Trump y el neoclasicismo como legitimador del presente

Trump y el neoclasicismo como legitimador del presente

El estilo neoclásico pertenece al orden y a la autoridad. El arte de un período histórico representa las glorias y miserias de la clase dominante. Para citar ejemplos tan difundidos, allí están los faraones en el antiguo Egipto, los héroes griegos del Siglo de Oro o los mecenas y papas del Renacimiento. Hoy tienen otros nombres.

02 Agosto 2020

Por Jorge Figueroa

PARA LA GACETA / TUCUMÁN

Para una de las escuelas teóricas que tuvo gran influencia, la historia del arte se reduce a la de los estilos (Wölfflin). En la primera mitad del siglo XVIII, cuando apenas se habían redescubierto ciudades como Pompeya o Herculano (sepultadas y destruidas por el volcán Vesubio en el año 79) excavadores y arqueólogos como Winkelmann y Mengs (a quienes se considera creadores de la Historia del Arte) mostraron un sinfín de esculturas, edificios, teatros y pusieron en evidencia la antigua cultura grecorromana. La “fuente”, el “origen”, nada menos.

Son tiempos de la Ilustración, del Siglo de las Luces (XVIII), del racionalismo o del enciclopedismo; de la Revolución Francesa, en definitiva, que instala a la burguesía en el poder. El estilo neoclásico legitima a la nueva clase dominante a través del pasado; allí hay que dirigirse para reivindicar los héroes del presente.

Uno de los revolucionarios amigo del temible Robespierre fue el pintor que, en sus obras, retrató el neoclasisismo: Jacques-Louis David creó “El juramento de los Horacios” o “La muerte de Marat” entre tantos trabajos. El artista no solo fue un jacobino sino que dirigió la política artística de la revolución. Napoléon, caído el movimiento, supo atraerlo para que pinte sus conquistas.

El edificio que proyectó Albert Speer, Zeppelinfield (Nuremberg, 1934), el arquitecto de Hitler, como nueva tribuna, no solo era parecido al Altar de Pérgamo del período helénico, sino que lo superaba con sus colosales medidas.

La arquitectura, el poder y Trump

El tema que nos ocupa más tiene que ver con la arquitectura: Donald Trump presentó un proyecto en febrero para imponer el estilo neoclásico en los edificios oficiales, federales, pero también sugiere que las construcciones privadas se realicen en esa línea. Si hay algo que reconocer en el presidente de Estados Unidos es que no disimula sus intenciones, no engaña ni esconde lo que pretende, como lo hace la inmensa mayoría.

Y lo planteó antes de que sus ciudadanos comenzaran a tomarse en serio eso de derribar estatuas y monumentos (el mismo último 4 de julio, en Baltimore, tumbaron a un Colón).

La arquitectura neoclásica emplea elementos básicos de la clásica: columnas (de los órdenes dórico y jónico), frontones, bóvedas, cúpulas. Su concepto de belleza está basado en la pureza de las líneas arquitectónicas, en la simetría y en las proporciones sujetas a las leyes de la medida, a patrones geométricos. La mayoría de los estudiosos señala que reacciona contra los efectos decorativos del barroco y el rococó; predomina lo arquitectónico sobre lo decorativo. Austeridad y sencillez, pero con el uso generalizado del mármol de Carrara, considerado noble en la escultura.

La Casa Blanca, el Capitolio, el Tribunal Supremo, el Monumento a Washington o bien Monticello, la residencia de Thomas Jefferson, son los mayores ejemplos de neoclásico estadounidense, y desde entonces, ese estilo está considerado como un símbolo de la nación, poco más, poco menos. Un pasado que vendría a legitimar al presente: allí están Washington y Jefferson; la Casa Blanca, las sedes del poder. Los edificios emblemas.

Si Trump firma el decreto titulado Making Federal Buildings Beautiful Again (”haciendo los edificios federales bonitos otra vez”), la arquitectura empleada en la Casa Blanca deberá ser la “preferida” en los edificios federales de Estados Unidos.

Si hay gran parte del arte que “cumple misiones”, religiosas o políticas para el poder y los imperios, es que enseñan algo así como educación cívica. En Tucumán los ejemplos de la Catedral y la fachada de Santo Domingo figuran en los libros de historia como tales.

Los locales son monumentales y tan imponentes para que los hombres se sientan pequeños. Las fotos oficiales de la administración Trump, se advertirá, exhiben los discursos que se realizan con la Casa Blanca atrás.

Los estilos no son neutrales: tienen historia, cargan una ideología y son muy importantes. En regímenes como el nazismo, el stalinismo (‘realismo socialista’) han servido para publicitarlos. Cuando se disponen por decretos, leyes u ordenanzas, la libertad artística se ha anulado, y se transforman en política de Estado.

Hace pocos días, Donald Trump afirmó que mientras se mantenga en el cargo, no permitirá que las que a su juicio son simples “muchedumbres enfadadas”, borren la historia de su nación y, mucho menos, que sigan derribando sus principales monumentos.

Hace más de 20 años escribí para una exposición de artistas del NOA en el Centro Cultural Recoleta que el estilo no constituye región. Ni el costumbrismo o folclorismo entre nosotros, ni el neoclásico para el país del Norte. Y así como el arte contemporáneo dejó lejos el expresionismo telúrico en estas tierras, el deconstructivismo ironizó y barrió con el neoclasicismo en Estados Unidos desde los 80.

Ojalá la disputa de hoy, sea un anticipo de la que se libra por el poder real, y no por sus emblemas o representaciones.

© LA GACETA

Jorge Figueroa - Doctor en Artes, periodista.

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