“El sentimiento de injusticia que viví fue el motor que me impulsó a crecer”

“A los 18 años, mientras estudiaba, comencé a trabajar en una clínica psiquiátrica coordinando talleres de arte para los pacientes. Ese trabajo me enriqueció mucho, y siempre agradecí que el dueño de la clínica hubiera confiado en mí”, recuerda ahora, a los 35 años, Liliana, psicóloga.

“Yo esperaba que, al recibirme, me dieran otro cargo. Pero, cuando ya estando recibida surgió esa oportunidad, el director de la clínica (que no es la misma persona que el dueño) optó por otro colega que tenía menos experiencia clínica y laboral que yo. Ese día me fui llorando del trabajo. Pero me crucé con una persona que parecía enviada por el destino, y que me contactó con quien era en ese momento directora del hospital donde trabajo actualmente. Y entonces tuve que decidir sobre mi futuro laboral”, continúa Liliana.

Su disyuntiva era que, si bien en el hospital iba a ganar más e iba a tener un cargo más importante, se trataba de un contrato renovable cada tres meses. “Cabía la posibilidad de que no me lo renovaran. Y yo temía dejar la clínica, donde llevaba ya siete años trabajando y tenía estabilidad, por algo que no era estable. Pero, si me quedaba en la clínica iba a seguir estancada porque ya había llegado a un techo en lo laboral y en lo profesional”, relata.

Finalmente, Liliana aceptó el nuevo reto y cambió de trabajo. A los dos años fue nombrada en el hospital y no solo eso. Se relacionó con otros colegas y pudo instalar su consultorio asociada a otros psicólogos. Más adelante, abrió ella sola un consultorio y actualmente le va muy bien.

“Aunque parezca paradójico, agradezco al director de aquella clínica, porque el sentimiento de injusticia que me hizo vivir, fue un motor que me impulsó a buscar el crecimiento y, en parte, es responsable de lo que hoy soy”, admite.