La calle de las almas en pena
 la gaceta  / foto de antonio ferroni  (archivo) la gaceta / foto de antonio ferroni (archivo)
La calle Yamandú Rodríguez es la más densa de Tucumán. Parte en dos a La Costanera de Norte a Sur, desde el Puente Barros hasta el puente Lucas Córdoba y el hecho de que sólo aparezca mencionada en la sección policial de los medios explica su densidad, hecha de violencia y desolación. Hace cuatro años, una nota de LA GACETA daba cuenta del drama narrado por los vecinos de esa calle. En 2015 resonó por tres historias duras: las heridas a balazos de un niño de 7 años y de su abuela, María Brito (en julio) en Guatemala y Yamandú Rodríguez; la muerte (en agosto) aparentemente accidental de Claudia Paola Salas, a quien un hombre le dio un arma tumbera en su casa de Jorge Luis Borges y Yamandú; y la tragedia de José Francisco Portillo, vendedor ambulante de Yamandú al 700, que falleció de un infarto tras ser asaltado en la rotonda de la Gobernador del Campo.

La Yamandú Rodríguez, última paralela al este de la avenida de Circunvalación (300 metros más al este está el río Salí) es, además, el límite urbano al que se puede acceder sin mayores problemas a La Costanera. Aunque se están abriendo calles más hacia el este, el sector junto al río está lleno de pasillos; el sur es un basural y el noreste es lodazal casi putrefacto. “Bienvenidos al barro”, le dijo un niño que jugaba descalzo al cronista de LA GACETA en marzo, cuando se hizo una nota sobre el frustrado centro terapéutico para adictos, cuyas obras están paralizadas desde 2014.

“Falta el aire y sobran moscas / este domingo de enero. / El sol fríe las chicharras. / Duerme un matungo azulejo. / Algunos pollos con árganas / andan de picos abiertos. / En los charquitos de sombra hay unas guachas bebiendo.” (”El remate”, Yamandú Rodríguez).

La Yamandú está a la altura del 1.500 de las calles que nacen en la avenida Avellaneda: es decir que esa calle está a 20 cuadras exactas de la Casa de Gobierno. Pero la sociedad que se desenvuelve allí es muy diferente a la que rodea a la plaza Independencia. En la Yamandú viven dos de los cuatro o cinco transas que distribuyen droga de La Costanera: Rogelio y “Cocina”, y como por ella se da la circulación en el barrio, allí se centran los conflictos: en agosto los padres de la escuela primaria (Estados Unidos al 1.500) pidieron custodia policial para la entrada y la salida del jardín de Infantes, porque se habían producido incidentes con “banditas” o grupos de jóvenes y adolescentes.

Pero el movimiento que más se siente es el de la venta de droga. “Nada creció en este barrio como la venta de paco”, dijo Ángel Villagrán, quien vive allí desde 1962 (LA GACETA, 1/9/15). “Los chicos fueron absorbidos por el narcotráfico y por la droga”, agrega. El paco aparece en Argentina en 2002. La Sedronar en 2005 dice que había aumentado un 600 %; en 2009 dice que creció un 900 % y desde ese año la Sedronar dejó de hacer encuestas. Ese año se calculaba que entraba 1,5 kg de esa pasta base de cocaína por día para distribuir en el lugar. Don “Villa” dice que desde 2014 se duplicaron los puntos de venta. “Detienen al dealer y después empieza la esposa, un primo… Es muy duro”.

También lo cuenta Emilio Mustafá, psicólogo clínico y social que trabaja con el grupo Ganas de Vivir, en un programa del Ministerio de Desarrollo Social. “El narcomenudeo trastornó los vínculos en la comunidad. Antes un vecino te prestaba una taza de arroz o de azúcar. Pero ahora, si tu vecino vende droga... ¿qué vínculos podés hacer?” Así es el relato de Cristian Alarcón en “Cuando muera quiero que me toquen cumbia”, para describir cuando se pierden hasta los últimos códigos en una villa de San Fernando (Buenos Aires). Mustafá confirma que en Tucumán hay un proceso de inserción del fenómeno de los chicos “soldaditos”, adictos que roban o vigilan para los transas, que ya está instalado en Rosario. En las dos últimas marchas que las “Madres de la droga” y los vecinos hicieron hasta la seccional 11a se reclamó que actúen en el barrio (los agentes no entran como no sea para un operativo, porque desde siempre dicen que los apedrean) y también “que dejen de torturar a los chicos que detienen” (26/3). Desde siempre, también, los vecinos denuncian desde connivencia hasta laxitud policial con los narcos: en 2010 se denunció que un oficial detenía a los jóvenes en la Costanera y los obligaba a comercializar estupefacientes.

Hoy la situación es muy dura, tal como la planteó en 2015 el entonces vicario de la solidaridad, Melitón Chávez, cuando dijo que en la Costanera había un desastre humanitario. Hace 10 años se evadían de la realidad con poxirán. Ahora se consume paco (papel), cocaína (tizas), pastillas (benzodiazepina) y alita de mosca (anfetamina con cocaína). Se dice que ya se ven tres fenómenos: que en el barrio no se ven revólveres calibre 22 sino pistolas 9 mm -lo que mostraría el crecimiento de la resolución de conflictos con mucha violencia-; que los adictos más vulnerables no le pagan ya a los transas con dinero sino con tizas de cocaína y que son frecuentes las peleas entre los que salen a asaltar y los adictos que salen a robar, porque tienen diferente comportamiento.

Esfuerzos poco efectivos

No es que no se haya hecho nada. El barrio, que comenzó en los 60, recibió una primera ola de gente en los 80 y un aluvión en los 90, de gente echada del campo y del mundo del trabajo, recibió muchos programas de inclusión. Tras el descubrimiento del paco en 2008 (estaba en la zona desde 2005, introducido desde Villa 9 de Julio por el fallecido “Rengo Ordóñez” Tevez) se anunció un programa multisectorial de la provincia (que se diluyó) y un proyecto municipal sobre 14 kilómetros de barrios en las riberas del Salí. Hoy el trabajo de organizaciones sociales y religiosas y del Estado en la zona es ínfimo frente a los fenómenos del narcomenudeo y del crecimiento de las adicciones. En la Costanera se estima que hay 900 adictos, sobre una población de 6.200 personas, según el censo realizado en 2014 por el Programa de Mejoramiento Ambiental (Promeba), que desde 2007 está trabajando en la urbanización de esa barriada.

Casualmente el Promeba fue suspendido durante tres meses por la Nación, con la excusa de que se debía refuncionalizar y municipalizar, según dijo el secretario de Vivienda, Domingo Amaya. Esa idea fracasó. “Hace un mes renovaron los contratos y reiniciamos los trabajos”, dice Marcos Mendoza, uno de los operadores. Otra obra que quedó paralizada fue la del Centro Terapéutico ubicado en Costanera Norte junto a la Casa Parroquial. Prometen que lo terminarán en julio, pero los operadores que trabajaban con adictos se quedaron sin paga desde el año pasado. Mustafá lo explica: “hay acciones, pero es insuficiente. No hay una política frente a la devastación salvaje que generan el paco y el narcomenudeo. Tenemos que pensar en una política de salud para los próximos cinco años y estamos muy insensibilizados”. Villagrán y los pocos vecinos asidos a una esperanza miran atentos al nuevo programa articulado entre la UNT y la Nación para desarrollar la Costanera, anunciado en la visita de la vicepresidenta Gabriela Michetti el 15 de abril pasado.

La falta de sensibilidad es falta de comprensión del problema, según Mustafá. “Hay 30 cuestiones críticas en la Costanera además del narcomenudeo”, dice. Tres generaciones que no estructuran su psiquis alrededor del trabajo, por la falta de posibilidades y de esperanza; la salud; el hacinamiento; el hambre (que acucia); la falta de servicios básicos (cloacas, agua, iluminación) y la contaminación, entre otros.

Y aguardando que llegase / el tiempo que la ley fija, / pobre como lagartija, / y sin respetar a naides, / anduve cruzando al aire como bola sin manija”. (”La vuelta de Martín Fierro”, José Hernández)

La calle Yamandú Rodríguez le debe su nombre a un poeta uruguayo fallecido en marzo del 57. Alguien denominó así en abril de ese año a esta última arteria de la ciudad antes del río. Hoy parece el límite entre una sociedad que quiere arrojar al agua todo lo que no le gusta y la zona donde quedan esos desechos. No es el purgatorio ni el infierno dantescos, porque no se puede hablar de pecados en esos chicos sentenciados por el destino; pero las madres de la droga los sienten como muertos en vida, como el Comala de Juan Rulfo, donde “todo está de malas y el diablo anda para arriba y para abajo, siempre buscando almas en pena...”

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