Una bipolaridad anacrónica

Una bipolaridad anacrónica

29 Agosto 2014
La huelga es una forma de protesta de los trabajadores que consiste en el cese temporal del trabajo hecho de común acuerdo con el fin de conseguir mejoras laborales o sociales. Por definición, es una herramienta extrema a la que normalmente se llega cuando un conflicto se halla en un punto muerto y las negociaciones entre las partes han fracasado. De hecho, el derecho a huelga está contemplado en el Artículo 14 bis de la Constitución Nacional. Sin embargo el de ayer, fue un paro anacrónico. Convocado por la Confederación General del Trabajo (CGT) opositora para exigir la derogación del impuesto a las Ganancias -entre otras reivindicaciones-, la huelga tuvo una insólita bipolaridad. Por un lado, los gremialistas y opositores declararon eufóricos que la medida fue todo un éxito y hasta le cantaron a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el famoso cántico mundialista “¡Cristina, decime qué se siente...”. Y por el otro, el Gobierno desestimó abruptamente la movida y dijo que no fue para nada masiva. Es más, incluso hasta redobló su apuesta: el ministro de Trabajo dijo que el reclamo por Ganancias no es prioridad para el Gobierno. En el medio quedaron cientos de trabajadores que ayer tuvieron que pasar un verdadero calvario para poder cumplir con sus obligaciones: trabajar, llevar a los chicos al colegio o hacer trámites en distintas reparticiones. En Tucumán, la medida no provocó tanto caos como en Buenos Aires (hubo algunos incidentes por los cortes en un par de rutas), pero aún así hubo mucha incertidumbre. Y es que así como la Constitución Nacional señala: “Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; el derecho de huelga”, el Artículo 14 prescribe que todos los habitantes gozan de los derechos de trabajar... de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino...”. Por eso una medida de fuerza que apela a piquetes para coaccionar al ciudadano e impedirle la libre circulación y voluntad, se desvirtúa. Vivimos en una democracia, lo cual no significa que cada uno puede hacer lo que quiere, sino respetar al prójimo. Como bien se dice, el derecho de uno termina cuando comienza el del otro. Tampoco se trata de un duelo a muerte, ni de festejar por quién le torció el brazo al otro. Es posible que una buena parte del pueblo argentino comparta los reclamos, pero no hacia dónde nos lleva una huelga general. Un paro de estas características ocasiona un gran perjuicio económico al país. Por eso creemos que es importante que toda la clase dirigente (gobierno, oposición y gremios) trabaje intensamente para lograr un diálogo efectivo, con tolerancia, en la búsqueda de consensos. De nada sirve insistir con posturas sectoristas que sólo agravan la bipolaridad insalvable que parece existir entre el Gobierno y la CGT opositora. Ambos tienen hoy posturas inflexibles que deben reformularse urgentemente, apuntando siempre al consenso. De hecho, la única vía aceptable de participación popular -además de la que brindan las urnas- es la que surge del diálogo, de la negociación pacífica, del libre debate de ideas. Al país no le hace bien este tipo de bipolaridad extrema. Por el contrario, ante la crisis e incertidumbre que amenaza el horizonte económico es preciso aunar esfuerzos hacia una misma dirección. Un paro general no ayuda a salir de la tormenta. Por el contrario, colabora para oscurecer aún más los nubarrones.

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