22 Febrero 2011
En la capital del carnaval, no todo es alegría. Ranchillos huele a olvido. Lo único que interrumpe el silencio de la mañana es el tren de carga que pasa hacia la zona de la Minera Alumbrera. El ruido de alguna bicicleta o los gritos de unos chicos jugando a la pelota lo rescata del abandono.
En las esquinas el agua se amontona, la basura y los pastos altos tapan las veredas. Lo único que reluce es el club San Antonio, donde la cumbia retumba cada fin de semana y miles de tucumanos festejan el Carnaval. Eso es lo que muchos vecinos le reclaman al delegado comunal, Antonio Pino. "Para lo único que hay plata es para ese club, lo demás no existe", coinciden casi todos ellos.
Los ranchilleños tienen una necesidad imperiosa de ser escuchada, de que su reclamo no haga eco entre las paredes de una comuna que, según sostienen, se acerca a ellos sólo en vísperas de elecciones. Cuando ven a un periodista y a un fotógrafo, depositan en ellos la esperanza de que sus pesares se conozcan más allá de ese pueblo.
Ni la escuela del lugar se salva. "Hace un par de días se robaron los tres tachos en los que hacían el mate cocido para los chicos", se lamenta Luis Ordóñez, vecino y presidente de la cooperadora de la escuela Provincia de San Luis. De allí también se llevaron los ventiladores, material de estudio y parte del mobiliario.
Reclamo
Al borde de la ruta se congregan los vecinos que, por el temblor, perdieron el precario lugar en el que vivían. Pero también se escuchan otras quejas y otros anhelos, como tener un trabajo y no sólo un plan social para subsistir. Entre las mujeres de la ruta -todas muy jóvenes-, decenas de niños correteaban y jugaban entre las cubiertas que ardían en medio del camino. Esa era su plaza y las botellas con las que golpeaban, sus juguetes.
El viejo Hospital venido abajo ya no puede cobijarlos más.
En las esquinas el agua se amontona, la basura y los pastos altos tapan las veredas. Lo único que reluce es el club San Antonio, donde la cumbia retumba cada fin de semana y miles de tucumanos festejan el Carnaval. Eso es lo que muchos vecinos le reclaman al delegado comunal, Antonio Pino. "Para lo único que hay plata es para ese club, lo demás no existe", coinciden casi todos ellos.
Los ranchilleños tienen una necesidad imperiosa de ser escuchada, de que su reclamo no haga eco entre las paredes de una comuna que, según sostienen, se acerca a ellos sólo en vísperas de elecciones. Cuando ven a un periodista y a un fotógrafo, depositan en ellos la esperanza de que sus pesares se conozcan más allá de ese pueblo.
Ni la escuela del lugar se salva. "Hace un par de días se robaron los tres tachos en los que hacían el mate cocido para los chicos", se lamenta Luis Ordóñez, vecino y presidente de la cooperadora de la escuela Provincia de San Luis. De allí también se llevaron los ventiladores, material de estudio y parte del mobiliario.
Reclamo
Al borde de la ruta se congregan los vecinos que, por el temblor, perdieron el precario lugar en el que vivían. Pero también se escuchan otras quejas y otros anhelos, como tener un trabajo y no sólo un plan social para subsistir. Entre las mujeres de la ruta -todas muy jóvenes-, decenas de niños correteaban y jugaban entre las cubiertas que ardían en medio del camino. Esa era su plaza y las botellas con las que golpeaban, sus juguetes.
El viejo Hospital venido abajo ya no puede cobijarlos más.
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