Percusión africana: moda, terapia y embrujo

Percusión africana: moda, terapia y embrujo

Los ritmos del continente negro conquistaron a los tucumanos, que cada vez más asisten a talleres para aprender sus danzas y tocar sus instrumentos

MAESTRO DEL TAMBOR. FALL MADIOR DIENG DIRIGE DESDE 2008 VARIOS TALLERES DE PERCUSIÓN; ADEMÁS REALIZA SHOWS CON SU GRUPO CHAKAU CHAKANAM. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO MAESTRO DEL TAMBOR. FALL MADIOR DIENG DIRIGE DESDE 2008 VARIOS TALLERES DE PERCUSIÓN; ADEMÁS REALIZA SHOWS CON SU GRUPO CHAKAU CHAKANAM. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO

En principio no hay muchas razones para pensarlo. Y, al mismo tiempo, la conclusión es inevitable: aquí dentro el aire está embrujado. Un grupo de mujeres -todas descalzas, todas con gesto relajado- fija sus miradas en la figura que tiene al frente; a cada movimiento invocado por la guía, las discípulas lo replican, a veces más lento, a veces menos coordinado, nunca a desgano. Una expresión de sumo placer les gana las caras -a algunas, incluso, los ojos se les vuelcan levemente hacia atrás-, pero eso no llega a ser tan inquietante como la música que avanza desde un costado del salón. Es un ritmo impuro, construido sin formalidades, literalmente a golpes. Una melodía a la que, más que sensual, le cabe el adjetivo de salvaje. Brujería hecha canción.

Fall Madior Dieng es el soldado detrás de ese cañón que dispara repiqueteos: con un tambor mediano musicaliza en vivo una de las clases de danzas folclóricas africanas en un centro cultural de San Martín al 1.000. Participa de ese taller desde 2012, que es más o menos la época en que, según dice, se destapó en Tucumán la fiebre por los bailes y la percusión africana. “Sí, ahora está de moda -ratifica el senegalés, radicado en la provincia desde hace siete años-. Todos hacen afro, afro, afro, y prefieren la danza antes que la percusión, tal vez porque aprender a tocar estos instrumentos es más difícil para el occidental. Esa elección también tiene que ver con que nuestra danza es muy fuerte, físicamente te sentís más polenta: te deja como si hicieses pesas. Y, además, a los argentinos le encanta mostrar el cuerpo”.

Hace una seña pícara Fall cuando dice esto último, la misma seña cómplice que devuelve a una alumna de hondo escote que le sonríe desde el fondo del salón. Sabe de la hipnosis de la que son capaces sus tambores, sabe que muchas veces esa música ha abierto para las principiantes un paréntesis a otro mundo. “A veces entrás en trance. Uno puede no tener las condiciones físicas para seguir el baile, pero el ritmo te acompaña y, espiritualmente, te hace experimentar sensaciones a las que no llegarías por cuenta propia. Lo mismo sucede con la percusión: no puedo decir que manejar estos instrumentos te haga tener una vida sana, pero sí siento que tocar no es el único efecto. Mientras toco siento una felicidad... como si estuviera en otro lado. Eso ayuda mucho a mi salud, física y espiritual”, explica Madior, para luego rematar la descripción con una frase más contundente: “la percusión te saca muchas pelot... de encima”.

Un hobby adictivo
El gusto de los tucumanos por la rítmica africana no se construyó de un día para otro. Fall sonríe al recordar el entusiasmo con que abrió su primer taller de percusión y la casi nula respuesta que tuvo en los primeros tiempos. “Había alquilado el Teatro de la Paz y estuve dos meses pagándolo para pasarme solo todas las mañanas. A veces la gente preguntaba precios y horarios, pero se iba y no volvía más. Tuve mucha paciencia: debía aguantar porque otro laburo no había. Mientras tanto fui aprendiendo el idioma, la cultura local, cómo son los tucumanos. Hasta que la UNT me convocó para dar un taller de verano, que culminó con una presentación en el teatro Alberdi. Fue un éxito”.

La indiferencia inicial ha mutado con los años en un hobby muy difundido al que muchos de los alumnos califican como adictivo. “Para ellos es como una terapia: se apuran por dejar todo y llegar a tiempo a clase. Y en ellas uno se descarga: todos los problemas quedan ahí -los ojos de Fall señalan los tambores-. Después salís vivo y contento, lleno de cosas positivas”.

Manolo Alonso, profesor y líder de varios grupos de percusión -Late Raza y Encontraseña, entre ellos-, identifica el origen de este boom en los encuentros de percusionistas que se realizan en la provincia desde hace algunos años, que demostraron que existía una amplísima variedad de instrumentos más allá del bombo y la batería. “También hubo mucha influencia de las murgas y de las obras de teatro que incorporaron esta música”.

Alonso coincide con Fall en la concepción de las clases como terapia. “Es muy loco: tengo alumnos de distintos palos, contadores o abogados, que vienen aquí a distenderse. Y mirá que les enseño lectoescritura, con partes súper matemáticas y técnicas, en las que tienen que pensar. Y aún así, hay algo de esto que los relaja -reflexiona-. Algunos me llegaron a decir que dejaron el psicólogo gracias al taller”.

Palabras de aprendices

Metáforas a puro golpe.- “¿Qué me gusta de tomar clases de percusión? Que es un lenguaje. Entonces vas aprendiendo palabras, combinándolas, haciendo diferentes metáforas con distintos sonidos, que vendrían a ser los elementos del sistema. Y así terminás diciendo algo que habías intentado decir desde antes, que estaba latente y que no podía salir por otro lado”, explicó Sergio, uno de los alumnos del taller de Manolo Alonso.

El génesis de las ollas y las cucharas.- “La percusión me gusta desde siempre, ya de chiquito le metía a las ollas con las cucharas (ríe). Lo que más disfruto es cuando el grupo entero entra en sintonía, cuando todos empezamos a improvisar en conjunto. Es como un lenguaje entrelazado; siempre luchamos para llegar a eso, aunque es difícil”, evaluó Jorge Olivera.

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El ritmo interior.- “Además de un lenguaje, esto para mí es una escucha. La base de la vida y de la música es el ritmo, y estas clases me ayudan a escuchar mi ritmo interior. El grupo es importante porque al oír a mis compañeros sé si estoy acelerada o voy más lenta”, comentó Rossana Medina.

Fuera tensiones.- Nicolás Gorosito comenzó el taller porque es inquieto y “siempre está golpeando cosas”. “Uno viene aquí a descargar tensiones”, reconoció.

SOFÍA PUCHULU
“Es un espacio para liberarse sin prejuicios”

“Sí, hay un auge de las danzas africanas”. Sofía Puchulu es más que una voz autorizada: no solo forma parte del staff de bailarinas del grupo Chakau Chakanam, que dirige Fall Madior Dieng, sino que además es la profesora de Danzas Folclóricas Africanas en un centro cultural ubicado en San Martín al 1.000. La joven relaciona este fenómeno con una mayor oferta de talleres, pero también con la gran cantidad de ciudadanos del continente negro que han llegado a la provincia en los últimos años. “A la gente le llama la atención y encuentran en el baile un espacio para liberarse sin prejuicios. Y además los atrapa la percusión en vivo, una posibilidad que no ofrecen otras clases”, razona. Puchulu es otra de las que admiten entrar en trance cada vez que los tambores le marcan el ritmo. “Uno baila con el pulso de su cuerpo: los tambores están tan conectados con los pasos que te hacen danzar al ritmo de tu corazón -sostiene-. Además, este es un ejercicio muy completo, que atiende mucho a cada parte del cuerpo, desde las articulaciones hasta los músculos más grandes. Y es muy propio de cada uno; si bien hay técnicas generales, depende mucho de qué le pone uno, de la fuerza que le imprime. Pero lo que más me gusta de esto es la comunión del bailarín con el percusionista”.

MANOLO ALONSO
"Todos somos percusionistas y no lo sabemos"

¿Cualquiera puede aprender a tocar estos instrumentos? El luthier y percusionista Manolo Alonso sonríe. “Creo que sí. Han venido alumnos de los que decís ‘uy, ¿estás seguro? Mirá que le venimos dando y no está saliendo’ (risas). Tocar tiene que ver con una motricidad fina, pero todos somos percusionistas y no lo sabemos. Aplaudimos para llamar en una casa, por ejemplo, y hacemos mucho ritmo sin darnos cuenta. Y esto se trata justamente de ordenar ese ritmo para construirlo. Yo siempre trabajo muy de a poco, con repeticiones, porque somos bichos de repeticiones. Con dedicación, todos podemos edificar ese ritmo, ver cómo lentamente se va volviendo música”, opina. El método de enseñanza de Alonso se basa en un lenguaje de señas que transmite a sus discípulos, pero él insiste en que, antes de eso, pretende que el grupo se divierta. “Cuando alguien comienza (a tomar una clase) es porque vio tocar a otro o vio un video que lo entusiasmó y dice ‘yo quiero tocar así’. Entonces intento captar ese fervor y después ver lo técnico, al revés de lo que sucede en muchas instituciones. La técnica es importante, pero es una herramienta para que se desarrolle el hobby; si nos quedamos en la técnica, a veces no se desarrolla el entusiasmo y podemos anular un futuro músico”. 

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