Mutaciones delictivas

Las olas de inseguridad vienen y van sin pausa. O bien ocurre que un fin de semana la sociedad asiste alarmada a un crecimiento de la violencia -hace 10 días fueron cinco homicidios en tres días-, o bien, en otro momento, la crisis estalla con los asaltos a choferes y pasajeros en la periferia de la capital o con la reaparición de los “rompevidrios” que en marzo y en abril habían tenido en jaque a los automovilistas en la avenida Mate de Luna. “Las modalidades delictivas van mutando”, dijo el secretario de Seguridad provincial, Luis Ibáñez, a propósito de los ataques en las líneas de ómnibus. La respuesta parece contundente para describir el fenómeno -lo mismo había dicho el secretario del sindicato de choferes, César González, cuando explicó que “solucionamos los robos en un lugar y surgen en otro”-; sin embargo, siembra incertidumbre en la sociedad, porque deja la sensación de que ni los policías ni los sindicalistas saben qué está pasando. Y lo cierto es que se trata de fenómenos que se reiteran con tanta frecuencia que más bien sorprende que no se sepa qué pasa, y además eso hace que aumente el escepticismo social acerca de las medidas de seguridad.

Funcionan, pero no sirven

Primero se difundieron las informaciones acerca de los casos de un chofer y de un pasajero. Luego se supo que en lo que va de julio se había producido al menos un ataque por día. Las explicaciones que se dieron fueron que entre las autoridades y los sindicalistas acordaron hacer guardias en seis puntos específicos de las zonas rojas con puestos policiales fijos y móviles. Es la receta que prevén, en virtud de que no saben por qué ha fallado el remedio tecnológico -los botones antipánico- que hace unos meses habían propuesto como la solución. González dijo que están funcionando, pero “lo primero que los delincuentes le dicen al chofer es que no toque nada o le van a disparar. No tienen tiempo para accionar la alarma”. También Ibáñez opinó que “están funcionando. La alarma repercute en la Policía y entonces se acude al lugar”. ¿Entonces? Ahí viene la explicación del funcionario de la mutación de modalidades delictivas. “En distintos sectores tenemos el problema de que arrojan piedras. Primero fue en la zona del Mercofrut. Eso fue sofocado. Lo mismo ocurría en la rotonda de Famaillá. También hubo casos en avenida Roca y Adolfo de la Vega y en La Costanera”, dijo.

Respuesta epidérmica

El caso de los asaltos a colectivos acaso sea representativo de la forma de respuesta en seguridad. Por un lado, la sensación de que no se sabe qué es lo que ocurre, como si todo se tratara de una fatalidad que nos ha tocado vivir como sociedad y que es inexorable. Según esta idea, se trata de olas delictivas que vienen y van, por lo tanto la respuesta va a ser siempre la misma: epidérmica. Hace un año se analizaba poner policías en los colectivos para hacer el recorrido en ciertas zonas de peligro, repitiendo las respuestas dadas una década atrás en los mismos lugares. Por aquello de la fatalidad inexorable que hará que las mismas cosas ocurran en los mismos sitios.

Por otro lado, la policía difunde la idea de que las bandas delictivas han perfeccionado sus modus operandi mediante estudios de inteligencia de mercado y uso de tecnología y por eso desbordan la prevención policial. Hace varios años ya lo decía un jefe de la Unidad Regional Capital, cuando afirmaba que los delincuentes estudiaban el campo de acción e iban variando sus estrategias.

Este supuesto axioma se parece más bien a un sofisma porque las conclusiones pueden llegar a ser absurdas. Habría que establecer un perfil de los delincuentes mediante estudios de su conducta, sus estrategias y sus hábitos para determinar la validez de esta proposición. Más bien parece que los asaltantes de colectivos o los delincuentes callejeros son gente acaso muy audaz pero bastante precaria, poco capacitada en estrategias, cuya instrucción con toda probabilidad ha de ser inferior a la de los jefes y oficiales policiales, y también de los agentes. Esta es una aseveración tan discrecional como el supuesto axioma, pero igualmente válida, porque ninguno se asienta en un estudio. Antes que decir que los asaltantes de colectivos utilizan inteligencia criminal, más bien se puede suponer que, lógicamente, actúan ahí donde ven que se puede asaltar con el menor riesgo posible para su integridad. Una buena investigación criminal podría tratar de establecer qué cantidad de asaltantes actúan en las zonas rojas, cuántos son detenidos y hacer una investigación de conducta y hábitos de los capturados, para saber cuáles son sus estrategias criminales, si es que las tienen.

Para ello habría que tener un buen sistema de recolección de denuncias, que en Tucumán no hay. El delito callejero tiene una cifra negra (lo que no se denuncia) tan alta (cercana al 70%) que es muy difícil establecer lo que realmente pasa. Hay mucha denuncia en las comisarías céntricas (la 1a, la 2a), porque hay comodidad para trasladarse hasta allí; pero en las de la periferia baja la cantidad de denuncias y eso no significa que haya menos ataques delictivos. Al respecto, hay varias formas de mejorar la recepción de denuncias: una de ellas es que baste el contacto con un policía (agente u oficial) para que se pueda informar de un delito (y que no sea necesario trasladarse hasta la comisaría y hablar sólo con un oficial); otra, que haya un sistema tipo whatsapp para dar a conocer estos hechos. Ciertamente, la famosa traba tecnológica -que señala que por cuestiones presupuestarias no se puede informatizar las comisarías- podría superarse con una computadora en cada seccional, internet seguro -que permita transmisión inmediata de mensajes-, un sistema excel y un software y un equipo de empleados medianamente preparados para procesar los datos.

Rutinas paralizantes

Pero tenemos una policía muy anclada en sus rutinas de décadas y un poder político que no ha atinado a cambiar las estrategias de seguridad, y que además deja que sea la justicia la que dicta los tiempos, siendo que la justicia penal está colapsada y tiene un margen mínimo de resolución de casos. Por eso las estrategias policiales se limitan a la rutina de siempre: patrullajes en auto o moto (cuando no están rotos), respuesta rápida del 911 (un sistema cuya eficacia no está probada, aunque resuelvan casos; igualmente, el margen de llamadas falsas es altísimo) y agentes parados en esquinas del centro, sin que se sepa el nivel de eficiencia. En la periferia, donde la inseguridad es un azote, no hay agentes: el caso de los vecinos de Villa Urquiza que alambraron una calle para prevenir motoarrebatos es un ejemplo de esto.

Y frente a la repetición de rutinas como supuesta salida frente a los hechos que se repiten, hay experiencias que se están llevando a cabo en otras ciudades como Buenos Aires, Córdoba, Mendoza o Rosario (¿sabemos qué resultados han tenido?), así como urbes latinoamericanas que han ensayado cambios de seguridad, como Bogotá o Belo Horizonte. Por cierto, el caso emblemático que se cita desde hace dos décadas es el de Nueva York, que logró bajar sustancialmente la violencia (el nivel de homicidios) para transformarse en una ciudad tildada como segura en el mundo. Al respecto, el informe del Centro Brennan dijo en 2015 que no fue necesariamente la política de Tolerancia Cero (o “de mano dura”) ni el encarcelamiento masivo lo que hizo bajar los índices, sino el análisis de datos, que es de lo que carecemos.

¿Dónde están?

En nuestro medio hay ausencia de experimentación, por desconocimiento de lo que pasa. Se podría hacer un estudio de visibilización de policías para saber dónde están y qué hacen. Buenos Aires lo está haciendo, aunque para prevenir prácticas corruptas; también se puede hacer para establecer un sistema de necesidades de seguridad y presencia policial efectiva. Se podría estudiar las llamadas de emergencia y ver si es cierto que casi todas vienen de los mismos lugares y hasta casi de las mismas viviendas. ¿Qué se hará con eso? No sólo se trata de volver más eficiente el sistema de llamadas y ahorrar personal, tiempo y dinero del Estado, sino buscar respuestas para actuar en esos lugares donde se repiten los problemas. Incluso cuando se hacen algunas experiencias -como el anuncio de que policías patrullan desde hace ocho meses tres barrios conflictivos como La Costanera- nada se sabe de qué efectos ha tenido eso.

Nuestra sociedad padece la falta de información y por ello es proclive a la alarma constante y a las soluciones de máxima surgidas de cualquier estudio parcial o poco científico. O es la sucesión de homicidios, o los “rompevidrios”, o los asaltos a colectivos, o la plaga del motoarrebato, que nunca se resuelve como no sea con propuestas hasta absurdas para superar la emergencia. Porque realmente, en materia de seguridad, no sabemos qué pasa.

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