El sistema de los ni-ni encubiertos

El sistema de los ni-ni encubiertos

Mientras en el mundo universitario todo el mundo se prepara para las fiestas y las vacaciones, en la Facultad de Medicina están acelerándose a mil por hora con la orden del Consejo Superior de que eliminen el cupo, hagan un examen de ingreso con puntaje superior a 6 para 2020 y para 2021 se organicen de tal modo que el acceso a la carrera de médico sea libre para todo aquel que haya aprobado el secundario y quiera cursarla.

La resolución del martes de la semana pasada los tomó totalmente desprevenidos. Durante todo el año se había tratado de una pelea que parecía acotarse a los planteos de unos 20 aspirantes (y sus padres) que aprobaron el examen 2019 y no aprobaron, y los rechazos del decano Mateo Martínez y del Consejo de la Facultad de Medicina a esos planteos. El examen de ingreso y el cupo parecían inamovibles, después de 30 años de restricciones que permitieron que Medicina quedara como una isla en medio de universidades que tenían al ingreso irrestricto (hay otras dos o tres en el país) y que exhibiera esto como un logro tanto en la preparación de los estudiantes como en las altísimas tasas de egreso del 92%, mientras el resto de las facultades tucumanas, en promedio, tiene tasas de egreso del 17%. Es decir, el sistema se apoyaba en una contradicción: la ley ordena ingreso irrestricto pero en Medicina esto no era posible sin reesentir la calidad de la enseñanza, sin generar un problema de infraestructura y sin afectar la relación docente-practicante, vinculada con la relación médico-paciente.

Ahora hay que cambiar el paradigma. En estos días, la Facultad ha formado tres comisiones especiales para enfrentar el problema; una que propondrá un curso de nivelación, otra que dará las pautas del examen de ingreso 2020 (deberán tener su tarea lista el 27 de diciembre) y la tercera para organizar el nuevo plan de estudios con el que funcionará la carrera desde 2021,cuando ya haya ingreso irrestricto. Esta comisión entregaría el proyecto en marzo próximo.

Todo esto se hace en medio de urgencias en las que hay culpas compartidas. Medicina tenía hace dos años la orden de adecuarse a la ley y no lo hizo. La Universidad sabía que el Estado nacional no cumplía tampoco con su obligación de asignar recursos para el financiamiento de la educación superior y no supo cómo reclamar. Medicina se justificó en el pragmatismo para no cumplir la ley y exhibió sus logros como un imperativo categórico que exigía un enfoque amplio frente a una profesión de riesgo.

Ahora resulta dificilísimo enfrentar el problema: el decano Martínez dice que se cancelarán obras previstas en la Maternidad para redistribuir el dinero hacia las cátedras de primer año; y los docentes están reclamando que no habrá aulas ni insumos (por ejemplo, microscopios) para atender la marea de estudiantes. Si este año, en vez de los 290 del cupo hubieran entrado los 730 que aprobaron el examen con más de 6, habría entrado en crisis el sistema. Para la prueba 2020 hay 4.300 preinscriptos y si las condiciones del examen fuesen como en 2019, ingresarían casi el 40% de los aspirantes.

El sistema que se pone a prueba en Medicina obliga a una reflexión fuerte sobre el sistema educativo en general. Esos problemas ya los viven las otras facultades con ingresos masivos y legiones de estudiantes que, como ha señalado Ángel Uslenghi, docente de Salud Mental II, quedan boyando en el 1er año y luego, tras hibernar sin acabar los estudios ni ingresar al mercado del trabajo, se transforman en “ni-ni encubiertos”. ¿Cuán problemático es esto para la sociedad? Este debate ha sido planteado parcialmente en la sesión del Consejo Superior por el decano Martínez, al comparar las exigencias para las carreras de riesgo y sus consecuencias, y las tasas de egreso.

Medicina deberá presionar para encontrar una fórmula que le permita equilibrar el ingreso masivo con capacidad edilicia y docente y enseñanza y prácticas casi personalizadas. Pero el sistema educativo tiene que debatir sus contradicciones entre la justicia de la nivelación social que permite el acceso de la universidad, las carencias en la educación primaria y secundaria, que son grandes limitantes de ese ascenso social y las necesidades de una sociedad que no sabe cómo estimular ciertas profesiones y oficios consideradas prioritarias, aparte de los tradicionales. En el medio quedan los “ni-ni encubiertos”, presos de las injusticias del sistema.

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