La raíz dramática argentina se canta en 3D

En el teatro San Martín, la ópera-tango “Stefano” conjuga música, texto y canto con una novedosa puesta en escena.

-LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO.- -LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO.-
26 Mayo 2019

HOY

• A las 19, en el teatro San Martín (av. Sarmiento 601). Entradas 2 x 1 con Club LA GACETA.

El grotesco criollo que Armando Discépolo expone en “Stefano” es uno de los principales estilos del teatro y del cine argentino, pero poco se conoce de ópera. El viernes, en estreno mundial y en función de gala, “Stefano” llegó hecho ópera-tango al teatro San Martín, con autoridades en el palco oficial e Himno Nacional.

Alejandro Jassan, director titular de la Orquesta Estable, se puso al frente de la dirección general. Siguió la partitura de Martín Palmeri, con la lógica forma del tango como medio de expresión, y a partir de la adaptación de Willy Landín, a cargo de la régie.

No bien se abrió el telón el público, que colmaba el teatro, asistió a la primera sorpresa y a la entrada en clima: en la pantalla, y en blanco y negro se sucedían los títulos en tipografía y al estilo de las primeras películas del cine nacional. Luego fascinó la fachada de una casa de principios de siglo proyectada en mapping sobre un tul transparente en la boca del escenario. De modo que la elaborada escenografía del interior de la casa, mitad interior y mitad patio, que ocupaba el escenario, quedaba detrás del esbozo de fachada.

El patio era tan realista que tenía pileta de lavar y agua que salía del caño, una gallina viva, muy movediza en su jaula, y ropa tendida en filas de soga. La ropa colgada, del tamaño de sábanas, colgada por fuera del escenario, casi sobre la platea, fue un lindo detalle, pero significó un problema para los espectadores de la tertulia hacia arriba, porque la pantalla de subtítulos quedaba oculta.

En cierto momento la escenografía virtual proyectó el mar embravecido y extrañado de Nápoles, para arrobar la nostalgia infinita de padre e hijo. En otro momento, unas caras de espanto hacían muecas en 3D, en el pico de angustia de Stefano.

Los protagonistas

Los personajes, inmigrantes pobres y miserables, aplastados por una realidad social que los asfixia, fueron encarnados con hondura por los cantantes.

El tenor Pablo Bemsch se puso la ropa y asumió el peso dramático del antihéroe, en un protagónico de gran presencia en escena, con mucha demanda de canto y de actuación. A su lado Leonardo Estévez impuso su envidiable caudal y color de barítono, y la ironía de su personaje, junto a la expresividad y a la dulzura de Alejandra Malvino y de Graciela Oddone, en arquetipos femeninos de la época.Josefina Viejobueno, María Siñeriz, Patricio Amaya e Iván Vega, los solistas tucumanos, estuvieron a la altura de las exigencias técnicas.

El Coro Estable, que dirige Ricardo Sbrocco, atrapó las miradas en su única entrada, en penumbras, velas en mano, copando el pasillo central de la platea, y doblegó la atención al canto compacto y conmovedor de los espectros.

Willy Landín creó un despliegue escenográfico y tecnológico que sobrelleva el pesimismo predominante a lo largo de la obra, donde la comicidad grotesca parece hacer más denso el clima opresivo, una marca registrada discepoliana.

El oficio del compositor Martín Palmeri entregó fuerza dramática, emociones, drama y un lirismo bien nuestro, alternando vértices operísticos con paisajes de la mejor música ciudadana. Para ello contó con los climas estupendos de Pablo Mainetti y su sabio bandoneón, y con el carácter del piano de Oscar Buriek.

Al final, entre aplausos, el saludo de los artistas incluyó, por primera vez, el de los técnicos. Y por pedido de un emocionado Landín, el Himno Nacional fue entonado por todos, por segunda vez, con el necesario ¡Viva la Patria!

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