Una celebración de la escritura

Una celebración de la escritura

UN POCO DE CADA COSA. La pluralidad de universos que el peruano configura en cada una de sus obras representan un envidiable sello característico de su profusa creación literaria. UN POCO DE CADA COSA. La pluralidad de universos que el peruano configura en cada una de sus obras representan un envidiable sello característico de su profusa creación literaria.
17 Octubre 2010
Por Ester Nora Azubel
Para LA GACETA - Tucumán

Confieso que descreo de los premios institucionales, como así también de los castigos que les son inherentes, y en cuanto al galardonado, admito que, como algunos, por dispares razones he permanecido cerca de sus primeros textos. Destacaré únicamente dos aspectos de la narrativa de Mario Vargas Llosa grabados en mi memoria a partir de lecturas absolutamente despreocupadas y placenteras, recorridas con la alegría que proporciona el ocio juvenil -experiencia que, con el paso del tiempo, he sido capaz de revivir sólo de vez en cuando-.
El primero está relacionado con la pluralidad de universos configurados en su obra mediante la perspectiva dialógica de personajes múltiples y heterogéneos, de espacios sociales y culturales y de tiempos divergentes. De esos mundos totales y en conflicto plasmados en los relatos, de esa complejidad en permanente tensión, me conmueve el profundo conocimiento y reconocimiento por parte del autor, de un paisaje marginal, suburbano, de exclusión y masivo expresado en algunas de sus novelas.
El segundo aspecto se refiere a entrañables "escenas de escritura", un gesto que Vargas Llosa ha representado recurrentemente y de diversos modos en su narrativa y que podemos leer exacerbadamente expresado en el epígrafe de La Tía Julia y el escribidor (1977). El fragmento mencionado pertenece a Salvador Elizondo y comienza así: "Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo..." La escritura es una pasión irrefrenable -en el caso del personaje Camacho, el escritor de radionovelas- pero también puede ser una "obra en gestación" hacia la que se avanza, metódica y sistemáticamente, en busca de un nombre en el universo literario -como es el caso de Varguitas en el mismo texto (considerado semi-autobiográfico)-. Asimismo, hay otras escenas de escritura menos intensas y casi irrelevantes para las tramas novelescas pero tanto o más sugerentes en la profusa obra de Vargas Llosa: la imagen de Alberto (el poeta) en La ciudad y los perros (1963) leyendo la frase recién escrita, echado en el suelo de una glorieta "la cara apoyada en una de sus manos y en la otra un lapicero suspendido a unos centímetros de la hoja de papel a medio llenar" escribiendo "por media cajetilla de cigarrillos" o la de los editoriales del "periodismo sin convicción" como el que practica Zavalita en Conversación en La Catedral (1969), por dar sólo algunos ejemplos. En estas escenas de escritura, me parece, asoma el motor secreto de los relatos y la vehemencia de una soslayada e irresistible "autobiografía", a la vez  que constituyen la celebración de la literatura.
© LA GACETA

Ester Nora Azubel - Profesora de Literatura  del siglo XX
de la Universidad Nacional de  Santiago del Estero y
de la UNSTA.


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