Hojeando el diario: carteristas, peleas de bar y los fantasmas de Gastona

Hojeando el diario: carteristas, peleas de bar y los fantasmas de Gastona

En la década del 30, los ladrones ya atacaban a los turistas que se bajaban del tren en Tucumán.

El hombre había llegado en tren desde San Gabriel para terminar su viaje en la estación Central Córdoba, de Marco Avellaneda y San Martín. Retiró su equipaje, dejó el lugar poco después del mediodía y enfiló hacia el norte para llegar a la calle San Juan. El viajero, Nicolás Cárdenas, se percató de que alguien lo seguía y cuando se detuvo en la esquina, el hombre lo chocó con violencia. Luego le pidió disculpas por no haberlo visto, le dio unas palmadas y se alejó sin decir más. Cárdenas se subió a un coche y se dirigió a la plaza Independencia. Al llegar buscó su billetera... y descubrió que había desaparecido. Con ella se habían esfumado también más de 500 pesos de aquel entonces, 28 de noviembre de 1930 (una entrada al cine costaba 30 centavos y un par de zapatos de mujer rondaba los 15 pesos, como para tener una idea del monto).

El pasajero denunció el hecho poco después de las 13.30. En su relato -según la crónica del día siguiente- aseguró: “recordaba todo con gran precisión; que ese individuo, cuya filiación dio en forma aproximada, lo seguía desde la estación, cosa a la que no dio importancia, hasta la esquina donde tomó el coche”. Agregó que el ladrón “lo rozó bruscamente. Ahí pues le metió la mano en el bolsillo interior del saco para extraerle la cartera”. La crónica policial destaca que “al recibirse esta denuncia se ordenó que se practique un reconocimiento del punguista en la galería fotográfica y se procurara su individualización”. Pero ello no ocurrió en los días siguientes y la historia se pierde en los pliegues de las hojas de nuestro diario.

Sin embargo, el hecho generó preocupación, al menos al cronista, quien destacó: “la verdad es que se nota cierta negligencia que permite el merodeo de estos individuos que generalmente son buscados para prevenirse de las posible andanzas. Investigaciones tiene que llenar sus plazas vacantes y procurar la acción en la calle de todos sus elementos que ahora están en capilla o bien sin destino, a no ser las oficinas”.

Cliente agresivo

Don Raimundo tenía calor y sed, corría enero de 1921 los termómetros marcaban temperaturas difíciles de aguantar. Entonces decidió llegarse “hasta el despacho de Alberto Julio Yapur”. Pidió una cerveza siendo atendido con prontitud y esmero. “Después de beberse el rubio y espumoso líquido, Raimundo chasqueó la lengua, se limpió la boca con la blusa, escupió y pegó la media vuelta con intención de retirarse”. Ni pago ni propina amagó a realizar el hombre. “El comerciante llamó discretamente al consumidor, le hizo notar el olvido en que había caído y en forma amable solicitó el pago de la cerveza servida”. El hombre como “es natural no se negó a tal exigencia y mientras el árabe mantenía la mano derecha tendida esperando los níqueles, sacó una navaja de fígaro y le afeitó indelicadamente la extremidad a su peticionante”. El caso se resolvió con “cana” para uno y hospital Padilla para el otro

Fantasmas pero no tanto

La tranquilidad de Gastona fue alterada, 89 años atrás, por un grupo de “seres sobrenaturales” con gustos terrenales: se llevaban prendas de vestir y aves de corral.

Según la crónica del 3 de junio de 1930: “no faltó vecino que al levantarse se encontró que en el gallinero no estaban completas las aves; al principio creyeron en un voluntario cacareo de rebelión con su consiguiente fuga independizadora”. Pero con el paso de los días se notó que “la actitud gallinesca lograba caracteres de éxodo general, sin llegarse a saber hacia qué punto encaminaban los fugitivos sus bípedas naturalezas”. Los habitantes se pusieron en guardia sin encontrar a los responsables y más aún “las prendas de vestir de los vecinos iniciaron un viaje, evaporándose al menor descuido de sus propietarios”. Se pusieron a vigilar cada centímetro de la zona. Ante la falta de resultados se dirigieron al comisario Frontini (así, a secas y sin nombre) para buscar una solución. El funcionario les aseguró: “Vean amigazos, esos son los fantasmas”. El espanto se extendió y los rezos crecieron astronómicamente, pero la multitud consultó “por qué quiere el fantasma gallinas y ropa, si no necesita comer ni vestirse”. Frontini no cambió de opinión pese a que envió policías a investigar los hechos.

La “liga galliófila” -creada por los vecinos- dio resultados: detectó que Jovino Talavera podría tener alguna relación con los fantasmas. No fue atrapado con las manos en la masa, pero sí con algunos elementos desaparecidos. No obstante ello, el comisario mantuvo su posición fantasmal y dejó libre al acusado. Las cosas siguieron desapareciendo y Frontini llegó a realizar reuniones espiritistas para exorcizar el lugar.

Por matar ratones

Un vecino de Juan Bautista Alberdi, allá por 1936, quería matar ratones a garrotazos, y terminó recibiendo un disparo en el pecho. Servando Valdez regresó a su casa en busca de semillas para su pequeño campo y vio varios “animalitos” ingresando en la vivienda por un pequeño agujero en la pared. Tomó un garrote, golpeó la pared para ahuyentarlos “sin recordar que de ella pendía una caja con un revólver cargado dentro. Un golpe hizo caer la caja y se escapó un disparo que hirió a Valdez”. La herida fue de cierta consideración y debió ser internado en el hospital de Concepción.

Herido por una canción

Tres amigos estaban bebiendo en la casa de uno de ellos en Yonopongo. Corría septiembre de 1936. La alegría fue creciendo, el alcohol nublaba los sentidos y los bordoneos de la guitarra acompañaban al grupo. Uno de ellos entonó las estrofas de una vidala, no dejó a los otros que lo acompañen y no prestó el instrumento. Esto ofuscó a uno de los presentes que quería probarse en el arte del canto folclórico y no pudo. Para dirimir la disputa desenvainó un cuchillo cañero, atacó al guitarrista y lo hirió en el brazo derecho. Fue una herida leve que al agresor le costó la cárcel.

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