El fin de la inocencia

El fin de la inocencia

Por Enrique A. Chaparro, presidente de la Fundación Vía Libre. Especial para LA GACETA.

15 Julio 2013
El desarrollo de las armas de fuego permitió una mayor eficacia a los defensores, pero también facilitó a los atacantes actuar desde más lejos y con mayor poder de fuego. Con Internet, como con casi cualquier otra tecnología de despliegue masivo, sucede lo mismo. Entonces, no debería sorprendernos que las enormes posibilidades de recolección y organización de información, cada vez más transparentes, tienten a los Estados a ejercer controles supuestamente "preventivos" sobre las reales amenazas o las que sean percibidas como tales.

Después de todo, no es distinto de lo que hacen las empresas privadas con la información abundantísima que, con consentimiento tácito, le proporcionan sus usuarios. Se trate de colocar estratégicamente avisos basados en los hábitos de navegación o en los contenidos de los mensajes, o determinar conductas "sospechosas" con base en los mismos datos obtenidos; el instrumental empleado es el mismo.

Leyes vigentes

La reciente revelación de que la comunidad de inteligencia de Estados Unidos recoge información a gran escala sobre las comunicaciones por Internet y por telefonía celular de millones de personas no es más que una confirmación de esa posibilidad. Y aunque el estado permanente de sospecha (la condición de que todos son culpables hasta demostrar lo contrario, que invierte un principio fundamental de las sociedades democráticas) resulte repugnante, hay que notar que se basa en instrumentos legales creados al amparo de la paranoia antiterrorista.

Puede discutirse lo retorcido de las interpretaciones del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, pero no la legalidad de instrumentos como la ley Patriot o la ley de vigilancia de la inteligencia extranjera. Y vuelven notorios dos hechos que hemos venido señalando desde hace tiempo las organizaciones que nos ocupamos de las relaciones entre tecnologías de información y derechos fundamentales: que Internet no fue diseñada para garantizar seguridad y privacidad; y que organismos como la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de EEUU tienen las capacidades técnicas suficientes para intervenir cualquier comunicación que deseen.

¿Habrá entonces que darse por vencidos, dar por definitivamente perdido el espacio privado? No necesariamente. Estos hechos nos dejan útiles lecciones: en primer lugar, que los controles ciudadanos sobre la acción de los Gobiernos y las corporaciones son más importantes que nunca.

En segundo lugar, que aunque interesadamente intenten convencernos de que existe un "mundo virtual" separado del real, lo cierto es que lo que suceda en aquel tendrá consecuencias en este; y que como corolario de ello, no debemos dejar de aplicar a lo virtual los recaudos que usualmente tomamos para proteger nuestra libertad e intimidad en el mundo real.

Finalmente, que ningún derecho se regala, y que el precio de mantenerlos es nuestro permanente estado de alerta.

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