Podemos hacer del lenguaje una casa cómoda y habitable para todo el mundo

Podemos hacer del lenguaje una casa cómoda y habitable para todo el mundo

08 Mayo 2021

Andrés Stisman

Doctor en Filosofía - Profesor asociado en Filosofía del Lenguaje, UNT

Hace unos años, llegué a clases y escribí en la pizarra esta frase: “Los trabajadores llegaron temprano”. Luego, pedí a mis estudiantes que hiciesen un esfuerzo de imaginación y que me dijesen los posibles nombres de estos trabajadores. Fueron “Juan”, “Carlos”, “Matías”, “César” y otros, todos de varones. Hice un ejercicio similar en otro curso, pero, en vez de consignar “los trabajadores”, puse “les trabajadores”, e hice la misma pregunta. Los nombres cambiaron y cesó el predominio masculino. Este pequeño experimento, reproducible por cualquiera, pone de manifiesto algo que múltiples investigaciones ya han probado: las denominadas formas genéricas del lenguaje, cuando coinciden con las masculinas, funcionan en la mente de forma menos genérica que masculina.

Usamos un lenguaje en el cual lo general queda subsumido a lo masculino y, con ello, la humanidad nombrada a través de lenguaje parece tener forma de varón. No hay coincidencias. El lenguaje no es un mero conjunto de sonidos, sino una práctica social que se enlaza de modo íntimo con nuestros modos de vida. Un mundo en el que los únicos con derechos ciudadanos son varones es un mundo en el que la humanidad tiene forma masculina, el lenguaje no puede sino reflejarlo. Pero las sociedades han cambiado, las mujeres son ciudadanas de pleno derecho, personas con identidades no binarias asumen lo que son, y todas ellas se reconocen como parte de lo humano, no como “lo otro”. Así, es perfectamente entendible que expresen su deseo de ser nombradas con las palabras, de que el lenguaje no tape sus identidades subsumiéndolas a otra hegemónica.

Es común preguntarle a la gente si está a favor o en contra del llamado lenguaje inclusivo. Yo prefiero no binario. La pregunta, pienso, yerra en el blanco. No se trata de estar a favor o en contra, no es una cuestión de gustos, es una cuestión de derechos y de hospitalidad. Las personas tienen derecho a ser reconocidas en sus identidades y ese derecho no puede hacerse si no se plasma en lo más específicamente humano, el lenguaje. Si, por ejemplo, una persona no binaria expresa sentirse mejor nombrada cuando se le dice “amigue”, en vez de “amigo”, ¿por qué negarnos a aludir a ella de una forma cordial? ¿Por qué negarle a alguien su identidad con palabras? ¿Por qué no podemos hacer del lenguaje una casa cómoda y habitable para todo el mundo?

En un mundo de guerras, hambre e inequidades infinitas, pocas cosas molestan más a algunas personas que el uso del lenguaje no binario. No sorprende. El lenguaje construido bajo las matrices del patriarcado es parte del patriarcado. No se trata, entonces, de cambiar sólo una “o” por una “e”, sino que varios universos, varias formas de estructurar nuestro mundo, parecieran venirse abajo con esa modificación. Precisamente, tanto odio a quienes usamos el lenguaje no binario es la prueba de ello.

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