Hallan droga y $ 800.000 en una distribuidora de gaseosas

Hallan droga y $ 800.000 en una distribuidora de gaseosas

El operativo se realizó a dos cuadras del lugar donde el martes mataron a un adicto. El caso pasó a la Justicia Federal. Buscaban pruebas por un robo y terminaron secuestrando cuatro kilos de marihuana.

SORPRESAS. Personal de Infantería y del Grupo Cero colaboraron para que no se generen incidentes. la gaceta / foto  de diego aráoz SORPRESAS. Personal de Infantería y del Grupo Cero colaboraron para que no se generen incidentes. la gaceta / foto de diego aráoz
17 Junio 2016
“Esto es simple: acá viene un vecino te denuncia y fuiste. Secuestran un faso y te arman una flor de causa porque así son. Acá no hay bandas narcos como publican ustedes”, dijo el padre de la propietaria de una distribuidora de gaseosas ubicada en Juan José Paso y Chile, en el barrio Juan XXIII, conocido como La Bombilla. Al poco tiempo, fuentes judiciales confirmaron que en ese lugar habían encontrado unos cuatro kilos de marihuana, más de $ 800.000 y cuatro armas de fuego. El hombre, al poco tiempo de que se diera a conocer esa información, dejó el lugar.

La Policía se encontró con la sustancia de casualidad. Habían decidido realizar el operativo por el robo de una moto. El “Gordo” y el “Mono” estaban sospechados de haber robado un rodado en febrero de 2016. El oficial principal Walter Luna Cancino, del Departamento de Inteligencia Criminal, al mando de los comisarios Adrián Álvarez y Omar Soria, había reunido indicios de que allí podrían encontrar pruebas para esclarecer el caso. El fiscal Diego López Ávila decidió entonces solicitar la medida.

Cuando el manto oscuro de la noche ya había cubierto el humilde caserío, los uniformados ingresaron al local. Primero encontraron cuatro pistolas 9 milímetros. Después, cuatro panes de marihuana disimulados en cajas que también tenían jabón en polvo y, por último, esa importante suma de dinero.

Pero los investigadores sospechan que pueden encontrar más cosas, ya que hasta el cierre de esta edición, aún le quedaba revisar un depósito de 30 metros de largo por 10 de ancho en el que estaban guardados fardos y cajones de gaseosas.

“Hay que revisar todo, pero eso llevará mucho tiempo”, aseguró el comisario Álvarez. Mientras tanto, el fiscal López Ávila ya había realizado todas las medidas para que el caso sea investigado por el juez federal Daniel Bejas. Él debía definir la situación procesal de los dos hombres y de la dueña del negocio que estaban demoradas.

Zona roja

El negocio, que al parecer funcionaba como pantalla de un centro de distribución de drogas, está ubicado a dos cuadras de donde el martes a la madrugada fue asesinado a balazos Juan Alberto Concha, de 23 años.

Horas después de su crimen, Blanca Alderete, pareja de la víctima, había denunciado a LA GACETA que en la zona estaba llena de “transas” que vendían sustancias. “Él trabajaba todo el día en su carro para comprarse la droga que consumía porque aquí la consigue fácil”, había dicho con lágrimas en los ojos.

El lugar se transformó en un centro de atracción. Antes que el fiscal, al lugar arribó José María Molina, defensor de los sospechosos. “Venimos a constatar qué está pasando. Sabemos que vinieron con un allanamiento por el robo de una moto”, aseguró el profesional. ¿Sus defendidos tienen antecedentes?, se le preguntó. “Por drogas, no”, respondió con tono firme.

Pan y circo

No pasó mucho tiempo para que en esa esquina se reunieran los familiares de los detenidos. “Nadie le va a cuidar los hijos, que se haga cargo ella ahora”, gritaba una joven mientras le entregaba a la Policía dos menores para que sean atendidos por la mujer que estaba demorada, con custodia policial y esposada contra una pared.

“Vayan a buscar a la otra cuadra, allí están los que venden drogas”, gritaba otra joven que, después de lanzar una catarata de insultos contra el fiscal López Ávila, atacó verbalmente al equipo de LA GACETA que se encontraba trabajando en el lugar. “Ustedes siempre queman a la gente que trabaja”, gritó hasta quedar sin voz.

Otros vecinos, desde sus casas, sólo miraban. No querían hablar sobre los sospechosos. Al miedo lo tenían a flor de piel. “No queremos que esta gente nos mate. Era hora de que comiencen a limpiar el barrio. Esperemos tener otro operativo para que se vayan de aquí de una vez por todas”, confió Laura, que pidió que no se diera conocer su apellido.

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