La Luna de Jayam y las preguntas que nos faltan

La Luna de Jayam y las preguntas que nos faltan

La Luna de Jayam y las preguntas que nos faltan

El almanaque es una abstracción inventada por el hombre. Nada tiene que ver con la realidad, pese a que la modifica de forma sustancial.

El cosmos no sabe de calendarios. El universo no tiene días y noches, o en todo caso tiene miles de millones de días y de noches simultáneos. No existen las cuatro estaciones en las galaxias, ni las vacaciones, ni los meses, ni los fines de semana, ni los feriados. Menos los fines de semana largos, como el que atravesamos hoy.

Aunque no se paguen los salarios ni los aguinaldos, el planeta Tierra sigue girando. La edad es un convenio colectivo de la raza, y bastante nuevo en parámetros humanos. Cumplir 21 años y emanciparse, ser un niño o un adolescente, jubilarse, trabajar de carpintero o doctorarse en Física son inventos de las personas que no cambian el clima ni adelantan la puesta del sol.

Acordamos que las vacaciones de Julio ocurren ese mes en el Hemisferio Sur, mientras en el Norte transcurren en verano. Si la Tierra tuviese rostro se reiría de nuestras ocurrencias, de nuestras efemérides, y el Sol explotaría en carcajadas al enterarse que concebimos un solsticio y un equinoccio, una Pascua, un Ramadán, un Yom Kipur o un Vesak.

El padecimiento de no llegar a fin de mes desaparecería si elimináramos los meses. ¿Y las cuotas? ¿Qué harían los bancos si los créditos no tuvieran principio ni fin?

¿Cómo se contarían los aportes jubilatorios si los años no fueran años?

¿Qué serían las elecciones anticipadas si no existiera el verbo transitivo anticipar, que significa “hacer que algo suceda antes de tiempo”?

Ni hablar de los anticipos salariales, sería una tragedia perder ese derecho, un verdadero motivo para que la Confederación General del Peronismo hiciera un paro. Y para que existieran los paros antes debería haber días, jornadas laborales, horas, es decir, esas abstracciones inventadas por nosotros, varias veces en la historia.

Ordenamiento papal

Un Papa dispuso por decreto el calendario gregoriano en 1582, ayer nomás, que es el que rige actualmente a nivel global, desde Tokyo hasta Famaillá. Es tan nuevo que cuando los europeos llegaron a América no existía ese almanaque, ni Europa se llamaba Europa.

Quizás el papa Gregorio XIII se cansó de tener que remendar el desorden temporal y dictó esa bula. Es que antes de este mandato pontificio, en la época del Imperio Romano, el calendario tenía 304 días, divididos en 10 meses, y los papas debían intercalar un undécimo mes cada pocos años para compensar el desajuste de tiempo. Se había llegado al punto de que el invierno terminó siendo fechado en el otoño astronómico, siempre en referencia al Hemisferio Norte. El Hemisferio Sur era aún tan emergente que tal vez ni estaciones tenía, aunque quizás ya tenía deudas, pobreza y clientelismo.

El emperador Julio César, 46 años antes de que naciera Cristo y empezáramos a contar todo de nuevo, ordenó una reforma que retomaba los 365 días divididos en 12 meses del calendario egipcio.

Esto porque los egipcios habían inventado los primeros calendarios solares que medían el tiempo guiados por el movimiento aparente del Sol. Lo único que querían saber los egipcios era la fecha exacta en que iba a crecer el río Nilo. Eran los primeros intentos en que la política pretendía anticiparse a la naturaleza y, al igual que hoy, sigue sin poder lograrlo.

Unos 3.500 años después todavía no podemos predecir las crecidas de los ríos Gastona o Marapa.

De todos modos, el calendario sigue siendo defectuoso y por eso tenemos que sumarle un día a febrero cada cuatro años.

Blanca y embriagadora

Todo este lío surge por la hermosa Luna, nuestra ancestral ordenadora temporal, que precede por miles de años a los egipcios, a los romanos, a los papas y a los relojes suizos.

“Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, poetizó el astronauta norteamericano Neil Armstrong cuando saltó a la Luna por primera vez, el 20 de julio de 1969. Frase que siempre nos emociona.

El día y la noche no son caprichos del hombre y son los ciclos que realmente nos rigen la vida en toda su plenitud. Salvo excepciones, casi todos los mamíferos descansan de noche y se activan con el día, con la luz, donde nuestro principal sentido funciona mejor. Hacer lo contrario es antinatural, salvo cuando se es joven y fiestero. Por eso los que trabajan de noche cobran más, o al menos deberían.

En algún momento, algún o alguna cavernícola descubrió que la Luna va cambiando de forma y que retorna a su versión inicial cada 29,5 días. Esa exactitud la conocemos ahora, en las cavernas todavía no tenían números. De allí que a la primera fase le pusimos Luna Nueva.

Un proverbio portugués reza: “La Luna y el amor cuando no crecen, disminuyen”.

La Luna se inclina 13 grados por día hacia el Este. Cuando ocurre la Luna Nueva, el ángulo entre las direcciones Tierra-Luna y Tierra-Sol es de cero grados. Allí se dice que la Luna está en conjunción.

Es cuando el Sol y la Luna salen y se ponen al mismo tiempo, por eso la Luna no es visible. Al día siguiente, la Luna sale y se pone 50 minutos más tarde que el Sol, y así sucesivamente, de manera que podemos observarla a baja altura, como una lúnula, después de la puesta del Sol.

Los persas, más exactos

Mañana seremos testigos del último día del año 2023, quienes tengan la dicha de despertar, porque como escribió el matemático, astrónomo, filósofo y poeta persa Omar Jayam, o Khayyam, “no te ilusiones con tu riqueza y tu belleza; puedes perderlas: aquélla en una noche; ésta, en una fiebre”.

Jayam nació en Nishapur, actual Irán, el 18 de mayo de 1048 y falleció el 4 de diciembre de 1131 y es reconocido por su Rubaiyat, una serie de poemas exquisitos que trascendieron muchos siglos después de su muerte, cuando fueron traducidos al inglés en el Siglo XIX.

Poco se sabe que fue uno de los genios que cambió la forma de medir el tiempo. Transformó el calendario zoroástrico, que los persas decidieron conservar incluso después de la islamización, debido a su exactitud. Las investigaciones de Jayam sobre el tiempo y las tablas astronómicas permitieron corregir un error en la medición de los días.

El nuevo calendario, que se llamó Yalalí, calculó la duración del año con una exactitud sorprendente y con un margen de error de un día en 3.770 años, más exacto que el calendario gregoriano, cuyo error es de un día en 3.330 años. Irán y Afganistán son los únicos países que aún emplean el calendario de Jayam.

Pasado mañana será 2024, aunque en proporciones existenciales nada será distinto. Nuestros ingresos y nuestras deudas serán idénticas, lo mismo que nuestros amores y nuestros rencores.

Lo que sí podemos cambiar en esta fecha tan simbólica para los seres humanos son nuestros deseos a la hora de levantar las copas, quienes tengan la fortuna de poder hacerlo. El nuestro es que este año cosechemos más preguntas que respuestas. Consideramos que uno de los grandes defectos del hombre actual, sobre todo de los argentinos tan padecientes, es que frente a las dificultades paradójicamente nos volvemos más soberbios en vez de más humildes.

Estamos contaminados y repletos de respuestas, obcecadas y fanáticas, de supuestas verdades irrebatibles, cuando estamos gravemente carenciados de las preguntas necesarias y precisas, de las tribulaciones esenciales de toda creación, de las dudas fundamentales de cualquier investigación o ciencia.

Jayam era además de sabio, un hombre escéptico, no religioso, obsesionado con la ineludible muerte y la urgencia de disfrutar cada segundo de la vida, y quizás por eso midió los años con tanta exactitud.

Su Rubaiyat precioso está colmado de preguntas y de dudas existenciales y a la vez, y tal vez por ello, de sus versos se desprende un disfrute inmenso de la vida.

Entre la Luna que tanto observó y el vino que está presente en cada verso, Jayam nos dejó una de sus enseñanzas más bellas y extraordinarias: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy. Coge un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe pensando en que mañana quizás la luna te busque en vano”.

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