¡Salvemos el planeta!
Nos damos mucha importancia como especie, así que todos van a salvar algo ahora. Salvemos los árboles, salvemos los osos, salvemos las ballenas, salvemos los caracoles... Y la mayor arrogancia de todas: ¡salvemos el planeta! ¿Salvar el planeta? Ni siquiera aprendimos a cuidarnos a nosotros... ¿y vamos a salvar el planeta? ¡El planeta está bien, la que está fregada es la gente! El planeta ha estado aquí durante 4.500 millones de años y ha pasado cosas peores que nosotros: terremotos, erupciones volcánicas, choques de placas tectónicas, movimiento de continentes, tormentas solares y magnéticas, reversiones de los polos... Cientos de miles de años de bombardeos de cometas, asteroides, meteoritos; glaciaciones, rayos cósmicos, inundaciones e incendios globales... ¿Y nosotros creemos que unas bolsas de plástico y unas latas de aluminio van a hacer la diferencia? El planeta no va a irse a ningún lado, ¡nosotros sí! Nos vamos lejos y no dejaremos mucho rastro, gracias a Dios por eso. El planeta se sacudirá de nosotros como un grave caso de pulgas, y se curará a sí mismo y se limpiará a sí mismo, porque eso es lo que hace.

El extracto forma parte de uno de los festejados shows del estadounidense George Carlin (1937-2008), cuyos monólogos metieron el dedo en todo tipo de llagas y generaron mil controversias. Están disponibles en YouTube, convenientemente subtitulados. Este pasaje, titulado “salvemos el planeta”, le valió la ira de numerosos grupos ambientalistas, de los que Carlin no se fiaba. A fin de cuentas, le tiraron con munición gruesa, hasta acusarlo de negador del cambio climático y de funcional al discurso de los verdaderos exégetas de la contaminación.

Pero de lo que hablaba Carlin no era del planeta, sino de la arrogancia humana, incapaz de advertir que la historia se mide en miles de millones de años y que como especie somos un grano de arena en el Sahara. Es un enfoque tan incómodo como real y proporciona una plataforma distinta para pensar y para pensarnos. No fue una defensa ni del plástico ni del aluminio; apenas una apostilla referida a cómo no aprendimos ni de Galileo, ni de Darwin, ni de Einstein. Según Carlin, y este es un atractivo tema de debate, “salvemos el planeta” remite a una forma de antropocentrismo propio de la Edad Media. No, no somos el centro del universo, sostiene Carlin. Dejemos el universo -y el planeta- en paz y ocupémonos de nuestros asuntos. Por ejemplo, de ser mejores personas. El medio ambiente, por ejemplo, será uno de los principales beneficiados con esa clase de cambio de actitud.

Nada de esto es caprichoso ni traído de los pelos, teniendo en cuenta que mañana se celebra el “Día de la Tierra” (una de esas fechas que le provocaban urticaria a Carlin). Se adoptó el 22 de abril de 1970 por iniciativa de un senador estadounidense, Gaylord Nelson, quien propiciaba toda clase de iniciativas en defensa de la biodiversidad, en un contexto de contaminación creciente y superpoblación. El problema es que con el tiempo fueron apareciendo competidores: el Día del Medio Ambiente (5 de junio) y el Día de la Naturaleza (3 de marzo).

En los cinco continentes, con rituales y símbologías tan diferentes como pueden imponer el tiempo y la distancia, nuestros ancestros honraban a la tierra como a la más amada de las madres. Los Valles Calchaquíes mantienen su carácter de guardianes de la tradición (por más que en Amaicha no haya una, sino dos fiestas de la Pachamama); tradición que va extinguiéndose y dando paso a esta concepción tan propia de la modernidad. De agradecidos hijos y tributarios de la tierra pasamos a ser sus salvadores. Como paradigma cultural, es una transformación formidable.

El maltrato al que es sometida la naturaleza provoca catástrofes y los tucumanos las tenemos a la vista. Pero ya sea a gran escala (la emisión gases de efecto invernadero que cambian el clima) o en el corazón de nuestra geografía (desmontando o talando bosques nativos) lo que generan esas calamidades es nuestro propio sufrimiento. No es un flechazo al planeta, que al cabo de millones de años pone en marcha sus anticuerpos para sanarse, sino un bumerán que nos impacta de lleno y sin margen para errar.

El tema es complejo y fascinante, tanto como el maravilloso mundo que nos tocó en suerte. Lo peligroso, en este y en todos los casos, es reducir la discusión, tornarla binaria. Por ejemplo, “a favor o en contra del progreso”. O “a favor o en contra de la vida”. Se puede partir, por caso, de la pregunta ¿cuando decimos salvar el planeta queremos decir salvar la humanidad? ¿Es lo mismo? ¿Quién salva a quién?

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