Intolerancia: el suicidio social

Entre la inigualable obra poética de Jorge Luis Borges hay una pieza, “Los justos”, en la que habla de las personas que hoy, sin que lo sepamos, están salvando el mundo. Se refiere, entre otros, a quienes cultivan su jardín, a los que agradecen la existencia de la música, al que acaricia a un animal dormido o a quien justifica –o quiere justificar- algún mal que le han hecho. Sobre el final, a una línea del remate, honrándolo como si perteneciera a un linaje superior, Borges saluda y agradece al que prefiere que los otros tengan razón. Es un himno a la tolerancia firmado por el más grande escritor que ha dado nuestro país.

¿Puede encontrarse un signo de nobleza y de comprensión más potente que el hecho de escuchar, reconocer y valorar la opinión del otro? Para Borges es un bien tan preciado que lo coloca en una categoría superior. Borges va más allá; piensa y escribe que apropiarse de la razón, cualquiera sea la materia que se discuta, es un acto de egoísmo extremo. “El que prefiere que los otros tengan razón está salvando el mundo”, subraya en “Los justos”. Tolerancia y fraternidad se convierten en sinónimos a partir de este canto optimista de un escritor que no se destacó, precisamente, por pintar futuros color de rosa.

La intolerancia es un componente clave si lo que se pretende es enlodar los debates. Pasaron unos días de la votación en el Senado nacional sobre la ley de interrupción voluntaria del embarazo, la espuma informativa bajó considerablemente y queda un margen generoso para la reflexión. Que el tema haya pasado a formar parte de la agenda pública es de por sí una conquista. Si las sociedades crecen en la medida que se amplían los derechos de sus ciudadanos, el solo hecho de hablar sobre lo que se considera tabú implica un acto de madurez orientado, precisamente, a debatir acerca del alcance de esos derechos.

El problema se nota cuando la radicalización de las posiciones se transforma en intolerancia lisa y llana. La intolerancia mina los intercambios de posiciones serios y fundamentados, no deja margen para un ida y vuelta jerarquizado y propicia las chicanas que poco y nada contribuyen con la calidad institucional. Por ese campo desfilaron muchos de quienes militan a favor o en contra de la interrupción voluntaria del embarazo.

Uno de los invitados a “La otra pregunta”, el ciclo de entrevistas que emite LA GACETA en su plataforma audiovisual, es el arquitecto Raúl Torres Zuccardi. A modo de adelanto del reportaje que pronto se verá en pantalla vale un concepto muy valioso que desarrolló a la hora de hablar del patrimonio de los tucumanos. Sostiene Torres Zuccardi que la convivencia es un bien fundamental de la vida en comunidad. Y si no somos capaces de convivir en armonía, si no nos respetamos en el día, ¿cómo seríamos capaces de cuidar un edificio? Es una definición lúcida acerca de lo que las dos caras de esa moneda (tolerancia/intolerancia) puede provocar en una sociedad.

Borges propone ceder la razón con tal de hacer del mundo un lugar mejor. No es un dictado lineal ni implica renunciar a las convicciones, al contrario. Más bien invita a escuchar, respetar, comprender y, sobre todo, a empatizar. Hay discusiones en las que colocarse en el lugar del otro parece imposible, en especial cuando las posiciones son tan opuestas. Quedó a la vista en el caso del aborto.

El triunfo de la intolerancia es el de la violencia, un suicidio social del que no se vuelve. La intolerancia es el camino fácil, una autopista por la que se puede circular a toda velocidad a bordo del agravio, la descalificación y la estrechez de mente. Tolerar significa meterse en un camino vecinal después del aguacero. Avanzar por ahí es un trabajo complicado y el riesgo de empantanarse aparece metro a metro. Hay que tener mucho aguante, mucha espalda, mucha paciencia. El que se enoja, pierde, y el que vive enojado, vive derrotado.

La interrupción voluntaria del embarazo seguirá dando vueltas en la agenda, tarde o temprano volverá a tomar estado parlamentario. Con un poco de buena voluntad, tal vez empezando por leer “Los justos”, la discusión pueda librarse en un plano mucho más elevado. Son (no tan) pequeñas y necesarias formas de salvar el mundo.

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