El itinerario del nazi que rogó larga vida para la Argentina

El itinerario del nazi que rogó larga vida para la Argentina

Por Federico Abel. Una obra sintetiza las fuentes dispersas sobre el hombre que expresó la banalidad del mal. "Me impresionaron esos calzoncillos medio rotos. Espontáneamente me pregunté: ¿este es el gran Eichmann?"

DURANTE EL JUICIO. El hombre al que le causaban gracia las palmeras de la plaza Independencia integró el grupo que diseñó la horrorosa solución final. DURANTE EL JUICIO. El hombre al que le causaban gracia las palmeras de la plaza Independencia integró el grupo que diseñó la horrorosa solución final.
02 Diciembre 2007
Hannah Arendt ha dicho que él expresaba la banalidad del mal, la voluntad burocrática puesta al servicio del asesinato eficiente de seis millones de judíos. No obstante, Zvi Aharoni, el conductor de la veintena de comandos israelíes que el 11 de mayo de 1960 secuestró a Adolf Eichmann en Buenos Aires y que lo trasladó a Tel Aviv, se desconcertó cuando, luego de haber capturado al otrora prototipo del nazi, lo desnudaron en un chalet de San Miguel para evitar que entre sus prendas guardara una cápsula de cianuro que le permitiera suicidarse. Era menester llevarlo con vida a Israel para que fuera juzgado, en un proceso que tenía mucho de simbólico y de necesario porque ya no iban a ser los aliados, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, los que saldarían cuentas con el nazismo (como sucedió con los Juicios de Nuremberg), sino los propios judíos, principales víctimas de la locura hitleriana, entre 1933 y 1945. "Me impresionaron esos calzoncillos medio rotos. Espontáneamente, me pregunté: ¿este es el gran Eichmann, el hombre que decidía el destino de millones de seres?". Esta cita, extraída de un libro escrito por el propio Aharoni, forma parte del quinto capítulo, el más atrapante de esa minuciosa reconstrucción de la vida de Eichmann que logró Alvaro Abós.
El título (Eichmann en Argentina) engaña. Es mucho más que una crónica de los 10 años que el ex oficial de las SS (una suerte de ejército personal de Adolf Hitler), el hombre que llevó la crueldad a estándares casi científicos de la mano de sujetos como Heinrich Himmler (cabeza de las SS) y Reinhard Hydrich (el protegido de Hitler), pasó en nuestro país. En efecto, desgrana -por momentos desordenadamente- su vida, entre 1906, cuando nace en Renania (Alemania), y 1962, cuando es ejecutado en Israel por crímenes de lesa humanidad. Pero se equivoca el que piense que se trata de un relato lineal; en efecto, no es una biografía. El autor se ha propuesto documentar los avatares de quien, pese a haber participado como pocos -más bien como espectador privilegiado- de la cocina del poder en el Tercer Reich, en agosto de 1950, cuando aquella pesadilla -por suerte- había terminado, llegó desorientado a Tucumán en el tren Estrella del Norte.
El libro profundiza en lo que ya se sabía: la red montada y con conexiones con el gobierno de Juan Domingo Perón para, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, tender un puente a aquellos alemanes que en la posguerra podían aportar supuestamente al desarrollo científico argentino. Entre 1946 y 1952, el diputado radical Silvano Santander ya había advertido -sin mucha suerte- que Perón había protegido a muchos nazis, como el mismísimo Joseph Mengele, con quien Eichmann tomó largos cafés en Buenos Aires, en el bar ABC, ubicado en Lavalle y Reconquista, hasta el verano de 1959. ¿Habrán abundado acerca de los experimentos médicos que concretaban en los campos de concentración? ¿Esa clase de hombres era la que necesitaba la naciente Argentina?

De Alemania a Tucumán
En el comienzo del libro, Abós reconoce que empezó a investigar sobre el tema obsesionado por el hecho de que, cuando estaba por ser ejecutado, Eichmann imploró porque Alemania, Austria (había vivido en la ciudad de Linz, como Hitler) y la Argentina, en ese orden, tuvieran larga vida. Era una tarea muy difícil reconstruir el itinerario que Eichmann, luego de haber escapado de Alemania y desde Italia (gracias a un documento de la Cruz Roja), recorrió hasta llegar a nuestro país, donde vivió de manera insignificante, primero como aforador de ríos en Tucumán y luego como obrero de las fábricas Orbis y Mercedes Benz en Buenos Aires, siempre escondido tras el nombre-pantalla de Ricardo Klement. No obstante, lo central de ese mapa ya fue trazado gracias a este trabajo, cuya virtud es sintetizar las dispersas fuentes que existían sobre este indigno capítulo de la historia de la humanidad, así como la de aportar otras desconocidas.
Esta base pueda dar lugar a otras búsquedas, como por ejemplo la reconstrucción de los casi dos largos años que Eichmann pasó en Tucumán. Sí, amigo lector, aquel que el 20 de enero de 1942 participó de la selecta Conferencia de Wannsee, en las afueras de Berlín, donde un grupo de nazis diseñó la solución final que le costó la vida horrorosamente a millones de personas, solía pasearse por la calle Muñecas, disfrutaba de desayunar en el desaparecido café España y una especial gracia le producían las palmeras de la plaza Independencia. © LA GACETA

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