La ciencia en la encrucijada

Antes llamado “ministro del avance” y ahora “ministro del recorte”, Lino Barañao ha justificado la disminución de partidas para las investigaciones científicas y sociales en que son medidas temporales, “hasta que la economía del país se recupere y la ciencia se convierta en el motor de desarrollo económico y social”. Promesa que no le creen los científicos, que perciben más crudamente las consecuencias del ajuste, que pasa del 1,5% del presupuesto de 2014 al 1,2% de este año. Lo había advertido, críticamente, en octubre, el doctor en Física Diego Hurtado: “se viene un segundo recorte en Ciencia y Técnica... es decir, seguimos en picada, cuando en la campaña electoral (de 2015) la alianza Cambiemos prometía llevar la inversión en ciencia y tecnología al 1,5 del PBI”. También lo había dicho en julio, pero no críticamente, el director del Conicet, Alejandro Cecatto: “claramente, el país, hoy, está atravesando un período distinto de lo que ocurría en el período anterior. Esto obliga a un rebalanceo a lo que hace a la asignación de recursos”, dijo entonces, advirtiendo que la estructura del Conicet está desbalanceada. Anteayer Cecatto expresó que se emplea el 96% en sueldos y becas y sólo un 4% en funcionamiento.

Rebajas dispares

Claro que, a diferencia del primer ajuste de fines de 2016 -cuando se bajó de 900 ingresos a la carrera de investigador a 450 para 2017 (ahora ya quedó en 450 el número para 2018)- las protestas se escuchan asordinadas, porque las restricciones han disparado tensiones en el mundo científico: hay rebajas para todos, pero más se rebaja a las áreas sociales, que son las que menos fuerza tienen en la mirada general, porque siempre existe la tendencia a mirar el costado utilitario de la investigación. ¿Para qué sirve? El año pasado fueron objeto de polémicas todos los trabajos que no fueran ciencia aplicada y, de hecho, por ejemplo, los estudios de Pablo Alabarces sobre la cultura del fútbol fueron criticados pese a que es uno de los referentes consultados cada vez que se trata de entender la violencia de las barras bravas.

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Bien le vendrían a esta sociedad envuelta en las tensiones de la crisis que alguien estudie, por ejemplo, las constantes que han llevado a la muerte de Facundo Ferreira, el niño de 12 años de “La Bombilla” que circulaba en moto a la madrugada por el parque 9 de Julio y recibió una bala policial en la nuca. Su amigo de 14 años, que manejaba la moto, habría consumido marihuana. Uno de los policías que lo balearon habría consumido marihuana y cocaína, según los informes judiciales. A los chicos les dio positivo el dermotest. ¿Alguien entiende este menjunje? ¿Cómo es el ambiente de donde salen estos niños y estos policías? Esta tragedia ha sobrepasado a la Policía y a la Justicia y ha puesto a la sociedad en una absurda polémica.

Fuera de lo estratégico

La decana de Filosofía y Letras, Mercedes Leal, dice que esos estudios sociales “son los primeros afectados en los recortes presupuestarios y son las respuestas sociológicas las que pueden ayudar a buscar soluciones”. La decana remarca la contradicción de que son esos temas complejos -la problemática de la droga, la de la violencia en escuelas e instituciones- los que son dejados de lado en la crisis, lo cual la agrava. Alejandra Korstanje, arqueóloga (Instituto Superior de Estudios Sociales), agrega que el problema es más serio: “las áreas sociales no son vistas como temas estratégicos. La disminución de la pobreza, de la contaminación, las energías renovables, están pensados como problemas más bien tecnológicos. En esos campos los de sociales no estamos”. Y agrega: “Tucumán se ve doblemente perjudicada por el ajuste, porque no es área prioritaria y tiene universidades. Por ello, una parte de los cupos van para universidades menos favorecidas, lo cual no es malo cuando se reparte adecuadamente, pero sí es duro en un contexto de baja de presupuesto”. Sociales debía estar en el 25% y ahora está en el 19% del presupuesto, dice. Según se informó, para 2018 ingresan al Conicet 150 investigadores en temas estratégicos, 150 en temas generales y 150 para universidades “débiles”, que son las que tienen menos de 112 investigadores del Conicet. Pero el ingreso de estos últimos 150 depende de posibilidades presupuestarias.

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Los fundamentalismos del ministro

El recorte es complejo. En primer lugar, porque parte de una mirada exclusivamente pragmática. Hace un año Barañao dijo que “ningún país con 30% de pobres aumenta la cantidad de investigadores”, y al mismo tiempo renegaba de que el Conicet gastara dinero en investigar la Edad Media. Ahora -el 10 de abril pasado, en la asamblea del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología, en la Legislatura tucumana- habló de los “fundamentalismos” ambientales y descalificó a las organizaciones que reclaman contra los agroquímicos y contra la minería. Ahí dijo la frase provocadora: “la diferencia entre un ecólogo y un ecologista es la misma diferencia que hay entre un enólogo y un borracho”. Desde lo de la Edad Media a lo de los ecologistas, ¿en qué avanzó la reflexión epistemológica sobre lo que hace y debe hacer el mundo científico argentino? En nada. Porque Barañao quiso dejar contentos a los funcionarios provinciales que reclaman que las protestas ambientales no permiten inversiones, pero en el debate debería analizarse también lo que pasó con los contaminantes derrames mineros en San Juan o el hecho de que en países europeos no se acepta la soja transgénica argentina. Francia, por ejemplo, estimula la agricultura orgánica, tal como quedó planteado en las frustradas negociaciones de la UE con el Mercosur cuando el presidente Mauricio Macri estuvo en Francia en enero. O sea: hablar de fundamentalismos en un tema complejo es volver a la categoría binaria bueno-malo, lo cual está totalmente en las antípodas del pensamiento científico. Y debería estar lejos del pensamiento -o de la palabra- de un ministro del área.

Espejo cóncavo y convexo

Los investigadores, convocados por el Ateneo Científicos Tucumanos el 6 de abril, hablaron de disminución de investigadores, despidos de planta, desfinanciación de unidades ejecutoras, infraestructura y proyectos y degradación institucional, así como de avanzar hacia un cambio de paradigma. Hablaron de la necesidad de federalizar la institución -la mayoría de los recursos se van a Buenos Aires y Rosario- y con esto ofrecieron un espejo cóncavo y convexo (como los del Callejón del Gato de Valle Inclán) a las declaraciones del ministro, que una semana después ponderaría la “mirada federal en la ciencia”. En el Ateneo, el secretario de Innovación y Desarrollo Tecnológico de la provincia, Mariano Garmendia, había dicho que “repensar un modelo de país que incorpore el sistema científico de forma federal es hoy un desafío inminente”. De todo esto se hablará de nuevo el 28 de abril, cuando se haga otra vez el festival “Voces por la ciencia”.

Lo triste de todo no es sólo que se van a paralizar o ralentizar investigaciones. Por un lado, Korstanje ejemplifica que primero se aprobaron los Proyectos Unidad Ejecutora (PUE) con becarios, personal de apoyo y equipo, “y después de que estuvieron aprobados dijeron que no había dinero para equipo y que había que pedir proyectos de investigación con el mismo presupuesto”. Esto, dice, “afecta la calidad de trabajo en general. Vamos a pasar a ser gente que cobra sueldo y no tiene dinero para investigar. Los que hacemos ciencia trabajamos en equipo, con becarios y personal de apoyo”. Finaliza: “esto no es serio. Es un quiosco de chocolatines mal manejado”.

Por otra parte, se retrotrae la discusión sobre la ciencia a 40 años atrás, sobre su sentido, en lugar de avanzar a una definición concreta sobre los temas estratégicos, que el Gobierno actual aumentó del 10% al 50%, sin que esté claro qué son temas estratégicos. Ricardo Kaliman, del Instituto de Investigaciones sobre el Lenguaje y la Cultura (estudian, entre otras cosas, “Estrategias para la inclusión socioeducativa”), dice que ahora el mundo de la investigación -que venía creciendo en el plan Argentina Innovadora 2020 hasta la llegada del macrismo- está sumido en tres debates: la distribución de los recursos, el federalismo y la concepción misma de las investigaciones del Conicet, que tiene altos estándares de evaluación, contra las de las universidades, en apariencia menos exigentes. Si esto es bueno o malo, no puede saberse, y mucho menos cuando el debate se da en un contexto de tremenda restricción.

El paseo espacial de Starman

El millonario sudafricano Elon Musk pondría en problemas al ministro de Ciencia y Tecnología, que casi está reducido a la dicotomía alpargatas o libros. Hace un mes Musk gastó 90 millones de dólares para poner en órbita un muñeco llamado Starman, sentado al volante de un auto eléctrico (como un muñequito de un niño) y lo envió a pasear para siempre por el espacio en la órbita de Marte . El muñeco, que lleva en el auto un equipo de música con la canción “Space Oddity” de David Bowie, fue enviado desde la NASA, muy interesada en retomar la aventura espacial con las iniciativas de Musk, que está empecinado en llevar colonias humanas al planeta rojo en 2033, y para eso puso a prueba sus cohetes Falcon X, que van y vienen hasta la estratósfera. El último cohete se llama Falcon Heavy. ¿Experimento científico prioritario? ¿Ciencia aplicada para ir dentro de 14 años a otro planeta? También hubiera puesto en jaque a Barañao Stephen Hawking, el científico fallecido hace pocas semanas, que estaba apasionado por la investigación de los universos paralelos. ¿Juegos de millonarios o de nefelibatas? ¿Esto valdría la pena para las autoridades argentinas del área ciencia? Barañao debería responder con pragmatismo, pero de investigador.

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