Los estadistas incomprendidos

Los estadistas incomprendidos

La de occidente es una historia de genios incomprendidos. Los hay en los más diversos órdenes del hacer humano. Desde Vincent van Gogh en la pintura hasta Franz Kafka en la literatura, pasando por el navegante Cristóbal Colón. Pero si hay una figura icónica en este club, respecto de la que hay unánime consenso, esa es Galileo Galilei.

El italiano es considerado el padre de la ciencia moderna porque legó para la posteridad un método: observación-experimentación-hipótesis. En honor a esa convicción inventó el telescopio y con él observó los satélites más grandes de Júpiter. Sus estudios fueron esenciales para demostrar que el centro de nuestro sistema solar era el sol, reivindicando a Nicolás Copérnico. Fue un verdadero sismo para todo el conocimiento humano: si la Tierra no era el centro del universo, Europa no era el centro de la Tierra, Roma no era el centro de Europa y el hombre no era el centro de la creación. La Iglesia le retribuyó la gentileza y lo condenó por hereje. Una de las pruebas materiales fue una carta que había escrito en 1613, en la que ponía en duda ciertos pasajes de la Biblia y sostenía que no admitían una interpretación literal.

La Santa Inquisición lo obligó a retractarse públicamente 20 años después. Ya es mítica la pretensión de que, luego de desdecirse formalmente, reivindicó su convicción con un murmullo: “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”). Se libró de ser ejecutado, pero no del calabozo. Fue preso y murió en 1642, bajo arresto domiciliario. En 1992, Juan Pablo II (el que hizo las paces con Charles Darwin -otro incomprendido- y el evolucionismo) rehabilitó a Galileo. Habían pasado 350 años para que se pidiera perdón por la condena inquisitorial.

No se puede repasar la vida de Galileo sin una sensación trágica: tenía razón y no lo entendían. Peor aún, ni siquiera querían comprenderlo. Era, por momentos, un genio para otro tiempo. Por lo mismo, es imposible apreciar la historia de aquel hombre, el que bautizó a las auroras boreales, y no advertir que la Argentina transita un momento similar. Que el país vive una suerte de “Síndrome de Galileo” con el presidente Alberto Fernández. Un estadista incomprendido, pródigo en certezas -tanto él como su Gobierno- que sus contemporáneos no están preparados para asimilar. Y que, por tanto, desprecian. Execran. Y hasta demonizan.

La incomprensión contra la obra del estadista se da en los más diversos órdenes. Hacia afuera, es decir, en materia de política exterior, al Gobierno definitivamente no lo interpretan. Esto quedó expuesto el lunes, a partir de un informe de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet. “En Argentina, el equipo de la ONU en el país fue movilizado rápidamente para responder a las preocupaciones críticas de derechos humanos en la provincia nororiental de Formosa cuando la pandemia se apoderó de ella”, señaló Bachelet en la apertura de la 47° sesión del Consejo por los Derechos Humanos de la ONU. “El coordinador residente de la ONU dirigió una misión de evaluación virtual con la participación de Unicef, Unfpa, OMS/OPS y Acnudh. Luego inició consultas con las autoridades sobre un posible programa estratégico conjunto de la ONU para responder a la emergencia sanitaria en la provincia de acuerdo con las normas internacionales de derechos humanos, que incluye abordar una serie de problemas estructurales, con especial atención a los pueblos indígenas y las poblaciones vulnerables”, describió la ex presidenta de Chile.

¿Qué hacía Bachelet? Para los neófitos en relaciones internacionales, da la impresión de que estaba encendiendo una luz de alarma. Pero en realidad estaba felicitando al Gobierno. Por suerte tenemos al canciller Felipe Solá para explicarlo. “Bachelet destacó la respuesta positiva de Argentina a la acción de su equipo en Formosa”, aseguró el ministro en Twitter. “Estamos satisfechos con su informe, pese al uso falaz del mismo que quiere hacer la oposición, que oculta el elogio al trabajo en común con la ONU”, iluminó.

Queda claro, entonces, que el gobernador Gildo Insfrán, en el poder desde hace 26 años consecutivos en aquella provincia, “es uno de los mejores políticos y seres humanos” de este país. ¿Quién lo definió así? Nada menos que el Presidente, el 28 de mayo de 2020. Un año después, dice el Gobierno que la ONU lo confirma. Alberto anticipa…

Claridades telescópicas

El hecho es paradigmático. Está empezando a sintonizar en nuestra frecuencia un selecto grupo de naciones mencionadas en los informes sobre Derechos Humanos de la ONU (Camboya, Serbia, Guinea, Ucrania, Madagascar, Líbano, Afganistán, Bielorrusia, China, Colombia, Etiopía, Haití, México, Mozambique, Rusia y Sri Lanka). Pero aquí, en lugar de advertir las alabanzas internacionales, creen que nos están cuestionando. Si no entienden lo que pasa a nivel global (el paulatino alineamiento de Estados tras la hegemonía argentina), menos podrán comprender, internamente, los aciertos oficiales contra la pandemia.

Justamente por ello, arrecian los reclamos de la oposición ignorante, dedicada a reclamar que se complete el esquema vacunatorio. No quieren escuchar que la Argentina está, según el oficialismo, entre los 20 países que más vacunas administró, sino que se ensañan con que estamos entre los tres países que más segundas dosis adeuda. ¿Qué demuestra esto? Que la oposición no entiende que la segunda dosis es necesaria a la vez que no hace falta. Para más claridad, la ministra de Salud, Carla Vizzotti, explicó el martes que las vacunas no vencen… pero sí decaen los anticuerpos con el tiempo; así que quienes llevan más tres meses sin recibir la segunda dosis no tienen de qué preocuparse… aunque parece que va a hacer falta una tercera dosis como refuerzo. Aquí no entiende el que no quiere. Digamos todo, compañeros…

Para más tranquilidad, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, precisó el miércoles que si bien hay seis millones de argentinos esperando la segunda dosis, “solamente” son 300.000 los compatriotas a los que se les venció el plazo de tres meses de espera… Nuestros estadistas van muy rápido para la capacidad de entendimiento del pueblo. En la primera etapa de construcción de “Un país en serio”, el Gobierno se dedicó a ser generoso con el dinero de los contribuyentes. Ahora, en una segunda fase, hay que ser solidarios con las vidas ajenas…

Con la didáctica propia de los docentes universitarios, el propio Presidente expuso la mar de contradicciones en la que lo obligan a navegar. “Estamos en un país donde graciosamente se acusa de coimero al que tiene que comprar vacunas; se acusa de envenenador al que consigue las vacunas; y cuando el envenenador consigue vacunas, le reclaman la segunda dosis de veneno”, contrastó. Es difícil no caer en lo obvio frente a tanta lucidez. No se trata de que el Gobierno priorizó la vacuna Sputnik V, que consta de dos dosis con componentes diferentes. Tampoco que, a la vez que en diciembre se prometían 20 millones de vacunas, decidían no avanzar en las negociaciones con Pfizer, que ofrecía 13 millones de dosis con las cuales hoy se podría suministrar la segunda dosis (se complementan con la Spunik V). Por el contrario, todo se reduce a que, aquí, la culpa es exclusivamente de la oposición. ¿Es tan difícil entender?

Por cierto, ayer anunciaron con bombos y platillos que la semana que viene comenzarán a llegar las segundas dosis de Sputnik V, a la vez que el laboratorio Richmond comenzará a producir en el país el segundo componente. “Veneno para todos”, camaradas...

Y sin embargo descendemos

¿Están condenados los estadistas del Gobierno, aquí y ahora, cuando sus claridades son resistidas por lo revolucionario de su contenido? No. Porque, por suerte, los inquisidores han aprendido de su propia historia. Y ahora enderezan el “martillo de las brujas” contra los que ponen en duda toda prédica oficialista. Resulta además -bendita perspicacia la del “Malleus Maleficarum”- que muchos de los que cuestionan al oficialismo también objetan al Papa. Y, como acaba de describir el dirigente social Juan Grabois, “El anticristo ataca a Francisco”.

Dice Grabois que entre los que “atacan” al Pontífice cuando aboga por los pobres o contra las injusticias, o cuando determina de manera reveladora que hay derechos naturales de primer orden y otros de Clase B como la propiedad privada (o sea, habría derechos naturales que pueden invocarse contra las injusticias del derecho positivo, y otros que no tanto) “hay gente de todo tipo”. A saber: cerebros de mosquito y corazón de piedra; repetidores de estupideces e intoxicados mentales (culpa de las redes sociales y los “medios amarillos), intelectuales deshonestos, progresistas burgueses y conservadores elitistas.

“Es gente como cualquiera de nosotros: frágil, débil, pecadora. Seres humanos. Pero no se confundan. No se confundan obispos, cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad. Detrás de esa saña que parece tan exagerada, tan irracional, tan idiota, tan mediocre, hay un personaje astuto y poderoso. Un corruptor. El Anticristo”, escribió el abogado.

Léase: no hay personas que simplemente piensan distinto y expresan sus disidencias: hay mefistos. Y como el oficialismo enarbola la bandera de la Justicia Social y de la redistribución de la riqueza (muchos mártires están abocados desde 2003 a una acumulación irrefrenable de propiedades para evitar que la población caiga en esa blasfemia), resulta que los opositores no serían tal cosa, sino apóstatas. Debe haber un círculo del infierno exclusivamente para ellos…

Con esa tranquilidad espiritual, el Presidente puede profundizar ya no sólo los logros de su Gabinete sino, también, sus descubrimientos científicos. Esta semana, en Rosario, durante su discurso por el Día de la Bandera, reveló un nuevo hallazgo en la genealogía de los pueblos del mundo. “La Patria somos todos nosotros. Vivimos en un territorio inmenso, muy diverso en gente. Tenemos nuestros pueblos originarios, descendientes que se convirtieron en afroamericanos (sic), descendientes de europeos, tenemos una diversidad muy plural”. El mapa antropológico comienza a completarse. Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, los argentinos llegamos en los barcos que venían de Europa, los africanos descienden de los argentinos.

Lentamente, el mundo empieza a orbitar alrededor de nuestro país. Hoy -es evidente-, son legión quienes no pueden notarlo. Pero en el año 2371, cuando toda la población de este país sea afroamericana por el crecimiento vegetativo de nuestra descendencia, van a tener que publicar una encíclica (“Eppure scendiamo”) para reivindicar a San Alberto...

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