Un modelo de hogar gestionado y autogobernado por niños

Un modelo de hogar gestionado y autogobernado por niños

La Casa del Gaiato funciona como una familia con 150 hermanos. Todos tienen una responsabilidad

SÓLO UN GUÍA. El padre Rafael Rodríguez Serrano, sacerdote diocesano de Zaragoza, con misión en África. SÓLO UN GUÍA. El padre Rafael Rodríguez Serrano, sacerdote diocesano de Zaragoza, con misión en África.
04 Septiembre 2014
Es el ideal de toda familia: tener chicos que van a la escuela o a la universidad y cuando llegan a casa cada uno sabe lo que tiene que hacer, unos tienden la mesa, otros lavan los platos, los más chicos barren... ¿Existe? ¡Sí! En la Casa del Gaiato de Malanje, un hogar para chicos huérfanos o de familias muy pobres (en Angola, África, no es común la adopción de niños). Su característica distintiva es que los niños y jóvenes que allí viven hacen las tareas de la casa, todos estudian y además trabajan dentro y fuera de la institución para autosustentarse. Ellos mismos establecen las reglas de convivencia y las hacen cumplir.

La Casa del Gaiato funciona desde hace 50 años en Malanje, pero el modelo fue creado por el padre Américo Monteiro de Aguiar en 1940. Tiene seis réplicas en distintas ciudades de África y de Portugal.

La propiedad, ubicada en las afueras de Malanje, es un enorme predio con varias casas rodeadas de jardines. Es de tarde y varios niños juegan en el piso de una de las galerías. Los más grandes están en la Universidad. “Sus carreras preferidas son Psicología, Sociología y Enfermería”, cuenta con orgullo el padre Rafael Rodríguez Serrano, que junto al fundador del Gaiato de Malanje, el padre padre José Telmo Ferraz, de 88 años, colaboran como guías y supervisores en la institución. El padre Rodríguez Serrano pertenece a la diócesis de Zaragoza, España, pero tiene permiso para trabajar en la Casa del Gaiato.

El hogar tiene una huerta, que provee el alimento para el comedor, gallinero y corral con animales. En otros sectores están la carpintería, la herrería, la fábrica de bloques de cemento y la cerrajería, donde se hacen trabajos para dentro y fuera del hogar. No hay lugar para el aburrimiento en la Casa del Gaiato (que significa “travieso” o “malandrín” en portugués).

Los más chicos van a la escuela que pertenece a la obra (los docentes son pagados por el gobierno) y a contraturno colaboran en el hogar o en los talleres. “Los que trabajan de mañana y tarde afuera estudian a la noche. Pero nadie se queda sin tarea”, sonríe el sacerdote.

“Los chicos vienen de la calle, los recogemos nosotros o los trae el gobierno o las congregaciones de monjas. No los retenemos aquí, el que quiere se queda en el hogar y el que no, se va. Sólo tiene que adaptarse a las normas, que las imponen ellos mismos; si no las cumplen tienen sanciones muy severas que pueden llegar hasta la expulsión del hogar”, explica el sacerdote mientras juega con uno de los más pequeños, que tiene seis años.

Alrededor de 35 jóvenes trabajan fuera del hogar y contribuyen con su sueldo a la institución. En diciembre se realizan las elecciones y se nombran los nuevos jefe que serán las autoridades del Gaiato. “Todo funciona mejor que en las familias normales”, asegura el padre Rafael.

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