido hablar de casualidades- de otro noviembre electoral de lo más movido en la provincia, cuando Juan Luis Nougués conquistaba el sillón de Lucas Córdoba coronando una carrera meteórica. El triunfo del más inclasificable de nuestros gobernadores. ¿Quién era, a fin de cuentas, Juan Luis Nougués? ¿Un conservador devorado por su propio personaje? ¿Un hijo de la élite pregonando la justicia social? ¿Un populista de frac? ¿Un equilibrista de la política -devenido kamikaze- de sonrisa seductora? ¿Un pragmático de sueños irrenunciables? Un poco de todo esto, seguramente. Y mucho más. Nougués brilló a la manera de los cometas, esplendoroso y fugaz. Dominó la escena durante apenas siete años, desde su acceso a la intendencia capitalina (1927) hasta la intervención federal que le puso fin a la gobernación (1934). Hay una fecha que divide aguas en aquel breve e intenso viaje: 8 de noviembre de 1931, hace 90 años.

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Los tucumanos fueron a las urnas ese día y aquí no hay una deuda inclusiva en el lenguaje, porque sólo los hombres podían sufragar. Para el voto femenino habría que aguardar y entonces vale resaltar otra efeméride, porque ayer se cumplieron 70 años de aquella histórica elección en la que las mujeres ejercieron el derecho al voto por primera vez. La ley impulsada por Eva Perón, y precedida por décadas de luchas de los movimientos sufragistas, se había aprobado en 1947. Cerramos el paréntesis para retornar a aquel Tucumán que se aprestaba a elegir gobernador en el 31, con un padrón de 105.220 electores. Nougués sería la estrella de un banquete que no estaba preparado para él.

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El golpe de 1930 había sacado de la cancha al presidente Hipólito Yrigoyen y alterado un mapa político nacional hegemonizado hasta allí por la UCR. Se abría la “década infame” -una década falsa, pues se prolongaría hasta 1943-, marcada por el fraude electoral y legataria del orden conservador previo a la sanción de la Ley Sáenz Peña. Un libro de Carlos Aguinaga y Roberto Azaretto sostiene lo contrario y lleva un título por demás elocuente: “Ni década ni infame”. En fin, el estudio de ese período está lleno de senderos que se bifurcan y bien merece capítulos más extensos. La cuestión es que en Tucumán los radicales no presentaron candidatos en la elección de 1931 y esa abstención parecía servirle en bandeja la gobernación a Adolfo Piossek. Fue lo que sucedió a nivel nacional con el “triunfo” de Agustín P. Justo en un comicio sin equivalencias. Pero aquí entra a tallar el factor Nougués.

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No puede afirmarse que a Nougués le faltara estrella: las elecciones a intendente de 1927 se celebraron el 1 de mayo, día de su cumpleaños número 29. Como sucedería cuatro años después, a nadie se le ocurría que Nougués podía ganar. Pero ganó, y se debió a una irrepetible combinación de factores. El primero fue que los radicales, haciendo honor a su tradición, no se pusieron de acuerdo y llevaron tres candidatos, atomizando así el voto mayoritario. Y el segundo fue la extraña candidatura de un frente bautizado Partido Estudiantil Obrero, que no era otra cosa que una broma juvenil traducida en la postulación de un hombre -de apellido Fernández- afectado por una grave discapacidad mental. Pues bien, Fernández sacó más votos que el candidato conservador Juan Escudé. En ese río revuelto pescó con éxito Nougués para imponerse con su flamante partido Defensa Comunal, convertido poco después en Defensa Provincial Bandera Blanca.

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La obra de Nougués al frente de la intendencia capitalina resultó notable. En cuestión de meses le cambió la cara a la ciudad y no sólo por la ambiciosa iniciativa de pavimentar más de 1.000 cuadras. El dinamismo que le imprimió a la gestión descolocaba más a los propios que a los extraños: con todos los temas abría frentes, empezando por la salud, la educación y la obra pública. Estaba cantado que sería reelegido en 1929 y lo logró de manera contundente, con el añadido de que esta vez los radicales llevaron un postulante único -Antonio Torres-. Pero ya era tarde para desplazar en las urnas al carismático y jovencísimo lord mayor, cuya popularidad generó una escalada de enfrentamientos con el gobernador radical José Sortheix. Finalmente, producto de esos encontronazos, la Municipalidad sería intervenida por el Ejecutivo provincial en mayo de 1930. Pero en el aire ya flotaba el aroma del golpe y la Argentina pronto tomaría otro rumbo. Ese horizonte oteaba Nougués.

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Fue de las entrañas del conservadurismo tucumanos que se desprendió Nougués con su pequeña facción. Al principio lo miraban con una mezcla de simpatía y condescendencia; no parecía más que un mocoso lanzado a la aventura por fuera del aristocrático Partido Liberal. Cuando se dieron cuenta a Nougués lo habían perdido para siempre. Velozmente, a caballo de un admirable olfato, Nougués construyó un perfil ecléctico. Sin renunciar a su porte de dandy ni a su pertenencia de clase -era hijo de Juan Carlos Nougués y de Elvira Padilla, familias imbricadas con la industria azucarera- implementó políticas de profunda raigambre popular. En su rol de puente entre dos mundos que convivían bajo el sol tucumano, Nougués estaba listo para dar el salto a la Casa de Gobierno.

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A la Concordancia pronto le encontraron un apelativo apropiado: el Contubernio. Pero en Tucumán el frente conservador, liderado por el Partido Demócrata Nacional, llevó un candidato de enorme prestigio como el doctor Adolfo Piossek, futuro rector de la UNT. Un adversario de fuste para Nougués. Y no menos prestigioso era el socialista Mario Bravo, candidato de la Alianza Civil que a nivel nacional postulaba a Lisandro de la Torre. El interrogante giraba en torno a la abstención radical y a la orientación de sus votantes, que seguramente no apoyarían la candidatura casi testimonial de Gregorio Araóz Alfaro, de la UCR Antipersonalista (o sea antiyrigoyenista). Así fue: Aráoz Alfaro ni siquiera alcanzó el 4%. La lectura de los resultados indica que si bien el voto en blanco fue muy alto (más del 20%) buena parte pasó a las alforjas de Nougués. Así empezó a construirse su victoria del 8 de noviembre.

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Regía el sistema indirecto; lo que se elegía eran representantes al Colegio Electoral. Nougués fue el candidato más votado (43,4%) pero no le alcanzaba para lograr la mayoría ya que Piossek había quedado con el 38%. Por eso el árbitro de la contienda fue Bravo, quien quedó en una curiosa posición: tenía la llave de la Casa Gobierno en su poder, pero necesariamente ungiría a un inquilino conservador para ocuparla. Decisión de lo más compleja para un socialista. Se sucedieron cabildeos de toda clase hasta que se reunió el Colegio Electoral casi dos meses después, el 5 de febrero de 1932. Allí se materializó el pacto Nougués-Bravo y ya no hubo obstáculos entre el candidato de Bandera Blanca y la poltrona de Lucas Córdoba.

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La gestión de Nougués fue tormentosa desde el primer momento. La economía provincial padecía una de sus recurrentes crisis y el gobernador apeló a una receta fiscal que pronto se convertiría en un boomerang. Al fijar un impuesto de dos centavos por cada kilo de azúcar producido en las zafras de 1933 a 1935, Nougués obtuvo la peor de las respuestas de parte de los conservadores: en las cámaras provinciales le hicieron la vida imposible y en el Congreso de la Nación bogaron por la intervención de la provincia. El presidente Justo terminó administrando el remedio federal en junio de 1934. En poco más de dos años el enorme capital político y simbólico acumulado por Nougués terminó licuándose. Siguió actuando en la vida pública, pero ya no recuperaría el envión de los primeros tiempos. Murió el 9 de marzo de 1960, tras sufrir un ACV en el pequeño departamento de Salta y San Juan en el que vivía.

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