Los aliados esperan que Dilma haya aprendido de los errores

Los aliados esperan que Dilma haya aprendido de los errores

La Presidenta dejó atrás su imagen de técnica eficiente; sin diálogo y con clima inhóspito

REGALO. Dilma Rousseff huele el perfume de una rosa, que le entregó un simpatizante, en Porto Alegre. reuters REGALO. Dilma Rousseff huele el perfume de una rosa, que le entregó un simpatizante, en Porto Alegre. reuters
29 Octubre 2014
Hace cuatro años, la imagen de administradora competente y la omnipresencia de Luiz Inácio Lula da Silva en la campaña fueron suficientes para que Dilma Rousseff fuera elegida presidenta, sin haber disputado nunca antes una elección. Ahora, con su fama de técnica eficiente afectada por el débil crecimiento del país y los escándalos de corrupción, la carrera hacia la reelección fue una angustia.

Retratada -incluso por sus aliados- como una administradora muy apegada a los detalles, que dialoga poco, que interviene demasiado en la economía y que actuó de forma poco hábil políticamente para realizar reformas, la Presidenta pidió en esta campaña cuatro años más para mantener y profundizar el modelo del Partido de los Trabajadores. Dilma dejó de lado su faceta de gestora e intentó demostrar que el perfil de dureza e intransigencia se ha suavizado desde 2010. Con el nuevo mandato se verá si esto es así o se trató solo de una táctica electoral.

Uno de los estrategas de la campaña considera que Rousseff aprendió algunas lecciones en los cuatro años que lleva en la presidencia. “En el fondo, ella está más madura”, aseguró. Un ministro del Gobierno avala que Rousseff, de 66 años, ya cambió y que eso ocurrió después de las manifestaciones de junio de 2013, cuando miles de personas salieron a las calles a protestar, principalmente, por la mala calidad de los servicios públicos.

En esa época, perdió parte de su fuerza cuando su popularidad se derrumbó desde un máximo de un 65 % de evaluación “muy buena” y “buena” de su Gobierno -según Datafolha en marzo de 2013- a un 30 % tras las manifestaciones. Sus elevados índices de aprobación habían dado fuerza política a Rousseff, pero también la habían dejado aislada de críticas y consejos.

“Fue allí que entendió que tenía que abrirse y dialogar más con los políticos, con los movimientos sociales”, advirtió el ministro, que habló a condición de que no trascienda su identidad.

En su entorno, por ejemplo, no todos creen que el primer período le haya servido a Rousseff de experiencia al punto de transformarla en una líder menos obsesionada por detalles e intransigente políticamente. “Lo que existe en verdad es una esperanza de que haya aprendido de los errores. La campaña electoral fue una gran lección para ella, para el Gobierno y para el PT”, dijo una persona muy cercana.

Un ejemplo muestra la resistencia de la mandataria a enmendar la senda. Sus aliados le aconsejaban hacía meses que señalara que haría cambios en un nuevo mandato, que reconociera que el Gobierno no acertó en todo y que anunciara que cambiaría a su equipo económico, que tenía afectada su credibilidad frente a los mercados. Rousseff se resistía a ceder. Sólo tras una conversación franca con Lula, su predecesor y mentor político, Rousseff empezó a decir que haría cambios en su política económica si era reelegida. “Fue necesario decirle que tenía que escoger entre el ministro de Hacienda Guido Mantega y la reelección”, sentenció uno de sus aliados. Pese a que en los últimos meses suavizó su postura, Rousseff creó un clima inhóspito tanto entre sus aliados como dentro de su propio partido.

Parte del fracaso de Rousseff como administradora está directamente relacionado con la postura controladora que siempre tuvo al frente del Ministerio de Minas y Energía y el gabinete Presidencial, cargos cuyo perfil era más gerencial que de liderazgo. A Rousseff le gusta estar pendiente de todo, incluso en cosas banales. También acostumbra a discutir proyectos dividiendo al Gobierno en áreas independientes, que no dialogan entre sí y reciben recomendaciones diferentes. La actual mandataria participó en la lucha armada contra la dictadura que gobernó Brasil por 21 años. Comenzó su resistencia al régimen militar en Belo Horizonte, donde era una joven de clase media. Pero su segundo ex marido, Carlos Araújo, dijo que Rousseff “nunca tomó un arma y jamás disparó un tiro”.

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