Malas mañas

Malas mañas

Las trampas electorales atrapan la atención por estos días. Los asesores se han vuelto más importantes que las estructuras partidarias. Los proyectos y los candidatos pierden sus verdaderas identidades. Los reflejos de Jiménez

La campaña electoral es un tiempo dedicado a promover a las figuras que se postulan y a sus ideas. Vale la pena aclararlo porque pareciera que no está claro en estas tierras. La picardía, la trampa, las travesuras, la violencia y la mentira están teniendo más potencia que la libre competencia. Lamentablemente, los candidatos aparentan y no muestran lo que son. Los tucumanos –y los argentinos- vamos a votar y/o a elegir adefesios.

Va a ser difícil que prospere el planteo de Daniel Ponce y Álvaro Contreras. Los apoderados del Frente para el Bicentenario crearon una curiosa fórmula de “matemática electoral” donde Gobierno es igual a la caja más el aparato electoral y esta sumatoria deriva en el sometimiento de la libertad individual y conduce a lo que llaman una no democracia.

Los letrados pidieron a la Junta Electoral que prohiba el acarreo de votantes y la utilización de vehículos con identificación de puntero, candidato, agrupación o cualquier otra que revele la existencia de un sistema organizado para el traslado de electores. Absolutamente irrisorio. Es difícil releer este planteo y que al lector no se le escape una sonrisa. Es que los tucumanos nos hemos acostumbrado a estas mañas dedicadas a forzar la voluntad electoral y a coartar la libertad del individuo. Si se le pregunta a los ejecutores de estas trampas dirán: “es parte del folklore político”. Una mentira más para relativizar la violencia de obligar a un ciudadano a que vote por tal o cual candidato.

Suéltame pasado
La campaña electoral, ese tiempo dedicado al ciudadano, se ha convertido en una lucha territorial donde los ejércitos caminan por el campo de batalla tratando de cooptar votantes. Pero no aparecen los programas de gobierno. Hay casos aislados que cuentan sus ideas en las redes sociales. También se han logrado conocer algunos proyectos gracias a los debates que se han desplegado en distintas estructuras universitarias, pero todo a regañadientes porque los candidatos le tienen miedo a explayar sus ideas. No lucen programáticas. No parecen tener programa.

Para peor, esta semana Mauricio Macri ha dado el ejemplo inverso al confesar su decisión de no privatizar Aerolíneas ni YPF. Fue tal la tormenta que desató, dentro y fuera de PRO, que el anuncio de proyectos va a volver a encender luces amarillas entre los postulantes. Es que los candidatos creen que las campañas electorales son mágicas. La foto, el maquillaje, los discursos ensayados y la voz de los marquetineros expertos no implican un “reseteo”. No es como una computadora a la que volvemos a prender y desaparece la traba. El candidato carga su historia, su trayectoria, sus acciones, sus aciertos y sus errores. Es difícil entender ese cambio y creerle a Macri que viene de la actividad privada, con un discurso liberal que, además, le ha dado tan buen resultado que lo ha puesto entre los presidenciales. Algo parecido pasa con Daniel Scioli que se había ganado el respaldo de un sector de clase media y alta por sus diferencias con el núcleo del kirchnerismo y ahora, por conveniencia electoral, las distancias se han acortado hasta el abrazo.

Los ciudadanos venían separando la paja del trigo, pero en esta semana los candidatos que mejor resultados obtienen en las encuestas, en vez de ayudar a los electores a definirse, han sembrado nuevas contradicciones en el camino a las urnas.

Asesores, sí; partidos, no
En esta degradación de la política de la que estamos siendo espectadores ha quedado claro además que aquel “reseteo” (reinicio del sistema operativo de una computadora) no es producto del candidato y ni siquiera del entorno más directo de él. El responsable es un asesor que actúa como el mejor titiritero del postulante y ordena no sólo cómo vestirlo sino cómo debe pensar y qué decir. “Para hacer política hay que aprender a escuchar a la gente común y no al círculo rojo”, dice Durán Barba, el gurú macrista. Da la sensación de que considerara que se puede “formatear” un candidato como si nada hubiera sucedido antes y casi desautorizando a los ciudadanos que lo hicieron crecer. En otros tiempos, quien decidía el rumbo de la campaña, las ideas a desplegar y los proyectos a desarrollar eran los partidos políticos, pero esas estructuras son una especie en extinción. Son como los dinosaurios de la actualidad que proliferan por todos lados, pero no existen: se los ve en películas, en las jugueterías o en dibujos animado pero no en la realidad.

Un pirincho de la galera
Uno de los más criticados integrantes de la Junta Electoral es el ministro fiscal Edmundo Jiménez. A cada uno de los planteos por su vinculación al poder alperovichista es imposible refutarlo. Ha sido hombre de consulta del gobernador más de una década. Apenas ha desembarcado en el Poder Judicial, Jiménez ha tratado de tener una agenda propia, diferenciándose del Ejecutivo y de la Corte. Definitivamente, lo fue logrando tanto que ha terminado seriamente enemistado con el máximo Tribunal de la provincial y se ha convertido en un hombre fuertemente cuestionado tanto en los ámbitos políticos como tribunalicios. Sin embargo, el ex ministro de Gobierno “sijosesista” no pierde los reflejos: en una semana en la que fue seriamente cuestionado sacó de la galera la creación del Equipo Científico de Investigaciones Fiscales, una estructura que viene siendo reclamada para ayudar a mejorar la Justicia.

En el fondo, aunque Jiménez busca desesperadamente cambiar su imagen, subyace su enfrentamiento con el presidente de la Corte, Antonio Gandur. Las resoluciones del titular del poder y el Ministro Fiscal son dos espadas que se cruzan cuando menos se espera. Están en una pulseada permanente. Los dos quieren ser creativos e imponer su impronta en el Poder Judicial, pero chocan con la realidad de algunos planteos. A la larga o a la corta, obligan a intervenir a todos los miembros de la Corte Suprema. En esa lucha los dos terminan apareciendo como si quisiesen ignorar al cuerpo colegiado. Hasta aquí, la Corte avaló más a Gandur que a Jiménez.

Los dos son marketineros que miran lo que la sociedad está pidiendo y emiten una resolución. Quedan bien, son oportunos, pero el sistema es otro y los cambios se vuelven lentos. Por ejemplo, las auditorias sorpresivas, son muy buenas para afuera, para la imagen del Poder Judicial, pero armaron un tire y afloje que casi quiebra el Poder Judicial. Hoy el delito informático está en la cresta de la ola y Jiménez lo aprovecha para lanzar su iniciativa.

Una encuestadora miente
José Alperovich ha entrado en la cuenta regresiva. Todos estos episodios no forman parte de su preocupación. En la cabeza sólo tiene los comicios del 9. Quiere ganar en cada uno de los distritos de la provincia. Añora, además, ser el gobernador más votado. Para eso ansía obtener mucho más que un 50%. En cada una de las reuniones que tiene con sus acoples les advierte que van ganando según las encuestas. No obstante, aclara insistentemente que no hay 23 de agosto (elecciones provinciales) sin el 9 (comicios nacionales, PASO). El gran temor que tienen el gobernador y los “sijosesistas” es que toda la inversión y el dinero que se distribuya para los comicios del 9 no se utilice en su totalidad. Temen que como los candidatos, punteros y demás operadores se juegan su continuidad el 23, cuando se definan los cargos provinciales, terminen guardándose algunos fondos.

Cada vez que a Alperovich se le cruzan esos pensamientos apaga el televisor (se ha vuelto un fanático de las películas) o se baja de la bicicleta y arenga a quien lo quiera oír. “El 10 de agosto los recibiremos con las planillas con los resultados de la elección en la mano y el que no jugó como debía hacerlo el 9, no venga a verme para la contienda del 23”, dicen que suele repetir.

Domingo Amaya también anda arengando a su tropa. También repite que las encuestas dan al Frente del Bicentenario como ganador. Le pide a quien se cruce que hablen con la gente porque “no todo se compra como lo hace el oficialismo. La gente quiere que ustedes hablen con ellos, que los escuchen”, les dice a sus coroneles. A sus funcionarios de la municipalidad les habló varias horas esta semana. No los quiere ver en las oficinas. “Es necesario acercarse a la gente”, insiste.

Involucionando
En los países desarrollados la moral privada es laxa mientras que la púbica es muy rígida y exigente. Por eso hay presidentes que terminan siendo juzgados o renunciando por haber mentido. A juzgar por lo que ha ocurrido en Tucumán en los últimos días, donde de lo único que se habla y preocupa son hechos que tienen que ver con la moral privada, da la sensación de que, en ese aspecto, estamos involucionando. Divertidos con esos hechos, se olvida el deterioro institucional que llega hasta hacer reír al coartar la libertad de votar, de elegir. En este Tucumán sin partidos con violencia y prepotencia ante las leyes debería resonar el artículo 19 de la Constitución Nacional que ordena que “las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohibe”.

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