Krishnamurti en la cultura argentina

Krishnamurti en la cultura argentina

Era un buscador de verdad, con un discurso libertario, destinado a salvar al hombre de todas las jaulas, de todos los miedos, sin fundar ninguna religión ni establecer dogmas o teorías, ni tampoco esbozar nuevas filosofías. Se centraba en la meditación, en la índole profunda de la mente y en la necesidad de una revolución psicológica de cada ser humano.

LIBERTARIO. Krishnamurti no quería deberse a ninguna casta, filosofía, religión o nacionalidad, porque había resuelto rechazar todo tipo de autoridad. LIBERTARIO. Krishnamurti no quería deberse a ninguna casta, filosofía, religión o nacionalidad, porque había resuelto rechazar todo tipo de autoridad.
25 Octubre 2020

Por Alina Diaconú

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

La inteligencia es una sensible y lúcida

percepción de la totalidad de la vida.

Jiddu Krishnamurti

El 12 de Julio de 1935, llegó al puerto de Buenos Aires el barco “American Legion” que traía a la Argentina al maestro espiritual indio Jiddu Krishnamurti (1895-1986). Ese mismo día, en el Teatro Coliseo, ese hombre de 40 años, menudo y en apariencia frágil, daba su primera conferencia en Sudamérica.

“Ni en los más grandes meetings políticos se había visto tan repleta la enorme sala del Coliseo. Era un espectáculo nunca visto- publicó el diario Democracia al día siguiente-. Afuera, un cordón de policías protegía la entrada de una multitud que no había logrado entrar.”

Krishnamurti habló en inglés y la traducción estuvo a cargo de Arturo Orzábal Quintana, un políglota de origen vasco, doctorado en Ciencias Políticas en París.

Sectores de la Iglesia habían hecho todo lo posible para boicotear esa visita, ya que su mensaje era considerado “disolvente y peligroso para las sanas costumbres nacionales”.

A la edad de 14 años, Krishnamurti había sido descubierto, adoptado y luego criado y preparado por Annie Besant (escritora británica ocultista, feminista y socialista) y por el escritor y clérigo anglicano C.W. Leadbeater, dentro de la Sociedad Teosófica de la India. Esa asociación había sido fundada por otra escritora esotérica, la rusa Helena Blavatsky y el estadounidense Henry Olcott en 1875, en Nueva York, y pervive hasta nuestros días. El propósito de los teósofos era la unión de la filosofía, la religión y la ciencia y el logro de una fraternidad universal. “No hay religión más elevada que la verdad” era su lema. Bessant y Leadbeater vieron en el púber Krishnamurti al futuro “Maestro o Instructor del Mundo”. Con ese fin crearon, en 1911, la Orden de la Estrella, cuya finalidad era darlo a conocer como el nuevo Mesías, como Maitreya. De ese modo, hasta sus 34 años, Krishnamurti fue el “ídolo” de la Sociedad Teosófica, pero en 1929 se produjo un hecho inesperado: el Maestro rompió con la Sociedad, disolvió la Orden, devolvió las donaciones recibidas y comenzó su propio y solitario camino: empezó a escribir sus libros y a dar sus charlas por el mundo, cosa que hizo ininterrumpidamente a lo largo de 60 años.

¿El motivo de esa ruptura? No quería deberse a ninguna casta, filosofía, religión o nacionalidad, porque había resuelto rechazar todo tipo de autoridad. Nunca se consideró un maestro (aunque lo fuera y ¡cómo!) y descreía de todo culto a la personalidad, de todo “guruísmo” y de todo lo que implicara una exaltación del “yo”.

En 1935, la gira de Krishnamurti a este continente duró ocho meses y comenzó con cuatro conferencias en Buenos Aires, una en la Universidad de La Plata- donde fue presentado por el propio Alfredo Palacios- y dos charlas más en Rosario y Mendoza.

Los demás países que fue recorriendo eran Uruguay, Chile, Brasil y México.

Durante su estadía en Buenos Aires se alojó en San Isidro, en la casa de Victoria Ocampo. Como la describió Sonia Berjman, Victoria no sólo era una “jardinera de los sentidos”, sino una “jardinera del intelecto”. Con sus famosos huéspedes (entre los cuales estuvieron Tagore, Ortega y Gasset, Malraux, Camus, Saint- Exupéry, Gabriela Mistral, Indira Gandhi y tantos más) recorría el jardín de Villa Ocampo -al que le gustaba cuidar personalmente- y les presentaba por su nombre cada planta, cada árbol, cada flor. Así la recordaría Lanza del Vasto y así le habría sucedido también a Krishnamurti en aquellos días.

La fama en Occidente del sabio indio, basada en la índole transgresora de su mensaje, inquietó a los argentinos más conservadores y algunos lo veían como un agitador social, mientras que la “intelligentzia”, los artistas y numerosos docentes universitarios admiraban sus reflexiones acerca de la libertad y del trabajo interno de cada individuo consigo mismo. El rechazo y boicot de ciertas publicaciones nacionalistas y cristianas están descriptos en la Autobiografía de Victoria Ocampo (volumen VI), donde ella se refiere a lo sufrido en carne propia y a lo manifestado por algunos miembros de la Iglesia: “La Señora Ocampo ofrece una gran influencia, es persona de arrastre. Hace falta darle una buena lección para que sirva de ejemplo. Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos y han sido sus invitados. Es necesario poner fin a esas maniobras”. Desde hacía largos años, su gran amiga, Adelina del Carril tenía en su marido, Ricardo Güiraldes, a un gran devoto de la Teosofía y adherente a la Orden de la Estrella que, precisamente, centraba su labor en la figura de Krishnamurti. Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas fueron también seguidores de la Teosofía, de la doctrina de Madame Blavatsky y luego de Annie Besant.

En cuanto a la estancia de Krishnamurti en Villa Ocampo, un día en que Victoria y Adelina paseaban por Palermo, no faltaron personas que les gritaran y las insultaran a ambas por admirar a “ese enemigo de la Iglesia”.

¿Por qué molestaba?

Krishnamurti, como aclaró él mismo, era un buscador de verdad, con un discurso libertario, destinado a salvar al hombre de todas las jaulas, de todos los miedos, sin fundar ninguna religión ni establecer dogmas o teorías, ni tampoco esbozar nuevas filosofías. Se centraba en la meditación, en la índole profunda de la mente y en la necesidad de una revolución psicológica de cada ser humano.

Consideraba a la meditación “ese vacío que está fuera del tiempo y del espacio, más allá del pensamiento y del sentimiento. Adviene tan silenciosamente. Tan recatadamente como el amor; no tiene principio ni fin”.

RESISTENCIA. La fama del sabio inquietó a los conservadores argentinos. RESISTENCIA. La fama del sabio inquietó a los conservadores argentinos.

Diez años después de esa gira latinoamericana, Victoria Ocampo fue a verlo a Krishnamurti en su casa de Ojai (cerca de Santa Bárbara, California), un “valle solitario lleno de naranjos y rodeado de sierras altas” y le escribió a su hermana, Angélica: “Hablamos largamente con Krishna. No sale de Ojai ni habla en público. Recibe a la gente que quiere conversar con él. Está mucho mejor que cuando pasó por Buenos Aires. Por lo pronto, no hay aquí nada artificial ni falso en torno a él. En vez de escribir libros sobre su filosofía o sus ideas, vive de acuerdo con ellas” (…) A mí me ha sido tan benéfica la visita que creo será mi mejor recuerdo de América. Tout était parfait. Desde la llegada hasta la despedida. Me gustaría poder vivir allí. Aldous (Huxley) a menudo va a visitarlo y se queda. Lo comprendo”.

En ese almuerzo con el maestro, Victoria se quedó impresionada de ver que era él mismo quien se levantaba y servía la mesa. Lejos estaban los malos recuerdos que ella guardaba de la visita a Buenos Aires.

En esos años, en los Estados Unidos y Europa, Krishnamurti había trabado amistad con grandes figuras: George Bernard Shaw, quien dijo de él que “era el más hermoso ser humano que jamás había visto”; Aldous Huxley (que escribió el prólogo al célebre libro del maestro La libertad primera y última y que después de escucharlo por primera vez, escribió: “Fue como oír un discurso de Buda, con tanto poder y tanta autoridad intrínseca…”). También lo frecuentaron Bertrand Russell, David Böhm, el escultor Bourdelle, Chaplin, Fellini…

Yo llegué a interesarme por su mensaje gracias a los encendidos elogios que de él hiciera otro escritor de culto, Henry Miller. “Krishnamurti ha renunciado más que ningún hombre en quien yo pueda pensar, excepto Cristo -escribió Miller-. Aclamado en su juventud como el futuro Salvador, renunció al papel que habían preparado para él, desdeñó a todos los discípulos, rechazó a todos los mentores y preceptores (…) Lo cuestionó todo, cultivó la duda y se liberó a sí mismo de la ilusión y el hechizo, de la vanidad y de toda forma sutil de dominio sobre otros”.

En los años 60, hubo un libro que compré en Buenos Aires porque me conquistó desde el título y sintetizó para mí la médula de las enseñanzas de Krishnamurti: “La paz individual es la paz del mundo”.

Gracias al renombre que ya se estaba ganando internacionalmente, a sus charlas y publicaciones, no fueron pocos los intelectuales argentinos que se convirtieron en sus asiduos admiradores.

Un escritor argentino afín a la Teosofía y a la Metafísica había sido el ya mencionado Ricardo Güiraldes (1886-1927) que había llevado a su vida diaria prácticas espirituales que incluían también el espiritismo. La afición por esos temas se vio acrecentada en él, al casarse en 1913 con Adelina del Carril.

Güiraldes leía con avidez traducciones de textos sobre Yoga e Hinduismo, pertenecientes a la Sociedad Teosófica. La India era un país que le significó una notable inspiración mística y adonde realizó varios y prolongados viajes. Sus impresiones fueron reunidas y ordenadas por su viuda en el libro póstumo Poemas últimos (1984).

Borges, amigo de Güiraldes, pero indiferente a los postulados de la Teosofía, decía que su biblioteca era netamente metafísica y que Ricardo “era un teósofo”.

La muerte de Güiraldes en 1927 fue un golpe enorme para Adelina que la llevó a conectarse inmediatamente con la Orden de la Estrella que le rendía culto al joven Krishnamurti. Estaba siguiendo así la huella de su esposo, unido a la Sociedad Teosófica y miembro de la Orden. Luego, en 1935, ella se vio encandilada por la visita de Krishnamurti a Buenos Aires. Dos años después y diez tras la muerte de su marido, Adelina del Carril se fue a vivir a la India, a Bangalore. Allí adoptó a un niño de tres años, Ramachandra Gowda, con el que volvió a la Argentina 12 años más tarde. Ese hijo del corazón se quedó a vivir aquí casi toda su vida (muchos años en San Telmo, mi barrio), antes de regresar a su India natal. Adelina tradujo al castellano varios textos de Krishnamurti, sin firmarlos, ya que lo consideraba un servicio y un consuelo para su alma ante la pérdida de su amado Ricardo.

Otra de las personalidades del mundo cultural de Buenos Aires fue Salvadora Medina Onrubia (1894-1972), la esposa de Natalio Botana, el director del innovador diario Crítica. Salvadora fue todo un personaje; escritora, periodista, militante anarquista, feminista, seguidora de la Teosofía de Annie Besant , miembro y luego vocal de la logia VI-Dharmah de la Sociedad Teosófica; una bella pelirroja muy de armas llevar, excéntrica, abuela de Copi, amiga de Alfonsina Storni. En su documentado libro Arroja la bomba, una biografía sobre ella y su “Feminismo anarco”, Vanina Escales nos da muchos datos sobre esa transgresora mujer y manifiesta: “Para Salvadora, la teosofía fue una fuente de autoconocimiento, una deontología similar al anarquismo y una forma de sociabilidad”.

En cuanto a su marido, Natalio Botana, vino del Uruguay en 1913 (otro país con grandes seguidores de la Teosofía en aquellos tiempos) y se estableció aquí. Según Eduardo Guibourg él “podía hablar de ectoplasma, cosmogonía y astrología”, acompañando así en toda esa línea de pensamiento a su mujer. Parece que fueron numerosas las disertaciones de Natalio acerca de la Teosofía en las peñas de “Los Inmortales”. Cuando, en su viaje a Buenos Aires, Krishnamurti paró en la casa de Victoria Ocampo, Salvadora de Botana, ya muy rica y poderosa , puso a su disposición un Rolls Royce con chofer para que trasladara al líder indio de un lugar a otro. Entre ella y Victoria no había mucha simpatía, pero ambas lo cuidaron mucho a Krishnamurti en su estada aquí. Según una amiga de Salvadora -que no entendía ni compartía el discurso del maestro espiritual-, Salvadora parecía estar enamorada de él, ya que, según ella, el filósofo era joven y pintón y tenía un gran magnetismo.

Como escritora, Salvadora Medina de Botana fue autora de obras de teatro de éxito, poemas y la novela Akasha. En su libro inédito Mis claveles colorados, le dedica un par de páginas a Krishnamurti. Dice allí: “Krishnamurti descubrió el anarquismo a través de la teosofía. (…) El anarquismo no es un partido político, es un estado espiritual” (González Pacheco). A lo largo de todo lo que yo sé de Krishnamurti y de mis largas conversaciones con él, puedo decir que el verdadero anarquista, el teórico del anarquismo se llama Jiddu Krishnamurti. Basta leer a fondo sus libros para darse cuenta de esto”. Ambos mantuvieron una larga correspondencia a través de los años.

Otro escritor, vinculado a la revista Sur, que estuvo vivamente influido por el mensaje de Krishnamurti a lo largo de su vida fue mi gran amigo y maestro, el poeta Alberto Girri. En varios de sus libros, Girri nombra a Krishnamurti, incluye epígrafes y citas del avatar indio y además, toda la obra y el estilo de vida del poeta están atravesados por el espíritu del maestro y por sus enseñanzas. Seguramente fue por eso que la poesía de Girri se fue despersonalizando con los años, renunciando al “yo” y adoptando así una mirada introspectiva, de profunda autoindagación y ansia de autoconocimiento.

Como bien dijo Jason Wilson en una reseña: “Girri poetiza las percepciones de Krishnamurti, usando el mismo tipo de prosa, pero cortada en versos; se trata de un ‘hecho sintáctico’, antes que musical. Así como Daumal, Wittgenstein y Gurdjieff, estos maestros le enseñan a purgarse de toda poesía para llegar a un estado de lucidez, de pura atención y contemplación, incluso de integración interior, de ética”. Hay una frase de Krishnamurti (del libro Madeja de pensamiento) que Girri mencionó en varias oportunidades: “La belleza existe cuando hay una total ausencia de sí mismo”.

En su trabajo “Notas sobre la experiencia poética”, Alberto Girri anota: “Como en los planteos krishnamurtianos, ningún poema se repetirá. Es lo que es para siempre, con lo cual no se justifica (como objeto) uno mejor que otro. Toda preferencia conduce a prejuicios”.

Cuento aquí, una vez más, algo que supimos los amigos del poeta que lo acompañamos en los tramos finales de su enfermedad. Cuando se fue a operar del cerebro, al Hospital Alemán, el único libro que llevó consigo fue uno de Krishnamurti. Todo un símbolo de la relevancia que adquirían para él esas reflexiones, al sentir la proximidad de la muerte.

Otra historia interesante es la de Facundo Cabral. Poco antes de su tremendo asesinato en Guatemala en el 2011, me encontré con él un par de veces y conversamos largamente. Además de todo lo que ya se sabe de él como músico, poeta, juglar, cantante popular, Facundo era culto, muy leído y muy refinado en sus intereses literarios, filosóficos, metafísicos y artísticos. Fanático de Cioran, gran admirador de Borges, había conocido a Krishnamurti en Ojai, en 1974, y me habló de esas reuniones. Me contó cómo vivía el avatar sus migrañas (dolencia que yo padezco desde mi juventud) a las que él consideraba “místicas”. Esos encuentros se produjeron cuando murió la mujer y la hija de Facundo en un accidente de avión, y fue después de esa tragedia que decidió visitar a Krishnamurti. Este le dijo: “En toda pérdida hay una liberación. La vida no nos quita cosas, nos libera de cosas”. Su interés por Krishnamurti se había despertado gracias a una obra de Henry Miller, Los libros en mi vida, donde el escritor norteamericano dedica un capítulo entero a ese maestro que veneraba, pero al cual nunca pudo conocer, a pesar de ser casi vecinos cuando Miller vivía en Big Sur, California.

Percepción y enseñanza

Yo también me había enterado de la existencia de Krishnamurti gracias a Miller. Me impresionaron mucho las explicaciones que, en sus charlas, daba al público y que no me resultaban fáciles de entender. Era tan racional, categórico, exigente que jamás hacía concesiones ni trataba de quedar bien con sus interlocutores.

Leyendo sus Diarios, descubrí en él otra cualidad, a la cual le dedicaré un trabajo algún día: la de poeta. Sus descripciones con respecto a sus percepciones, a sus “insights”, a los detalles de la naturaleza que iba descubriendo a su alrededor son de una belleza estilística, de una sensibilidad y armonía, dignas de un escritor avezado.

Fue en la casa de Victoria Ocampo, en un reportaje hecho allí, que Krishnamurti dijo: “Los hombres son prisioneros de sistemas religiosos, estatales, políticos o filosóficos. Yo libero, pero no le pido a nadie que me siga ni que adopte una forma determinada de vida porque eso sería ponerlos nuevamente en prisión. Soy un libertador y no un carcelero... No vengo a discutir ninguna teoría. Si sois capaces de discernir, vuestra propia inteligencia os guiará”.

La Teosofía y luego el discurso de Krishnamurti tuvieron repercusión en otros rioplatenses, desde el editor y periodista Constancio C. Vigil hasta la escritora Carmen Gándara, llegando más adelante hasta el mundo del “rock” nacional.

Su mensaje y sus enseñanzas siguen vivas hoy, perturbando y cuestionando la conciencia humana. Sobre todo en tiempos tan arduos como éstos, donde muchas de sus opiniones se ven actualizadas permanentemente por su carácter profético y universal (“Cuando una persona no está en conflicto consigo misma, no crea conflicto en el exterior. Las luchas internas, al proyectarse externamente, se convierten en el caos del mundo”, 1947).

Las cuatro Fundaciones Krishnamurti que hoy funcionan en el mundo (con sedes en Inglaterra, Estados Unidos, India y España) se dedican precisamente a brindar servicio a aquellos que están interesados en la comprensión de las enseñanzas. No son organizaciones religiosas, ni tienen autoridad espiritual alguna, sino que poseen un inmenso archivo de manuscritos, fotos, documentos y participan en la publicación y divulgación de su mensaje (más de 60 libros se han editado en decenas de idiomas, hay disponibles 500 videos y unos 300 audios). También están activas 12 escuelas –la mayoría en la India- que son centros de instrucción y difusión de las palabras de Krishnamurti.

Conversando con Daniel Herschthal -representante en la Argentina y Latinoamérica de la Fundación Krishnamurti- se me ocurrió preguntarle cuál era para un estudioso cómo él la esencia del mensaje del maestro y me sorprendió cuando usó el término “perfume”.

“La libertad, el amor, la compasión, lo que es precioso en el ser humano… ése es su perfume. Su enseñanza es un tesoro para todo aquel que no quiera atraparla o acumularla en el intelecto, ya que es algo que no puede ser aprehendido desde la mente. Es …la vida en la vida”.

© LA GACETA

Alina Diaconú - Escritora y columnista argentina, nacida en Bucarest. Su último libro es Rosas del desierto (Poemas) -Vinciguerra, 2019-.

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