1. Objetos con alma y raíces
En tiempos de consumo vertiginoso y objetos descartables, hay quienes deciden ir a contramano. Guadalupe Carrizo, fundadora de Tres Forajidos, eligió ese camino: uno donde una taza con un animalito no es sólo una taza, sino una excusa para conversar sobre el entorno, las especies autóctonas y nuestra relación con la tierra.
“¿Por qué tenés un cuaderno con un hornero y no con un unicornio?”, lanza. La pregunta no es ingenua: detrás de cada pieza de su emprendimiento hay una intención profunda.
Desde 2019, Tres Forajidos diseña y elabora vajilla, textiles y accesorios inspirados en la flora y fauna nativa argentina. Cerámica ilustrada, lienzos de algodón con tintes naturales, bordados hechos a mano: todo respira arte, juego y conciencia ecológica. Pero más que objetos, Tres Forajidos propone historias que nos conectan con nuestra identidad, con lo que heredamos del paisaje y con un modo más consciente de habitar el mundo.
Ecología como punto de inicio
El emprendimiento nació con una premisa clara: hacer arte desde la ecología. Guadalupe, que se define como ecologista, recuerda que su primera feria fue en el Centro Cultural Virla. Allí presentó una colección de piezas que ya incluía animales autóctonos ilustrados con esmero. Hoy el hornero, el tapir, caracoles argentinos y hasta hormigas, son protagonistas “porque trabajan juntas en pos de la comunidad”.
“No queríamos producir por producir. Queríamos que cada cuenco, cada taza, tenga una historia que despierte conciencia y, por qué no, memoria afectiva”, explica. Y ese vínculo aparece en los relatos de quienes compran sus productos. “Mucha gente se emociona al ver una especie dibujada en una taza: les recuerda su infancia, una caminata o alguna historia familiar”, dice.
Una de las grandes motivaciones de Guadalupe fue su primer sobrino. Pensó en él y en cómo podía acercarle objetos bellos, duraderos, pero también educativos. “La idea es que los chicos crezcan sabiendo qué animales habitan nuestro territorio, y que también puede ser un símbolo potente”, sostiene la emprendedora.
Producción artesanal
La sustentabilidad no está sólo en el mensaje, sino fundamentalmente en el modo de hacer. En Tres Forajidos se trabaja con cerámica artesanal pintada con pigmentos específicos, textiles de lienzo de algodón con tintes naturales o piezas bordadas a mano, muchas veces en colaboración con otras artistas. Todo bajo una misma filosofía: consumir menos, pero mejor.
“No apostamos a la producción en masa. Cada objeto lleva tiempo, detalle y cuidado. Queremos fomentar un consumo responsable, con conciencia colectiva, no individualista”, explica Guadalupe.
Para ella, emprender con sentido implica poner en valor el lugar donde se está parado. “Nuestra mirada es única. Si trabajamos con lo que nos rodea, con lo que se hereda del paisaje y la geografía, eso ya es casi una garantía de que el proyecto tiene raíz y propósito”, profundiza.
Y aunque emprender no es fácil, Guadalupe destaca un cambio positivo: “En Tucumán hay una base de consumidores cada vez más conscientes. Las nuevas generaciones tienen que aprovechar que el camino ya está un poco más allanado”.
2. Aceite que no contamina
¿Sabías que hay un gesto cotidiano que arruina ríos, suelos y cañerías? Por cada litro de aceite que tiramos por la bacha, contaminamos 1.000 litros de agua. Pero en el norte argentino, una empresa decidió hacerle frente al problema con una solución tan práctica como transformadora: recolectar el aceite usado y convertirlo en biocombustible. Se llama BYOS, y desde hace más de 10 años trabaja en Tucumán, Salta y Santiago del Estero con un objetivo claro: hacer del reciclaje un motor de cambio ambiental, social y económico.
“Nosotros no nacimos con el reciclaje como hobby o complemento; nacimos para esto”, dice Ramiro Lobo, gerente comercial de la compañía. “Somos una empresa de triple impacto: cuidamos el ambiente, generamos empleo y lo hacemos con una lógica empresarial sostenible, sin subsidios”, afirma.
Recolectar lo que nadie quiere
BYOS se especializa en recolectar aceite vegetal usado, ese residuo que queda después de freír empanadas, papas o milanesas. Lo hace en tres niveles: grandes fábricas, bares y restaurantes, y hogares particulares.
En 2024, la empresa trabajó con más de 1.600 bares en las tres provincias, brindándoles tachos, retiro semanal y asesoramiento gratuito. Pero también están los hogares, los pequeños generadores. “No vamos casa por casa, pero articulamos con los municipios para instalar puntos verdes donde las familias pueden llevar su aceite usado. De ese modo, generamos conciencia ambiental desde lo cotidiano”, aclara Lobo.
El aceite recolectado no termina en un vertedero, sino que atraviesa un proceso de tratamiento y se transforma en biocombustible. En 2024, BIOS recolectó cerca de un millón de litros de aceite, lo que equivale a evitar la contaminación de 1.000 millones de litros de agua. Un impacto concreto, medible y visible.
“Lo que era basura se convierte en energía. Y además, evitamos que el aceite tapone cañerías, que en barrios vulnerables muchas veces terminan en inundaciones”, explica.
Empresa con rostro humano
Aunque se trata de una empresa privada, BIOS tiene un fuerte componente comunitario. Genera empleo en distintas localidades, desde la capital salteña hasta Concepción, y trabaja en conjunto con intendencias y universidades. “Los municipios son aliados clave: ellos viven las consecuencias cuando un bar tira aceite al desagüe. Por eso firmamos convenios y capacitamos a sus equipos”, subraya.
Más allá del trabajo operativo, BIOS apuesta a sembrar una nueva mirada sobre el ambiente. “Hace poco me llamaron de un colegio en Alberdi: los chicos querían hacer velas con aceite usado. Les propuse algo más grande: ¿por qué no pensar en una empresa de reciclaje como salida laboral?”, cuenta Lobo. Para él, la economía circular no es sólo una tendencia, sino una necesidad: “Hace 30 años no existía la figura del recolector de aceite o del encargado de planta de reciclaje. Hoy son profesiones del presente”.
También lo son las ingenierías ambientales. “Así como un médico cura a las personas, un ingeniero ambiental cura al planeta. Necesitamos que las universidades entiendan eso,” comenta. En un país donde hablar de sustentabilidad muchas veces suena lejano, BYOS baja el discurso a la tierra -y al agua-. A cada litro que no termina en el desagüe, a cada familia que se suma al reciclaje, le pone valor. Y, sobre todo, le pone futuro.
3. Cambiar residuos por futuro
En Tafí Viejo, un vasito de yogur no termina en la basura: puede convertirse en una casa. En un banco de plaza. En una madera plástica que construya algo nuevo y útil. Mientras muchas ciudades luchan por gestionar sus residuos, este municipio tucumano eligió un camino distinto: transformar la basura en oportunidad.
“Los plásticos provienen del petróleo y nos damos el lujo de desecharlos a los pocos segundos de usarlos. Nosotros no queremos eso”, dice Daniel Castillo, secretario de Medio Ambiente y Economía Circular del municipio taficeño. Detrás de esa frase hay una convicción profunda: la basura no es un final, sino un nuevo comienzo con Tafí Viejo Recicla.
Economía circular en acción
Desde esta secretaría, la “Ciudad de Limón” impulsa un sistema de reciclado que no sólo gestiona residuos, sino que los reintegra al circuito productivo. El proceso empieza con la clasificación del plástico por color y tipo, sigue con la compactación para ahorrar combustible y culmina con la molienda, que convierte ese material en insumo para industrias.
De ahí, nacen maderas plásticas, placas para la construcción y otros productos con larga vida útil. “El reciclado no es sólo una opción ecológica, es también una decisión política que implica pensar a largo plazo y cuidar los recursos que ya tenemos”, explica Castillo. Y agrega: “Estamos extrayendo recursos que no deberíamos, cuando ya están disponibles en los basurales”.
Para el funcionario, en los últimos años la conciencia ambiental de los vecinos ha empezado a cambiar. Parte de ese cambio se debe al avance del calentamiento global, que dejó de ser una amenaza lejana para convertirse en una realidad visible. “El cambio climático ha demostrado que la naturaleza toma revancha por el daño que le hacemos. Por eso, cada acción de reciclado es también una forma de resistencia”, advierte.
Tafí Viejo apuesta a visibilizar esta lucha cotidiana: desde campañas educativas hasta políticas concretas de separación en origen, recolección diferenciada y aprovechamiento de residuos. “Queremos mostrarle a la sociedad que es posible vivir en un mundo más justo, donde los recursos se reutilicen de forma equitativa”, dice Castillo.
Mucho más que residuos
Pero el compromiso de Tafí Viejo con el ambiente va más allá del reciclaje. Desde la secretaría también se promueve la movilidad sustentable, el uso de bicicletas, la mejora del transporte público y el reemplazo de luminarias por sistemas más eficientes. Todo está pensado para reducir el consumo de combustibles fósiles y minimizar la huella ambiental de la ciudad.
“Cada ahorro energético, cada residuo recuperado, cada calle con mejor iluminación, suma. Pero para que esto funcione, necesitamos que estas políticas se conviertan en políticas de Estado”, sostiene.
“Ante el negacionismo climático, más que nunca debemos mostrar que hay otra forma de vivir. Que los recursos existen, que están ahí, esperando ser reutilizados con inteligencia y compromiso”, afirma el secretario.
Y mientras en muchas partes del mundo los residuos crecen sin control, en este rincón tucumano, cada botella, cada envoltorio, cada vasito de yogur, puede tener otra vida.
4. Florecer con conciencia
Primero fue el silencio. Después, el fuego y la fruta. En un rincón húmedo del oeste catamarqueño, entre nogales, chañares y parras, Cecilia Díaz volvió a empezar. Armó una carpa, vendió su casa en Tucumán y eligió habitar el Kay Pacha. El “aquí y ahora” según la cosmovisión andina. Allí en Santa María, nació su proyecto agroecológico y vital.
“Sentí un llamado del alma. Necesitaba otra forma de vivir, conectar con la tierra y con mi interior”, cuenta la creadora de Kay Pacha, un emprendimiento de producción artesanal de dulces, licores y arropes cocinados a leña, sin agrotóxicos y en pequeña escala.
La historia comienza con un acto de renuncia: dejar el local de diseño de autor que tenía en San Miguel de Tucumán, soltar el ruido, el miedo y el cemento. Empezar de nuevo, literalmente desde el barro. “Viví tres años en carpa, después pude construir mi casa con adobe. Alrededor fui plantando y cosechando: membrillos, damascos, duraznos, uvas. Todo silvestre. Y nació Kay Pacha”, recuerda.
No es sólo un producto, es una forma de vida para Cecilia. Cada frasco de dulce encierra más que fruta: guarda la leña, el tiempo, el agua, las manos. La elaboración es completamente artesanal, desde la cosecha hasta la cocción. No hay conservantes, no hay aditivos, no hay grandes volúmenes.
“Hago no más de 20 frascos por variedad. Son dulces de verdad: con fruta, con menos azúcar, con el sabor del ahumado. Me enseñaron mujeres de la zona, abuelas que compartieron sus saberes”, cuenta. Con lo que queda del primer hervor del membrillo, por ejemplo, hace jalea. Con el cayote, conserva la tradición. Elabora también licores y mistelas en pequeña escala, como parte de una reserva íntima, casi ceremonial.
Compromiso pleno
El compromiso va más allá de lo culinario. Cecilia vive en equilibrio con su entorno. No usa químicos, aprovecha todo lo que la tierra da y protege el agua como un bien sagrado. “Acá el agua es vida. Cuando llegué, todo estaba seco. Un día cavamos... y apareció. Ahí sentí que todo tenía sentido. Desde entonces, todo brotó: plantas, árboles, caminos”, dice.
Hoy, Cecilia vende sus productos a través de Instagram, entrega personalmente en Tucumán una vez al mes y participa en ferias agroecológicas populares. También recorre el NOA con otras productoras, como bodegas familiares de vinos de altura. “Llevo mis dulces, pero también vendo productos de amigas como arrope, vino, mistela... Confío en lo que hacen, y ellas confían en mí. Eso también es parte del cambio: tejer redes reales entre las personas”, indica.
Para ella, el comercio justo empieza con una historia contada cara a cara, con un pedacito de membrillo en la mano. La diferencia, dice, está en el sentir. La elección de volver a lo pequeño, lo lento y lo natural no fue sólo personal: es política. En tiempos de crisis climática, megaminería y contaminación, Kay Pacha propone un modelo distinto, sustentado en el respeto por la tierra y los ciclos. “Esto no es sólo un trabajo. Es una manera de habitar, de estar presentes en el aquí y ahora, sin dejar huella destructiva”, asevera.
En el sabor profundo de sus dulces, se esconde una verdad simple y luminosa: no hay futuro sin conexión con la tierra. Cecilia lo entendió cavando en el suelo seco, cuando brotó el agua y con ella una nueva forma de vivir. Kay Pacha no sólo endulza, sino que también despierta.








