Vivir en emergencia cloacal

Acostumbrados a convivir con el agua hasta el cuello, como castigados en el octavo círculo del infierno del Dante, los tucumanos ni protestan, casi, por los desbordes cloacales. Como no sea que se consideren protesta válida las cotidianas fotos de lagunas malolientes enviadas al WhatsApp de LA GACETA. Bocatormentas rebalsadas, a veces con tapas robadas, ríos de desechos que transfieren el mal olor por barrios enteros. Estrategias de los vecinos: cerrar puertas y ventanas, aplicar desodorante y desinfectante por doquier. No invitar a nadie a fiestas. No hacer fiestas. En Mate de Luna y Castro Barros, los motociclistas y los ciclistas se suben a la vereda para evitar ser salpicados por los autos. Esto ocurre desde siempre. “Yo vivía a tres cuadras de ahí. Desde que tengo uso de razón existe esa pérdida”, dice la concejala Sandra Manzone. ¿Qué se hizo? Casi nada. Parches. Lo que pasa es que lo que era un problema singular hace tres o dos décadas, ahora es un drama extendido. No hay por dónde ir entre Yerba Buena y la Capital.

Políticamente incorrecto

Fernando Baratelli, presidente de la Sociedad Aguas del Tucumán, suele pecar de sincero en sus declaraciones públicas y por eso es un poco esquivo. Ya pasó un momento desagradable en febrero de 2018, cuando las protestas de usuarios en la sala Caviglia, durante la audiencia pública para tratar la tarifa obligaron a una prórroga sin fin. Por eso es reacio a las notas. Decirle a la gente que no se puede ir al 100% de los reclamos, como hizo en junio 2018, es políticamente incorrecto, tratándose de líquidos malolientes en la puerta de la casa de la gente. Ahora volvió a dar una entrevista a LA GACETA y volvió a ser sincero: va a seguir habiendo aguas servidas en las calles por un tiempo. Dice. Aunque ofrece un plazo: “con el plan de gestión y resultados planteamos en cinco años tener un servicio más o menos saneado”. El plazo parece bastante mejor que los 15 años que estimaba en 2018. ¿Qué diferencia hay entre aquel momento y ahora? En que el Gobierno está invirtiendo en renovación de cañerías ($ 171,8 millones dice) y en materiales y herramientas para cuadrillas (ya van $ 109 millones). ¿Alcanza? No. Baratelli decía hace un año que sería bueno tener un megaplan y ahora dice que tiene un plan de gestión y resultados que necesita financiamiento internacional (U$S 280 millones) y aclara que lo que están haciendo ahora es hacer obras de colectores menores. Para los colectores mayores tienen la esperanza de que haya inversiones. No obstante –aclara en nuevo acto de sinceridad- aunque hubiera megainversiones “lo mismo vamos a tener demoras en la ejecución”. ¿Por qué es sincero? Porque no puede hacer otra cosa, estando los tucumanos como están hundidos en el río del infierno dantesco.

Un problema es que no se puede chequear si lo que se está haciendo está bien. Es tan intrincado el sistema de mantenimiento y de obras de las cloacas que nadie ha podido hacer un mapa de lo que está bien y lo que está mal. Quizá lo tiene la SAT, que tiene un plano con 100 obras en ejecución o por hacer en la capital, pero no lo tienen, ciertamente, los usuarios, que sólo pueden protestar ante los rebalses añejos y nuevos. Tampoco lo pudieron hacer los políticos opositores que se ocuparon del tema –Sandra Manzone, Eudoro Aráoz, José Canelada- ya sea acompañando protestas de los usuarios o gestionando arreglos en zonas complicadas. Tampoco pueden saberlo los ciudadanos en general. De vez en cuando aparecen protestas políticas, como las demandas que les hicieron las municipalidades de San Miguel de Tucumán, Yerba Buena y Concepción a la SAT por los problemas cloacales. Las otras municipalidades, de cuño oficialista, no se quejaron, aunque padecen problemas similares. Tafí Viejo es un ejemplo notorio.

La política metió la nariz en medio del caldero cloacal y apareció el jefe de Gabinete nacional, Marcos Peña, reclamando por la planta de tratamiento de Las Talitas, que está sin entregar, aunque no se sabe si la culpa de la falta de entrega y de puesta en funcionamiento es de la Nación o de la Provincia. No se va a saber con claridad: estamos en campaña electoral.

Poca inversión, escaso control

En realidad, en medio del mal olor de las cloacas apenas se pueden conocer algunas cosas que inquietan. Una, que no se conoce cómo pueden llegar a venir fondos internacionales para grandes obras, que serían las que permitirían tener ciudades saneadas. Otra, que no se conoce –excepto por denuncias penales como las que se hicieron con el plan “Mas Cerca”- cómo es la factura de las obras que se hicieron en los últimos años. Bien dijo el experto sanitarista Franklin Adler, con respecto a Yerba Buena, que muchas obras se hicieron mal o con elementos insuficientes, con las cooperativas de trabajo o con tareas por administración, y que ningún gobernante va a estar dispuesto a romper el pavimento para hacer de nuevo, como corresponde, una obra mal hecha. El director de Obras Públicas de Yerba Buena, José Luis Ferroni, dice que no tienen un plan de las obras cloacales de la administración anterior porque muchas se terminaron sin la documentación correspondiente. Pero señala que, además de los desbordes cloacales, se pueden apreciar las obras mal hechas con las roturas y deformaciones del pavimento (causadas por derrames cloacales subterráneos) en las calles Salas y Valdés y Salta, por ejemplo. ¿Alguien dispondrá alguna vez de dinero para reparar eso?

En función de esto, la tercera cosa que inquieta es la falta de control tanto sobre las obras como sobre el mantenimiento. ¿Quién lo hace? ¿El Tribunal de Cuentas? ¿El ente de control Ersept? Algo no hicieron bien, en vista de las lagunas y ríos que cubren allí donde hay sistemas cloacales.

Tucumán es tierra ilógica: acá se caen los puentes (12 en tiempos de José Alperovich, uno en tiempos de Juan Manzur) y no se sabe por qué. También acá se desbordan los conductos subterráneos, y no se sabe cómo parar ese desborde. Una vez la psicóloga Graciela Tonello, que investiga la psicología ambiental, pidió que se declare una emergencia ambiental por los derrames cloacales, considerando que estos afectan no sólo la salud física sino también la mental. Le hicieron caso hasta llegar a un proyecto de ley pero, como en el río del octavo círculo del infierno dantesco, a todo se lo tragó la cloaca.

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