“Me llena de horror pensar en la escritura como una forma de hacer terapia”

“Me llena de horror pensar en la escritura como una forma de hacer terapia”

Es uno de los grandes poetas británicos vivos. Dice que la idea de pérdida, o de fracaso, es mucho más interesante que las de éxito, fama o gloria. Se considera a sí mismo, parafraseando a Francis Bacon, “un optimista, pero con tendencias pesimistas”.

13 Septiembre 2015

Por Denise León - Para LA GACETA - Nueva York

- En tus poemas se percibe un elemento un poco aterrador que tiene que ver con que la sensación de pérdida es mucho más intensa que la de logro ¿Te parece que la soledad es una experiencia más duradera que la convivencia?

- La idea de pérdida, o de fracaso, es mucho más interesante para mí que las de éxito, fama o gloria. También es más acorde con la realidad del mundo - es decir, todo es transitorio y finalmente está condenado a desaparecer. Esta no es una visión pesimista. No soy un pesimista, de hecho, como el gran artista Francis Bacon dijo una vez: “Yo soy un optimista, pero con tendencias pesimistas”. Creo que aprendemos mucho más de nuestros fracasos que de nuestros éxitos. Por eso siempre les digo a mis alumnos que es mucho mejor fallar que acertar porque a partir de ahí pueden mejorar. Pero sólo creo en esto a medias. Tengo una capacidad extraordinaria para convencerme de ciertas cosas.

- En los poemas de Walking on bones flota un cierto “aire griego” que tiene que ver con la idea del Destino o la Parca que no pueden evitarse ¿se puede hablar de influencias griegas en tu poesía?

- Claro que sí. Las influencias griegas en mi trabajo son evidentes desde de mis primeros poemas. Poetas como Kavafis, Seferis y Ritsos (especialmente el primero y el último del trío) fueron importantes para mí desde la adolescencia. Hay algo también del paisaje griego -un paisaje destruido por el mar- que me impresionó cuando viajé a con mi padre a ese país a los 14 años. Luego, viví en la isla de Creta durante dos años, cuando andaba por los 20 y la experiencia fue fundamental. Estuve en contacto con algo atávico, subterráneo y espiritual pero al mismo tiempo liberador. El título de mi libro Caminar sobre huesos provino de la idea de que en Creta, donde quiera que vayas, estas caminando sobre los huesos de los muertos, de civilizaciones pasadas, de culturas que alguna vez prosperaron en formas que apenas podemos comprender ahora: por ejemplo, la civilización minoica nos es quizás mucho más ajena que la azteca porque casi no quedan marcas de esa civilización. Cuando viví en Creta, sentí una conexión extraña e inesperada con esa cultura. En mis lecturas de la mitología griega yo encontraba mucho más sentido que en la creencia en un cielo patriarcal con un solo dios, y también había en estos relatos una comprensión de la psicología humana mucho más cercana a la mía.

- En tus textos se percibe cierta desnudez, como si quisieras devolverle a las palabras sus significados primeros. ¿Esta economía de recursos es voluntaria?

- Sí, es una estrategia voluntaria. Quiero sacar todo lo que no sea esencial. Por eso, quizás, me está costando escribir ficciones más largas. Pero al mismo tiempo me interesa mucho este desafío. Por supuesto que sabemos que no hay tal cosa como “significados primeros”. Todo significado es una confluencia: historia, contexto y deseo. Pero creo que la mayoría de las veces “menos es más”.

- A partir de experiencias personales te dedicaste a estudiar el discurso médico y la relación médico paciente. ¿Cómo se tocan literatura y enfermedad?

- Muchos han escrito sobre este tema, incluyendo a Virginia Woolf, Walter Benjamin, Thomas Bernhard, Susan Sontag y Joan Didion. Todos ellos de diferentes maneras. Mis escritos sobre la relación médico-paciente parten desde una semiótica de la antropología médica, y fueron escritos en la época en la que yo estaba trabajando como académico. Fue muy interesante, y he aprendí mucho, pero en un momento me pareció que tenía un efecto negativo en mi estilo: estaba comenzando a escribir como un científico social, y eso no me gustaba, así que lo dejé. Pero las conexiones entre la literatura y la enfermedad me siguen fascinando. Para quien no lo haya leído, recomiendo el ensayo de Roberto Bolaño “Literatura + Enfermedad = Enfermedad”, sobre el que escribí en El Desayuno del vagabundo. Sin embargo, yo diría que tengo muchas objeciones con el enfoque que entiende la “escritura como terapia”, avalado por algunos profesores de escritura creativa. Me resulta difícil explicar por qué exactamente, pero me llena de horror pensar en la escritura como una forma de hacer terapia.

© LA GACETA

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Traducción *

Por Richard Gwyn

Todas tus historias son sobre ti mismo, dijo ella, incluso cuando parecen ser sobre otra gente. No iba a negarlo, ni a darle el gusto de tener razón. Así que cité a Proust, quien dijo que los escritores no inventan libros; los encuentran en sí mismos y los traducen. Eso pareció resolver el problema y ella se quedó callada. Hundí mis dedos en un bol de agua perfumada y empecé con el arroz. Un dejo a arcilla y a hojas y a metal me tomó por sorpresa. ¿Qué hay en el arroz?, le pregunté. ¿Caldo de hongos? ¿Cartuchos de escopeta? ¿Lombriz? No, dijo, mirando a través de la luz de la vela, las historias que todavía no has escrito están en el arroz. Debes estar paladeándolas.

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* Abrir una caja, 2013. Traducciones de Jorge Fondebrider

PERFIL

Richard Gwyn nació en Pontypool, Gales, en 1956. Viajó durante 10 años alrededor del Mediterráneo y fue albañil, lechero, pescador, peón agrícola, profesor de inglés. De retorno a Gales, donde se doctoró en Lingüística y hoy enseña escritura creativa y literatura. Ganó el Premio Welsh Publishers con su novela El color de un perro huyendo y su libro de memorias El desayuno del vagabundo fue elegido “Libro galés del año” en 2012.  Parte de su poesía está reunida en Abrir una caja, por Jorge Fondebrider (2013).

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