Bibliotecas, nutrición y sensibilidad

Bibliotecas, nutrición y sensibilidad

03 Marzo 2024

Leí Internet y el hombre creativo (LA GACETA Literaria, 18/02/24) y algo me quedó dando vueltas, algo que no me cerraba del todo. Por supuesto, no soy el gerente de legales de un diario. Lejos de eso, mi quehacer profesional es mucho menos ¿glamoroso? y más ¿pedestre? Pero, querido lector, le pido que deje el prejuicio a un lado y juzgue mis líneas por su calidad y no por mi persona. O, ya que estamos, por el contenido y no por el envase. Sí, eso es, deje a un lado, al menos por un momento, la falacia ad hominem.

Bibliotecas y agujas

Diego Garazzi nos recuerda lo obvio: el contenido es anterior a internet y plantea que esta sin aquel no sería nada. Los ejemplos son impactantes. Intenté imaginar un ramo sin flores y mi cerebro se rebeló ante lo absurdo de la proposición.

Sin embargo, el autor olvida, en ese viaje al pasado, lo que era internet a. G. (antes de Google). Los que tenemos unos cuantos años, sí lo recordamos y de ninguna manera lo añoramos. Encontrar contenido valioso era una tortura. Más allá de la escasísima velocidad de la red, el por entonces buscador estrella, Altavista (¿lo recuerda?) era, ciertamente, una vergüenza. Google cambió para siempre a la red y a nuestra forma de interactuar con ella. Lo hizo a tal punto que fue, si no me equivoco, la primera empresa que vio como su nombre se verbalizaba: I googled you empezó a expandirse en el uso diario, aunque la Real Academia Española todavía no haya incorporado el verbo en su versión española, googlear.

¿Debemos permanecer impávidos ante cualquier abuso del gigante Google? No, de ninguna manera. Cualquier abuso de posición dominante debe ser enfrentado con la ley en la mano.

¿El contenido no importa entonces? Tampoco, importa y mucho. Pero, si se me permite la anacrónica analogía, el bibliotecario también tiene su mérito. De nada sirve que pongan en la palma de mi mano todo el contenido de la humanidad si no tengo la más remota idea de dónde está la información sobre el siglo de Pericles, la rebelión de Espartaco o el golpe de 1930 en Argentina, por poner algunos ejemplos. Imagine el lector que en un viaje en el tiempo pudiese conocer la legendaria Biblioteca de Alejandría o, vaya más allá si quiere: sueñe con acceder a esa creación borgeana que es la Biblioteca de Babel. ¿Lo hizo? Ahora piense que, ante tanto contenido disperso, se encuentra en la más absoluta soledad, sin bibliotecario que lo ayude. ¿De qué le sirve tanto contenido? Exacto, de nada. Sería más fácil que encontrase una aguja en un pajar, que lo que usted busca en la red.

Nutrición y creación

Garazzi, como muchos, se sorprende de la inteligencia artificial en sus diferentes versiones, pero pone el dedo en la llaga en su dependencia de los contenidos de terceros. Acá la cuestión no es de reconocimiento, sino de dinero. ChatGPT con su “honestidad brutal” reconoce que ¿consumió? ¿se nutrió? de contenido de diversas fuentes. Entre ellas, el diario fundado por Bartolomé Mitre.

El autor vuelve sobre lo mismo: ChatGPT estaría vacío sin fuentes de nutrición de su inteligencia. Sin embargo, obvia decir que lo estaría tanto como lo estaríamos nosotros.

Cada día de nuestra vida, algunos más, otros menos, consumimos contenidos. Desde la escuela, somos como envases en los que nos inundan de contenidos. Leemos libros, estudiamos manuales, vemos películas, maratoneamos series, escuchamos música, consumimos podcasts y así se puede seguir…

Los seres humanos nos nutrimos de contenidos y los usamos para crear más. Sin ir más lejos, para escribir, donde la cita o mención de la fuente es suficiente. ¿O no? ¿O a alguien se le ocurriría cobrarle a un abogado porque utiliza el contenido que aprendí en la facultad para defender a un cliente y ganar dinero? ¿Debería pagar a Rita Mae Brown si usa la frase “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes” de su novela Sudden Death?

Sensibilidad y futuro

Por supuesto, no soy un insensible para darme cuenta que el periodismo profesional que desarrollan diarios como La Nación está sometido a una crisis que la inteligencia artificial viene a complicar aún más. Tampoco me hago el tonto: mi comparación entre ChatGPT y cualquier ser humano puede (y lo es seguramente) ser caracterizada, al menos, de simplista, inadecuada y engañosa.

El mundo cambia y lo hace cada vez más rápido. Les tocó a los vendedores de velas cuando Thomas Alva Edison inventó el foco, a la industria de las carretas cuando Henry Ford popularizó el Ford T y a un montón de trabajos que fueron arrasados por el accionar del hombre creativo que señala el autor. El futuro no está escrito. Habrá que ingeniárselas y ganar en creatividad para la inevitable reinvención. Menos mal que existen hombres creativos para ello. ¿O no?

© LA GACETA

Agustín Eugenio Acuña

Tucumán

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