Sangre de Guasón
Sangre de Guasón

¿El delincuente nace, se hace o lo hacen? ¿Arthur Fleck lleva en la sangre el estigma de la violencia o la sociedad lo empuja hasta ser el despiadado Guasón? La película inquieta hasta la molestia al espectador y, al mismo tiempo que genera controversia, va arrasando con la taquilla. Es que el mal atrae... para mirarlo. El problema es cuando hay que sufrirlo, personal y socialmente. Y la película nos empuja a esa reflexión dolorosa.

Genaro, el personaje de un viejo libro argentino, “En la sangre”, de Eugenio Cambaceres (1887) busca el ascenso social y salir del estigma de ser “el hijo del carrero”, hijo del inmigrante pobre, utilizando la magra herencia de su padre para pagar sus estudios. Pero logra el ascenso mediante la mentira, la estafa y los malos hábitos. Es su herencia, que lo marca profundamente. La conciencia lo atormenta, pero no puede evitarlo. El fin del siglo pasado es también la época del determinismo y Cambaceres plantea que Genaro lleva al carrero en la sangre. Nunca podrá escapar de él.

Esa época es, también, la de la idea del determinismo biológico en la neurocriminología, expresado por Cesare Lombroso, que trató de estudiar científicamente al criminal para saber si llevaba la marca de nacimiento que lo empujaba al mal. La teoría de Lombroso no ha llegado a concreciones y al contrario, ayuda a justificar la discriminación y la injusticia. Hoy es peyorativo el término “lombrosiano” porque explica, por ejemplo, las detenciones por “portación de cara” tan típicas de las razzias policiales.

Marginalidad y subculturas

Los estudios sociológicos y criminológicos han ido dejando atrás esa teoría. La comunidad y los comportamientos individuales y grupales se estructuran en gran parte de acuerdo al funcionamiento social y a sus justicias e injusticias. Una sociedad que quita oportunidades a parte de sus integrantes y los priva de futuro empuja a muchos a la marginalidad. También las teorías subculturales hablan de caminos alternativos en busca de acceso a los objetivos culturales hegemónicos, en especial el éxito económico y el consumo. Alguna de estas teorías tal vez podría explicar por qué y cómo pululan los motoarrebatadores.

Como sea, el primer informe sobre la cárcel que el Ministerio de Seguridad entregó a la Comisión de emergencia de la Legislatura en 2016 da cuenta de cómo se cumple a rajatabla la sentencia de que la cárcel está llena de pobres. Personas surgidas en ambientes degradados, desnutridas, mal desarrolladas y sin acceso a bienes económicos, sociales y culturales. En el informe se relata que muchos presos hasta duermen en el piso pese a que tienen cama en la celda. Los estudios sobre “pibes chorros” revelan los métodos del control social que empuja a muchos al llamado malvivir.

En ese tema se metieron a polemizar en estos días los candidatos Axel Kicillof y María Eugenia Vidal. El candidato “K” dijo que mucha gente pobre es empujada a vivir del narcomenudeo y Vidal (y también el presidente Mauricio Macri) le contestó que los narcotraficantes son todos millonarios. Tema de gran debate social, no político: el gran narco es millonario. El pequeño vendedor, y, sobre todo, el adicto que vende, ¿cuántas oportunidades diferentes tiene? Dicho de otro modo: es la “seducción del crimen” que ofrecen los narcos o el acceso vedado a la forma de vida políticamente correcta lo que lleva a las familias al delito?

La otra cara, con ayuda

De vez en cuando aparecen casos que muestran la otra cara. Ayer se cuenta en LA GACETA la historia del joven que pudo dejar la droga y salir del ambiente de violencia en que vivía cuando lo detuvieron por tentativa de homicidio a los 16 años. Pasaron 10 años. Pasó por el instituto Roca, por psicólogos y asistentes sociales, se instaló en Burruyacu, lo ayudó la iglesia evangélica, se casó. Hoy se ha reinsertado en la sociedad, dice el juez Federico Moeykens. ¿Un caso típico o un caso raro? Claro, para cambiar tuvo que dejar su barrio de origen que, como el pasado de Genaro (el de la novela “En la sangre”), lo arrastraba a la perdición. Cuando estuvo por Tucumán Camilo Blajaquis, ex “pibe chorro” que resurgió a la vida social por el arte, dejó muy en claro que para salir del infierno al que muchos son empujados por el sistema hace falta una ayuda fuerte. Blajaquis tuvo un mentor.

Pero, volviendo a Arthur, no es solamente la presión social que cierra todas las puertas al marginado lo que resulta inquietante, ni la duda sobre la culpa en el ADN, sino el sutil punto de vista del director de la película, Todd Phillips, que obliga al espectador a una cierta empatía con el personaje. A la vez desagradable y digno de compasión, Arthur se transforma en el Guasón y, lo que provoca profunda inquietud es que lo disfruta. El problema es que ya no se trata de que disfruta de matar o causar daño a los malos en la historieta sino de reaccionar frente a lo que considera injusticias en una sociedad inundada de violencia como la de Ciudad Gótica, en la que los supuestos buenos ya no son mostrados como tales y quedan expuestos como los generadores de injusticia. Y ahí ya no importa si el que se rebela es el Guasón, el ingeniero Bombita de “Relatos salvajes” o el personaje de Michael Douglas en “Un día de furia”. Es la posibilidad inquietante de que la violencia termine siendo parte de nosotros y nos interpele acerca de cómo es la vida en la sociedad.

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