Los triunviratos
La llegada de noviembre ha marcado el inicio del calendario electoral. Estamos a menos de un año del último domingo de octubre de 2017, cuando en principio se celebrarán los comicios nacionales en los que Tucumán renovará cuatro diputados nacionales.

El inicio de este nuevo ciclo encuentra, en esta provincia, al oficialismo y a la oposición vernáculas vertebrados en una lógica de poder ciertamente idéntica: ninguno de esos espacios tiene un líder claro e indiscutible sino que, por el contrario, uno y otro se encuentran hoy sostenidos por triunviratos. Las noticias políticas de los últimos tiempos, precisamente, han servido para mostrar cómo están funcionando esas triadas, de uno y otro lado del mostrador del poder.

En el oficialismo, está situación es patente, pero no por ello menos llamativa. El peronismo es un movimiento que no admite conducciones bicéfalas. Sin embargo, en Tucumán no hay dos referentes, sino tres: el gobernador Juan Manzur, quien tiene el mayor presupuesto y las menores definiciones; el vicegobernador Osvaldo Jaldo, quien no tiene que compartir presupuesto y más cintura política exhibe; y el senador José Alperovich, quien atesora un capital electoral aún temible y -aseguran quienes lo concurren- quien más traicionado se siente entre los tres.

Hay un largo memorial de picotazos cruzados entre ellos. En junio, a 96 horas de que José López fuera atrapado mientras practicaba lanzamiento de bolsos (con U$S 9 millones) a un convento, Alperovich declaraba que nunca había sido kirchnerista (ver para creer) y, de paso, calificaba a Manzur como “un chico que se levanta a las 7 y trabaja hasta la medianoche”. Después agregaba, desde el living de su casa, “Jaldo se acaba de ir”. Manzur, de manera simultánea, rechazaba designar en la primera línea de su gabinete a alperovichistas conspicuos y, luego, decretaba la Emergencia en Seguridad el mismo día en que Jaldo se aprestaba a consensuarla con los presidentes de bloque. Jaldo les dedicó a los dos un solo cimbronazo: derogó los “gastos sociales”. Esos que viajaban en valijas cuando sus socios eran gobernador y vicegobernador.

Sin embargo, ahora que la investigación del fiscal federal Carlos Brito (intenta probar si los “gastos sociales” eran sobresueldos y, por tanto, si además de malversación hubo evasión al fisco) encontró un testigo que asevera que la documentación sobre los subsidios también viajaba, pero en cajas, Jaldo no intentó marcar diferencias políticas. Se limitó a una respuesta institucional, referida a que la documentación se encuentra en la Cámara. Por caso, cuando se cumplió el primer año de esta gestión, él y Manzur llevaron a Alperovich al asado de Ranchillos y lo presentaron como “el conductor” (un día antes, Manzur había dicho que los líderes del proyecto oficialista eran él y Jaldo). Alperovich no sólo acudió a la cita: levantó los brazos de sus ex funcionarios, para mostrarlos en gesto triunfal. Es decir, no van a perder oportunidad de prodigarse zancadillas, pero hasta aquí demuestran que no están dispuestos a pelearse.

Este cuadro parece mostrar que Manzur y Jaldo no saben a ciencia cierta si a 2019 llegarán juntos o separados, pero que ambos tienen perfectamente claro que si no ganan las elecciones de 2017, entonces no interesa si están hermanados o distanciados en 2019, porque lo seguro es que no seguirán después de entonces. Ni en yunta ni cada uno por su lado. En los términos del tango Naranjo en flor, si el año que viene hay derrota en las urnas, después qué importa el después. Por supuesto, para que ese triunfo tenga posibilidades de ser, Alperovich debe estar dentro de esa ecuación de poder. “Romper” con Alperovich, ahora, sólo sería negocio político para los opositores. Y si es conveniente para ellos, también es inconveniente en lo político (y fundamentalmente en lo personal) para Alperovich.

En la oposición también hay una troika, pero que está funcionando de manera distinta. La componen José Cano, el tucumano con el cargo federal más importante (titular del Plan Belgrano); Domingo Amaya, con la unidad ejecutora nacional (la Secretaría de Vivienda) más trascendente a cargo de un comprovinciano; y el intendente capitalino Germán Alfaro, el opositor con más poder real de la provincia: San Miguel de Tucumán tiene tantos habitantes como las provincias de Jujuy y de Río Negro, y más población que las provincias de Catamarca, Tierra del Fuego, Formosa, San Luis, Neuquén, La Rioja y La Pampa.

En esa triada, precisamente, Alfaro es el punto de convergencia de Cano y de Amaya, que cada vez que pueden se dedican cuestionamientos privados y públicos desplantes entre sí. La visita a Tucumán del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y del jefe de Gabinete, Marcos Peña, a fines de octubre, habría incluido un llamado al cese de hostilidades. La prenda de unidad que habrían dejado consistiría en un primer esbozo de lista de candidatos a diputados nacionales: los nombres mencionados habrían sido los de Cano, de Beatriz Ávila (tres veces legisladora y esposa de Alfaro), Amaya y Laura Costa (coordinadora del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación en Tucumán).

Después de esa incursión macrista, los ex compañeros de fórmula volvieron a aparecer juntos, el miércoles pasado, en Santiago del Estero, cuando la gobernadora Claudia Ledesma Abdala suscribió convenios con la Nación para encarar obras en 10 localidades del interior de esa provincia por $ 1.160 millones. Hacía ya demasiado que los socios tucumanos de 2015 desarrollaban agendas muy diferenciadas… y en malos términos.

Cano, según fuentes viajeras, se habría quejado en septiembre en la Casa Rosada de que en la firma el convenio entre Amaya y el intendente de Bella Vista (el radical Sebastián Salazar), el “Plan Belgrano” no figurase ni en los mensajes ni en la cartelería oficial. Amaya, en agosto, había pegado el faltazo al acto que realizó el Acuerdo por el Bicentenario a un año de las elecciones provinciales estragadas de maniobras fraudulentas. El “Colorado” lamentó por carta que la coalición opositora “no esté funcionando de manera coordinada”. La traducción es impublicable.

Cano, en cambio, se lleva bien con Alfaro. Amaya, también. En el entorno de Alfaro sacan pecho y afirman que el intendente de la capital es “el único que habla de política”. Aunque incomprobable, la pretensión cuanto menos revela un hecho: Alfaro es por estas horas quien pronuncia el discurso político más claro. Internamente, es (de todos los mencionados aquí) quién con mayor nitidez ha identificado a su adversario: Alfaro remarca en todo momento que su antagonista es Alperovich. Mientras que sus socios y la troika oficialista se limitan, públicamente, a los discursivos políticamente correctos referidos al trabajo en conjunto, Alfaro dice directamente que Manzur está dispuesto a prestarle a la Municipalidad $ 85 millones, pero que Alperovich (por las dudas se olvide: asesor con rango de ministro del Ejecutivo provincial) se opone a esa ayuda.

Pero Alfaro no sólo marcha la cancha política hacia afuera. A diferencia de Cano y de Amaya, que se incorporaron al macrismo, Alfaro se ha sumado a Cambiemos a través de su propia fuerza política (el Partido de la Justicia Social), en calidad de socio político.

Esta dinámica del triunvirato opositor (tres cabezas, de las cuales dos no hablan entre sí) no le sirve al Acuerdo del Bicentenario, a Cambiemos o cómo fuese que se quiera llamar al espacio en Tucumán. Un solo ejemplo tal vez sirva para dimensionar lo inconveniente que resulta la querella de egos desatada internamente: los adversarios de Manzur, Jaldo y Alperovich, que en septiembre de 2015 consiguieron un fallo que declaraba nula la elección del 23 de agosto y llamaba a votar otra vez, todavía no han presentado su proyecto de reforma política para la provincia. Con un agravante: todo lo que estaría faltando sería que se junten para dar el visto bueno a una propuesta largamente trabajada y, entonces, posibilitar que se la haga pública.

Obviamente, este clima de reyerta opositora le resulta sumamente conveniente al oficialismo. La troika oficialista (que por estas horas testea cómo reaccionan los “compañeros” ante la posibilidad de que el ministro del Interior, Miguel Acevedo, encabece las listas de diputados de 2017), con el solo hecho de conjurar las peleas y los enfrentamientos internos, saca una diferencia importante.

Al respecto, el Gobierno de Manzur acaba de mostrarles a los tucumanos el resultado de una encuesta que realizó entre los principales empresarios de Tucumán: les preguntó si querían acompañarlo a Chile a un viaje de negocios (que en realidad era una visita para establecer contactos). La respuesta fue que ninguno quiso quedarse fuera del avión. Ni siquiera los que son feroces cuestionadores del oficialismo, ni tampoco los que fueron más allá de la crítica y aportaron recursos para la campaña del opositor Acuerdo por el Bicentenario.

Hace poco, para el 9 de Julio nomás, buena parte del empresariado tucumano organizó un brindis en honor al 9 de Julio en el cual el principal invitado era el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, y al cual Manzur era sólo un convidado. El gobernador prefirió una cena organizada por la Corte, porque le parecía que encontrarse con Pinedo no en Casa de Gobierno sino en una recepción ajena dentro de esta provincia era mucho menosprecio. Cuatro meses después (al calor de la hoguera de las vanidades opositoras), ese mismo gobernador encuentra eco en buena parte de ese mismo empresariado.

Faltan 51 semanas para la próxima cita con las urnas.

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