Faltaron José y el sueño de los mosquitos

Faltaron José y el sueño de los mosquitos

Faltaron José y el sueño de los mosquitos

El aumento de la demanda por repelente de mosquitos y la frustración por su faltante contienen unas cuantas lecciones de economía. Algunas sencillas, otras polémicas, pero la realidad argentina siempre genera alguna picazón.

Primero, muestra que la escasez no es un concepto absoluto sino relativo. La misma cantidad de un bien puede ser abundante o escasa según cuánto la piden y esto depende de aquello que las personas consideren necesidad. Por lo tanto la demanda es subjetiva y así también la escasez. Sirva un retroceso de varias décadas hasta las ballenitas, ese adminículo usado para que el cuello de las camisas no se doblara. Podría especularse que su existencia en Argentina es cero o cercana a cero. Sin embargo, no es un bien escaso. De hecho, hasta podría decirse que no es un bien ya que hoy no atiende necesidad alguna.

Para volver al repelente: las empresas tienen un ritmo de producción y comercialización adecuado a sus previsiones de costos y demanda. Esta temporada hubo un número de mosquitos mayor al habitual lo que generó una demanda mayor de la habitual y en consecuencia la oferta de repelente no pudo cubrirla al precio usual. De allí el incremento de escasez y de precios.

Algo que es lógico. El precio que las personas están dispuestas a pagar depende del valor que le dan al bien y éste es más valioso cuanto más importante sea para satisfacer una necesidad. Cuando su demanda excede a la oferta para un precio dado aumenta su relevancia, por lo tanto su valor y en consecuencia su precio. Ocurre siempre. Que los repelentes sean más caros en términos relativos ahora que hace seis meses tiene la misma base de que el pescado sea más caro en Semana Santa.

Claro que en una economía normal la estacionalidad implica regularidad y las subas relativas son transitorias, y de hecho menores que sin la previsión pues gracias a ella hay una producción adicional sustentada en los mayores precios relativos transitorios. Imagínese que de improviso se instituyera la obligación de una dieta determinada y compárese con la situación en que el cambio dietario sea rutina. Y si la mayor demanda es sostenida los mayores precios atraen oferentes y en el mediano plazo la provisión se regulariza en precios menores a los del corto plazo. Entonces, ¿era previsible la situación actual? Parece que no específicamente aunque sí se advierte, hace mucho, del impacto del cambio climático en los vectores de diferentes afecciones.

Como fuere, muchos sostienen que la escasez de repelente es una falla de mercado que demuestra la importancia del Estado. Error. Primero, fue una falla del Estado. Hay menos producción argentina de repelente porque un componente esencial, el deet, es importado y debido al cepo cambiario los empresarios decidieron comprar sólo lo imprescindible para lo regular.

Segundo, la demora en la respuesta privada también es una falla del Estado por las regulaciones a la importación. Recién el viernes el gobierno decidió levantar las trabas. No fue una falla del mercado sino el Estado complicando al mercado. En una economía libre habría habido mayor importación de insumos, en consecuencia más producción, y también importación de repelente mucho antes.

Y así como el mercado no previó la crisis el Estado tampoco. Ni este gobierno ni el anterior. Valga otro viaje al pasado. Hace unos 30 años la Federación Universitaria Argentina emitió una opinión contra el gobierno de Carlos Menem recordando la historia bíblica de José en Egipto y el sueño del Faraón sobre los siete años de vacas gordas seguidos de siete años de vacas flacas. El Faraón le pidió a José que interpretara el sueño y éste refirió a los siete años de abundancia seguidos de siete años malísimos por lo que aconsejó construir silos para guardar el trigo de los siete años buenos y usarlo durante los siete malos. Así se hizo y todos contentos. ¿Qué habría pasado, se preguntaba la Fua, si Domingo Cavallo hubiera sido ministro del Faraón? Según la central estudiantil, habría dejado actuar al mercado y luego de consumir sin freno los siete primeros años los egipcios se hubieran muerto de hambre.

Gracioso, pero equivocado. Primero, desde siempre la humanidad sabe de la variabilidad climática y cuando pudo ahorró o creó mecanismos de seguros, algunos más útiles, otros menos, para capear las malas temporadas. Tanto el sector privado como el sector público. La precaución no es patrimonio gubernamental. Segundo, el liberalismo (del que mal acusaban al menemismo) no defiende el consumo sin medida sino, al contrario, el ahorro porque es la fuente de la inversión. Las políticas consumistas son más bien keynesianas (bien vistas por muchos en la Fua) que ortodoxas. Y tercero, hubo información privilegiada: Dios indujo el sueño del Faraón e inspiró a José. Cualquiera gobierna bien si Dios le cuenta el futuro. ¿Acaso la Fua quiso decir que los gobernantes “progresistas” pueden hablar con Dios mientras que los liberales no? Tal vez no creía eso, ni lo crean quienes defienden el intervencionismo estatal. No explícitamente. Pero en el fondo sí. Pensar que el Estado es siempre y en toda ocasión mejor para las decisiones que el mercado es creer que los gobernantes son seres superiores. De inteligencia, visión, valor, sacrificio y honestidad superior a los empresarios, trabajadores y consumidores. Pero los gobernantes son tristes humanos como cualquiera.

Por ahora, el gobierno dispuso cupos para la venta de repelente y así regular la distribución (no era tan anarco Javier Milei). Y pasa lo típico, ya explicado: aparecen oferentes nuevos, del mismo bien o sustitutos. Empresas, familias, universidades, están respondiendo a los incentivos de la escasez. Algunos por altruismo, otros por negocios. Así funciona el mundo. A ensayo y error, con seres imperfectos. Eso sí, parece que Dios no envía sueños ni intérpretes como antes. Habría que prestarles más atención a las ciencias, para evitar crisis y para tener mecanismos eficientes de respuesta.

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