La coherencia de los violentos

La violencia subjetiva, la que es perpetrada por sujetos identificables (personas que, como tales, tienen nombre, apellido, familia, vecinos...), normalmente recibe un mal trámite en nuestras sociedades. Es equiparada a menudo, casi de manera automática, con la locura. La violencia de las personas, entonces, es calificada como “una locura”; los episodios violentos son equiparados a “una cosa de locos”; los violentos, propiamente, son considerados individuos que “están locos”.

Pero no. La violencia, la que signa el presente de Tucumán y se ha hecho patente en el subtrópico durante noviembre como pocas veces durante este año, no es asunto de “salvajes”. Ni de “bestias”. Ni de “animales”. Ni siquiera es irracional. Por el contrario, está llena de razones.

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Más aún, por estos días tuvo un avance notable...

Una

La inseguridad es la gran vidriera de la violencia subjetiva. En todos los sentidos. Las víctimas de la delincuencia la sufren de manera incontrastable. Arrebatos, robos a mano armada, escruches, lesiones graves y hasta homicidios “en ocasión de robo”.

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Del otro lado, esta semana sumaron 16 los supuestos asaltantes que han muerto en Tucumán en aparentes situaciones delictivas durante lo que va del año. El último caso es el de una policía que se resistió a un arrebato y terminó matando de un tiro en la nuca al atacante. Precisamente, la mitad de estos presuntos malvivientes cayeron por las balas de las fuerzas de seguridad. La otra mitad murió a manos de sus víctimas.

Y están los linchamientos: las golpizas que los vecinos les propinan a los delincuentes que son pescados “in fraganti” por los propios ciudadanos...

Claro está, escandaliza la violencia de personas queriendo dañar a otras personas. Pero la violencia de las personas no es inexplicable. En todo caso, la locura consistiría en considerar que esos sucesos no pueden ser razonados, porque en ese caso todo queda reducido a la monstruosidad. Pero no se trata de monstruos: son humanos atacando a humanos. O sea, es violencia humana que se explica por otras violencias humanas.

La violencia subjetiva no brota de la nada. Esos episodios no son estallidos inconexos. Por el contrario, y para ponerlo en términos del filósofo Slavoj Zizek, esa violencia cometida por sujetos, se nutre de otra violencia. De una que está “debajo”. En el sustrato. En el “sub stare”. En su sustancia.

La violencia subjetiva se alimenta de una violencia objetiva: la violencia del sistema. Esa violencia está naturalizada. Es decir, está en todas partes y, sin embargo, son millones los que parecen no verla.

Esa violencia está presente en los semáforos repletos de chicos sin panza, que no tienen infancia sino trabajo en las calles. Que cargan a otros chicos más chiquitos, también sin pancita, para mendigar una moneda. Que limpian los parabrisas de todos esos autos que, del lado de adentro, llevan a otros chicos como ellos. Pero que no son como ellos.

¿No se advierte la incalculable violencia que se concentra en el hecho de que haya tucumanos que nada tienen, vistiéndose, alimentándose y construyendo las taperas donde sobreviven con la basura de otros tucumanos a los que todo les sobra?

La marginalidad de los misérrimos tucumanos es literal: viven en las márgenes de los canales, en las orillas de los arroyos o en las costaneras de los ríos. El que reside en una “villa miseria” tiene a la miseria domiciliada consigo.

La violencia subjetiva, y especialmente la de la inseguridad, no se explica por la pobreza, sino por la brecha entre la riqueza y la pauperidad.

Ya en 2001, en su Seminario sobre Cobertura de Políticas Sociales, el Instituto Interamericano para el Desarrollo Económico y Social (Indes) del Banco Interamericano de Desarrollo mostraba que inequidad y recrudecimiento del delito van de la mano. La primera se mide con un coeficiente (el de Gini), que va de 0 (la igualdad máxima) a 1 (la desigualdad absoluta). Lo segundo surge de la comprobación estadística de que a medida que el índice se despega del 0 y se corre hacia el 1, los ilícitos son más cruentos. Arrancan con el hurto, en 0,1, y van pasando al robo, y al robo a mano armada, al homicidio en ocasión de robo... Y así hasta la guerra civil.

En 1974, el 10% de la población argentina más rica acumulaba ocho veces más que el 10% más pobre. En diciembre de 2006 (último mes antes de la intervención kirchnerista del Indec, organismo que sigue así en el macrismo), el 10% más rico acumulaba 32 veces más que el 10% más pobre.

La violencia está en la brecha.

La cronicidad de la exclusión, por cierto, prácticamente ha excluido a los pobres del concepto de “pueblo”. Si los pobres no salen menos pobres de los sucesivos gobiernos, pero los “representantes del pueblo” sí salen cada vez más acaudalados, entonces “el pueblo” son los ricos. Ellos son, en este caso, los únicos realmente “representados”.

Precisamente, es la mismísima política el terreno donde la violencia subjetiva ha avanzado de manera manifiesta durante esta semana.

Y otra

El martes, durante lo que debía ser una protocolar entrega de diplomas a los diputados nacionales electos por Tucumán el 22 de octubre, se convirtió en una batalla campal a las puertas de los Tribunales Federales. A las pedradas se enfrentaron los seguidores del intendente capitalino Germán Alfaro con los del intendente bandeño Darío Montero. El saldo: daños materiales en autos estacionados en la zona y una perdurable vergüenza institucional.

Uno y otro jefe municipal, después de los incidentes, hicieron un “mea culpa” y convocaron a menguar las tensiones entre la Casa de Gobierno y la Intendencia de San Miguel de Tucumán, uno de los mayores frentes de batalla en la actual guerra del peronismo local. Alfaro planteó que la rispidez en la relación entre las autoridades municipales y las provinciales “baja” a los “compañeros” de uno y otro lado. Montero pidió “bajar los decibeles”,

Pero nadie baja el tono de voz.

Justamente, la violencia objetiva también se manifiesta en signos. La violencia simbólica resultante se expresa a través del lenguaje. Esa violencia atraviesa el “tenso cruce” entre el radical Ariel García y el macrista Alberto Colombres Garmendia en un ascensor de la Legislatura, y que ambos reconocieron. El vicepresidente segundo de la Cámara habló de “un contrapunto”. El referente de Cambiemos, de “una amenaza”, no física pero sí política.

Si la violencia de los sujetos sociales se explica por la violencia del sistema de exclusión sobre el cual se encuentra montada la sociedad, entonces la violencia de los sujetos políticos (los militantes y los dirigentes) evidencia que debajo hay un sistema político también violento. Y su violencia objetiva, al parecer, también se encuentra naturalizada.

Violento es que nada se haya esclarecido acerca del destino del incremento la partida de Transferencias de la Legislatura durante 2015, cuando el entonces vicegobernador Juan Manzur se convirtió en gobernador de Tucumán. De ese ítem se alimentaban los ahora derogados “Gastos Sociales”: pasó de $ 150 millones a $ 600 millones. Y la tercera parte de ese dineral salió en valijas del banco oficial hasta las camionetas de la Cámara. A la Justicia provincial, se ve, todo eso le parece perfectamente natural.

Violento es que Manzur haya sido sobreseído en la causa que investiga multimillonarios sobreprecios en la adjudicación del plan “Qunita”, durante el año pasado, cuando -por mera casualidad- era un aliado de la Casa Rosada. Este año, cuando se comporta como un crítico del macrismo, revocaron su sobreseimiento. A la Justicia nacional, se ve, todo eso le parece perfectamente natural.

Violento es que el mandatario tucumano, motu proprio, se comprometiera públicamente con el pueblo de su provincia, durante su discurso de asunción en el Poder Ejecutivo, a concretar cuanto antes la reforma política. Al jefe de Estado, se ve, que hayan pasado dos años sin la menor novedad le parece perfectamente natural.

Violento es acudir a las urnas para renovar las autoridades provinciales y que, por ejemplo, en Yerba Buena el ciudadano se encuentre con 116 boletas. Semejante situación sólo está conculcado el valor de la claridad a la hora de elegir. Y si no hay claridad a la hora de decidir el sufragio, entonces lo afectado es el mismísimo derecho a votar.

Violento es que la oposición denuncie fraude cada vez que pierde las elecciones. Y que no vea nada irregular cada vez que obtiene un resultado favorable en los comicios.

Violento es el clientelismo prebendario en las elecciones. Una práctica que, según las decenas denuncias planteadas, ha sido concretado en las pasadas elecciones por el PJ y por Cambiemos.

Violento es que la comisión legislativa creada para avanzar con la reforma política se haya reunido una sola vez y sólo para llegar a la conclusión de que sería necesario reformar otra vez la Constitución de la Provincia. Esa que apenas tiene 11 años y ni siquiera está completamente reglamentada.

Es que la violencia objetiva del sistema social es el sostén de los sistemas políticos y económicos vigentes. La violencia del sistema político local radica, esencialmente, en que está montado para funcionar con dinero. Cuantos más recursos se inyecten en el sistema político, mejor funcionará para el inyector.

Entonces, el sistema político se ha desnaturalizado tanto que opera como un sistema económico.

De allí la violencia por aferrarse al poder público: nadie tiene tanta plata como el Estado; y la plata es determinante para llegar al poder estatal. Por lo mismo, la violencia de los militantes se explica en la necesidad de que sus dirigentes sigan en el poder: ese es, en los hechos, el mecanismo más eficiente para conseguir beneficios del Estado.

Mientras no haya reforma política, la violencia política jamás será una locura. Por el contrario, será la más pura expresión de la coherencia.

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