Crónica desde el encierro

¿Cómo se vuelve de trabajar en calzoncillos, pijamas o pantuflas? Es la pregunta que hoy se hacen millones de seres humanos en el mundo. No todos, claro, sólo los que atienden asuntos que se pueden resolver desde casa. Docentes, investigadores, administrativos, ciertas actividades comerciales, intelectuales, informáticas, artísticas, de diseño, entre otras ocupaciones que permiten desarrollarse en modo teletrabajo o home office (oficina en casa).

Otros, en cambio, como algunos autónomos y cuentapropistas, sobre todo aquellos que dependen de la circulación callejera, están consumiendo sus ahorros o engordando la libreta del almacén. “Que Dios se lo pague”, debe ser uno de los deseos más repetidos por estos días de Semana Santa y de Pésaj.

La leyenda cuenta que esta frase se originó a partir de la siguiente anécdota:

Un hombre fue operado de urgencia por una dolencia cardíaca en un hospital administrado por monjas.

Cuando el paciente despertó, luego de la intervención, lo recibió una hermana que estaba sentada a su lado:

- Buen día, la operación fue un éxito. Sólo necesitaríamos saber cómo piensa pagar la cuenta del hospital. ¿Tiene usted obra social?

- No.

- ¿Puede pagar en efectivo?

- Tampoco, hermana.

- ¿Tiene usted parientes cercanos?

- Sólo mi hermana, pero es una monja solterona y sin un centavo.

- Disculpe que lo corrija. Las monjas no somos solteronas; estamos casadas con Dios.

- ¡Genial entonces! -respondió el paciente-. Por favor envíele la cuenta a mi cuñado…

Y así nació una de las respuestas que más zozobra genera: “que Dios se lo pague”.

Fronteras borrosas

Para quienes cumplen horarios los límites laborales son más claros. Se termina con las obligaciones, se apaga la computadora o el teléfono y a otra cosa, que seguramente será cocinar, lavar ropa, limpiar la casa, discutir con la pareja, ayudar a los chicos con las tareas, atenderlos, entretenerlos y al final, si le quedan algunos minutos al día, dedicarlos a uno mismo.

Para quienes no tienen horarios definidos, como trabajadores de la salud, funcionarios políticos y legales, periodistas, entre otras actividades de servicios esenciales, la frontera entre el trabajo y el descanso es muy confusa, sino imposible.

Es una sensación por demás extraña trabajar 20 horas por día y, en simultáneo, descansar 20 horas durante ese mismo día.

Se suman además las tareas del hogar y la de criar y educar hijos, considerados entre los trabajos más pesados y menos reconocidos. Hasta hace no mucho, las mujeres que además trabajaban afuera se llevaban la peor parte. Las nuevas generaciones, en general, comparten la faena hogareña por partes iguales.

El problema no es trabajar y además atender la casa, sino hacer ambas cosas al mismo tiempo, todo el día.

Si hablamos con un cliente mientras cocinamos ¿estamos trabajando el doble? Y sí, literalmente.

O si apagamos la computadora y pasamos a enseñarle lengua al más chico y después de las tareas de la escuela sigue lavar los platos, cortar el césped, tender las camas....

Según un estudio reciente de Adecco, consultora de recursos humanos con sede en Zurich, el 42% de las personas le dedica más horas al trabajo desde su casa que en la oficina, mientras que un 40% cumple exactamente las mismas horas como si estuviera en su lugar de trabajo. Sólo el 18% admite relajarse y trabajar menos horas desde su casa.

Es decir, hay sólo 18 de cada 100 trabajadores y trabajadoras que están trabajando menos en la cuarentena.

Es paradójico que la mayoría de las personas que hace home office esté trabajando más horas en una economía semi paralizada.

El mismo estudio que abarcó a 4.500 empleados en relación de dependencia de centros urbanos de todo el país, de todos los rubros, tanto en pymes como en multinacionales, indica que el 60% de los empleados está siempre conectado con su equipo de trabajo durante el confinamiento, mientras que sólo el 31% se conecta sólo cuando es necesario.

El 56% de los consultados respondió que a raíz de esta cuarentena es la primera vez que trabaja en modalidad home office, mientras que el 44% dijo que ya lo hacía esporádicamente.

Y si pudiera elegir, el 56% contestó que preferiría hacer home office sólo algunos días a la semana, el 25% optaría por trabajar siempre desde su casa, mientras que el 19% es más tradicional y prefiere su oficina o lugar de trabajo.

Cambios para siempre

Las transformaciones socioeconómicas, socioculturales y sociosanitarias que producirá y ya está produciendo esta pandemia son inconmensurables.

Más tarde o más temprano la enfermedad será derrotada, ya sea por un tratamiento efectivo o por una vacuna, y no tardará en montarse un negocio fabuloso en torno de toda la línea de producción sanitaria, que va desde la prevención hasta la cura.

Como siempre ocurre, los más perjudicados serán los sectores más vulnerables y los países con menos recursos, que terminarán más endeudados que antes, como Argentina.

Ya hay una decena de empresas farmacéuticas en el mundo corriendo una carrera frenética para cruzar la meta de una solución. La primera que llegue a una cura hará saltar la banca en Wall Street.

Además de institutos, universidades y organismos públicos, como en Argentina el Conicet y la Agencia de Promoción de la Investigación, que también están haciendo estudios, aunque con presupuestos cósmicamente inferiores.

Algunos cambios serán transitorios y tenderán a normalizarse, como el desordenado horario de las comidas o del sueño que impera en las casas. Otros, seguramente, llegaron para quedarse, al menos en la parte de la población más consciente y solidaria, como el lavado frecuente de manos, el uso de alcohol y la utilización de barbijos cuando se está con síntomas de cualquier enfermedad, como ya ocurre hace años en países asiáticos.

Otras transformaciones dependerán de las autoridades, cuánto las impulsen y las mantengan, y el acompañamiento de la sociedad, como en toda política pública.

La brusca caída de muertos y heridos en accidentes de tránsito nos debe llamar a la reflexión frente a todo lo que estamos haciendo muy mal. Desde que comenzó el encierro murió menos gente en las rutas que la que fallece en un solo día normal. Trasladarnos no debe ser necesariamente sinónimo de muerte.

Lo mismo con la contaminación. En todo el mundo se está ponderando que en las ciudades se ha vuelto a respirar aire puro, a escuchar el canto de los pájaros, a disfrutar del saludable silencio o a padecer menos los bullicios martirizantes.

Debemos dejar de justificar y aguantar cualquier atrocidad bajo el paraguas de los “daños colaterales” inevitables del progreso y la economía.

La inseguridad es, sin dudas, uno de los puntos más complejos y sensibles. La caída del delito es elocuente en todas partes.

En Tucumán, la merma de los hechos criminales ha sido de casi el 75%.

Se debe a tres razones principales: al confinamiento masivo -que incluye a víctimas y a victimarios-, a la falta de actividad comercial y social y a los retenes policiales, con fuerzas provinciales y federales, que han limitado sensiblemente la circulación del delito.

Aquí también estamos hablando de que el saldo final de la cuarentena serán decenas de muertos menos en homicidios en ocasión de robo.

Si los intereses comunes siempre están por encima de los derechos individuales, entonces cabe aquí una profunda revisión de lo que estamos haciendo pésimamente mal en materia de prevención.

No se trata de mano dura o garantismo, falsa dicotomía bipolar que impone la grieta zonza, sino de buscar alternativas diferentes a los duros fracasos que nos anteceden.

La provincia se encuentra en emergencia en seguridad desde hace años, por ley, pero sin embargo nuestras autoridades se comportan como si viviéramos en Estocolmo. En las próximas elecciones deberíamos votar por covid-19.

Si el 80% del delito en Tucumán se vincula al motoarrebato, no sería dictatorial conservar y extender estos retenes para control de documentación y antecedentes. Para debatir.

Nos esperan jornadas difíciles, atribuladas, confusas y angustiantes, donde no dejaremos de contar infectados y muertos por la pandemia, bombardeados por todos lados, a toda hora, a una magnitud tal que la Organización Mundial de la Salud ya ha advertido que estamos ante una “infodemia”. Y hay que saber sobrellevarla, soportarla, tanto a la infodemia como a la pandemia.

Pasar como si nada de escuchar el último reporte de fallecidos a ponernos un barbijo para ir a comprar puré de tomate a la esquina.

Nos aguardan días, semanas, ¿meses? por delante para seguir aprendiendo de un fenómeno planetario inédito, que acaso lo que más nos está enseñando es a mirarnos hacia adentro.

Como le aconsejaba su padre al periodista y escritor Martín Caparrós: “Si es por buscar, mejor que busques lo que nunca perdiste”. Lo que está a la vuelta, cerca, en casa, adentro tuyo.

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