Sexualmente hablando: patrón sexual

Sexualmente hablando: patrón sexual

Sexualmente hablando: patrón sexual

Como todos y todas sabemos, con frecuencia se generan conflictos cuando en una pareja una persona pretende tener más sexo que su compañero/a. Hasta algunas llegan, por este motivo, a considerarse “sexualmente incompatibles”. Pero, ¿cada cuánto una persona debería querer tener relaciones sexuales? ¿Cómo medirlo, con qué criterio?

Lo cierto es que no hay una respuesta correcta. Y es que se trata de un aspecto subjetivo que, por lo mismo, varía enormemente de un individuo a otro, dado que los niveles de nuestro deseo sexual se ven afectados por múltiples factores. Algunos de los cuales son bastante permanentes (por ejemplo, la personalidad), mientras que otros son más bien temporales (como el estado de ánimo o de salud). Las variables contextuales: sociales, culturales, políticas, económicas, etc. también gravitan. Al igual que, obviamente, las cuestiones relativas al vínculo de pareja. Todo eso y más es capaz de condicionar el deseo sexual (incluyendo el famoso “Mercurio retrógrado”, dirían algunos).

Por otro lado, a pesar de que la misma persona puede tener sexo con más frecuencia con una pareja que con la próxima, por lo general todas tenemos un índice básico de interés sexual que se mantiene y que permanece bastante parecido de una relación a otra. Este índice se corresponde con el llamado “patrón sexual”, definido como el “conjunto de características y manifestaciones que, en los últimos cinco años, ha presentado regularmente un individuo, que debe tener 25 años o más, en relación con su sexo y su función sexual”.

La sexóloga argentina Cecilia Ce ejemplifica este asunto del patrón sexual, en relación a los niveles de deseo, como un “estado de disponibilidad”, en el sentido de una suerte de esquema que cada uno de nosotros va armando de su sexualidad. Y así, algunas personas tienen este aspecto más “inhibido”, mientras que otras lo tienen más “acelerado”, a la manera del freno y el acelerador de un auto.

Entonces, podríamos decir que hay quienes siempre encuentran buenos motivos para tener sexo: “porque hace frío”, “porque ya empezó el calor”, “porque justo salí más temprano del trabajo”, “porque es domingo”, “porque llueve”, “porque estoy contenta”, “porque estoy triste”, “porque estoy estresada”, “porque tuve un mal día”, “porque tuve un buen día”… Son personas habitualmente dispuestas a tener un encuentro sexual.

Receptivas -salvo situaciones excepcionales- a esa posibilidad. Tienen el “sí fácil”, como quien dice.

Y después están las que son más inhibidas, más adeptas a frenar, a decir que no. Para ellas entrar en la escena sexual es casi una carrera de obstáculos. “Los chicos están en el cuarto del lado”, “mañana me tengo que levantar temprano”, “estoy cansado”, “ya es tarde”, “estoy medio hinchada”, “justo me vino”, “tenemos poco tiempo”, “estábamos viendo una película”, “tengo trabajo pendiente”… Todo puede convertirse en una razón para descartar el sexo.

Desde luego que se trata de una división grosso modo, en dos grandes grupos opuestos. Pero de cualquier manera, aunque haya una escala de grises en el medio, por lo general todos podemos reconocernos como más tendientes a uno de estos estilos.

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