Alguien ya dijo esto que estoy a punto de decir ahora

Alguien ya dijo esto que estoy a punto de decir ahora

Alguien ya dijo esto  que estoy a punto de decir ahora
28 Abril 2024

Por Hernán Carbonel

Para LA GACETA - SALTO

Digan la verdad: ¿no juegan ustedes a buscar, o a encontrar (vaya diferencia), relaciones entre frases sueltas?

Cosas que hayan leído, escuchado, una de acá, otra de allá, una de más allá. Ayer, años ha, en otra vida, no importa. Ese rejunte de citas que, hasta el momento en que se encuentran, sea por el ojo o por la oreja, nunca creímos que podían convivir. Y ahí sí, sinapsis y zas, no hay epifanía mejor que esa, corte de manga a las neurociencias posmodernas. Un norte que se ubica entre el background y el azar.

“Se opera por relación”, le oí decir alguna vez a un/a psicoanalista en una nutrida reunión social, sentado/a sobre el apoyabrazos de un mullido sillón de tres cuerpos mientras sujetaba entre sus manos un generoso vaso de gin tonic. (Sostuve la posibilidad de retrucarle que la relación, para mí, era entre su idea y el vaso, pero uno, a veces, en contra de sus propias taras, suele contener los diques internos a tiempo. Chiste más facilón aún omití: si en vez de estar bebiendo gin se hubiese volcado al pisco, estaríamos hablando de un/a pisco-analista. Disculpen el desliz, tengan piedad).

“A partir de determinado punto, no hay retroceso posible. A ese punto hay que llegar”, escribió Franz Kafka. Así que, qué mejor, juguemos. Busquemos relaciones, hagamos sinapsis. Yo voy con estas pocas, ustedes agreguen las suyas.

“Uno nunca habla tan certeramente de sí mismo como cuando cree que está hablando de otro”, escribió Juan Forn en una de sus mayúsculas columnas sobre Jean Cocteau. “Es peligroso no coincidir con la idea que la gente se ha hecho de uno, porque la gente no suele estar dispuesta a dar marcha atrás en lo que opina”, en palabras del propio Cocteau. Lacan, que fue contemporáneo del escritor, artista plástico y director franchute, se hubiera hecho el plato con esto, si es que no se lo hizo. Ni hablar de Michel Pêcheux, también franchute, y sus formaciones imaginarias. A y B y sus complejas interacciones. Esa sí que no falla.

Primera de Borges: “Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”. Está en “El jardín de senderos que se bifurcan”. No es más que una variación de aquella de Gérard de Nerval: “Me disculpo por verme a obligado a ser el protagonista de los hechos que me suceden”. El ego pasado por la zaranda del cinismo, una extrema autoconciencia –¿ese término se lo está fagocitando el género autoayuda o me parece?–, la vuelta entera para regresar al punto de fuga.

Y, para seguir con Borges y su versión de Tadeo Isidoro Cruz, aquello de que “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, porque Cruz “comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro”. Ese momento, como bien plantea Kafka –Kafka y Borges juntos, una vez más, y van–, ya no contempla ningún retroceso posible.

Y lo que es para la literatura lo es, también, para la música.

“Yo solo tengo esta pobre antena que me transmite lo que decir”, tiró Charly para volverlo un clásico. Porque, como bien añadió Manuel Moretti, “esas mágicas canciones son como antenas”.

“Lo tuyo es mío y lo mío es mío”, declaró para siempre Moris en “Pato trabaja en una carnicería”. 31 años después, en plena crisis de 2001, Dárgelos susurraba desde Jessico que “lo regalado es mío y se acabó, no lo devuelvo”. En el medio, en “Motorpsico”, el Indio había declarado que “lo que debés, cómo puedes quedártelo”. Cada uno de ellos se quedaba con algo ajeno a su manera, cada uno de ellos era un signo de los tiempos que les tocaban vivir. Proudhon se hubiera hecho un banquete con el contrapunto. Proudhon, sí, el anarquista, otro francés, el de “la propiedad es robo”.

“Falsos hippies, burgueses frustrados y toda mi rabia contra algunos de ellos y entre medio Pato, Pato de Palermo que allá estará bajando medias reses”, definió Moris al respecto. En algún momento circuló la versión de que la carnicería no era una carnicería en sí sino la metáfora de un banco (no exactamente esos que se usan para sentarse), que es otra forma de la carnicería. No importa si es verdad o no, la sola invención de la metáfora ya es suficiente.

Una más de Babasónicos y ya está: Elmyr De Hory, uno de los más famosos falsificadores de cuadros de la historia, dijo que jamás había imitado la firma de un pintor porque directamente no los firmaba. “El nombre de un hombre no importa tanto”. “Pendejo” –sí, también de Jessico– va por el mismo camino cuando sentencia que “mi nombre no es importante / lo importante es olvidar”.

Regresemos al principio, a Cocteau, ya que estamos entre libros y canciones. “Aferrado a la verja de su personalidad como alguien que ha quedado preso del lado de afuera”, dice Forn sobre el multifacético francés. Que no es otra cosa que aquella famosa máxima de Andrés Calamaro en “Media Verónica”: “la vida es una cárcel con las puertas abiertas”.

Es así, nuestra cabeza es un lavarropas donde la memoria –selectiva, siempre– se activa o desactiva con cada giro de tambor, horizontal o vertical: va y viene, unifica y dispersa, sopesa y abandona. Operamos por relaciones, como dijo aquel/la psicoanalista desconocido/a en una fiesta que hace rato terminó. Enunciamos como propias sentencias que no nos pertenecen, o las enunciamos, en el fragor de una charla, con la dignidad propia de aquel que saca pecho ante la tormenta del olvido, porque, aunque no nos pertenezca, sabemos que alguien ya dijo esto que estamos a punto de decir y, al reproducirlo, de algún modo, nos lo apropiamos. Cosas del copyright mental.

Esto es todo por ahora. La última cita es del sueco Sven Lindqvist: “Lector, ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos falta es el coraje para darnos cuenta de lo que ya sabemos y sacar conclusiones”. Ustedes saben que hay más. Ahora es vuestro turno.

© LA GACETA

Hernán Carbonel – Escritor y periodista.

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