La misa de hoy: el primer milagro de Jesús

19 Enero 2025

Dos veces llama San Juan Madre de Jesús a la Virgen: en las bodas de Caná y en el Calvario, y en ambas hay diversas analogías. Uno está situado al comienzo y el otro al final de la vida pública de Jesús, como para indicar que toda la obra del Señor está acompañada por la presencia de María. Ambos episodios señalan la especial solicitud de Santa María hacia los hombres; en Caná intercede cuando todavía no ha llegado la hora; en el Calvario ofrece al Padre la muerte redentora de su Hijo, y acepta la misión que Jesús le confiere de ser Madre de todos los creyentes.

“En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia: No tienen vino. Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone “en medio”, o sea, hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien “tiene el derecho de”- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres.

Dijo su Madre a los sirvientes: Haced lo que Él os diga. Y los sirvientes obedecieron con prontitud y eficacia: llenaron seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones, como les dijo el Señor. San Juan indica que las llenaron hasta arriba. Sacad ahora, les dice el Señor, y llevárselo al mayordomo. Y el vino es mejor que cualquiera de los que han bebido los hombres.

Como el agua, también nuestras vidas eran insípidas y sin sentido, hasta que Jesús ha llegado a nosotros. Él transforma nuestro trabajo, alegrías y penas; hasta la muerte es distinta junto a Cristo. El Señor sólo espera que realicemos nuestros deberes usque ad summum, hasta arriba, acabadamente, para que Él realice el milagro. El Señor convierte en vino riquísimo nuestras labores y trabajos, que de otra manera permanecen sobrenaturalmente estériles. Si cada uno trabajase con perfección humana y con espíritu cristiano, mañana nos levantaremos en un mundo distinto. Sería una fiesta de bodas, un lugar más habitable y digno del hombre, en el que la presencia de Jesús y de María imprimirían un gozo especial.

No dejemos que la rutina, la impaciencia, la pereza, dejen a medio realizar nuestros deberes diarios. Lo nuestro es poca cosa; pero el Señor quiere disponer de ello. Pudo Jesús realizar igualmente el milagro con las tinajas vacías, pero quiso que los hombres cooperan con su esfuerzo y con los medios a su alcance. Luego Él hizo el prodigio, por petición de su Madre.

¡Qué alegría la de aquellos servidores obedientes y eficaces cuando vieron el agua transformada en vino! Son testigos silenciosos del milagro, como los discípulos del Maestro, cuya fe en Jesús quedó confirmada. ¡Qué alegría la nuestra cuando, por la misericordia divina, contemplemos en el Cielo todos nuestros quehaceres convertidos en gloria!

Jesús no nos niega nada; de modo particular nos concede lo que solicitamos a través de su Madre. Ella se encarga de enderezar nuestros ruegos si iban algo torcidos. Siempre nos concede mucho más de lo que pedimos, como ocurre en la boda de Caná. Hubiera bastado un vino normal, incluso peor del que se había ya servido, y muy probablemente hubiera sido suficiente una cantidad mucho menor.

Haced lo que Él os diga. Son las últimas palabras de Nuestra Señora en el Evangelio. No podían haber sido mejores.

(Textos basados en ideas de “Hablar con Dios”, de F. Fernández Carvajal)

Temas Cristo
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios