Dime cómo escribes...
Abelardo Castillo contó una vez que tenía una manía. Nada raro a no ser que se tenga en cuenta que estaba relacionada con lo que mejor hacía: escribir. No podía comenzar a desglosar palabras si, antes, no limpiaba meticulosamente su máquina de escribir. Tomaba un cepillito y pasaba horas dándole a los recovecos. Horas. “Muchas veces me daba cuenta de que había pasado cuatro horas limpiando y no había escrito ni una palabra”, dice al autor de “Las otras palabras”.... ¿Alguien puede criticar su manía viendo su prolífica y excelente obra?

George R. R. Martin mantiene a millones de personas en vilo todos los domingos. Es el autor de la saga de “Canción de hielo y fuego”, más conocida como Game Of Thrones. El hombre escribió hasta el momento cinco de los siete libros de esta aventura épica. Y su adaptación a la televisión paraliza a buena parte del mundo. El tipo (perdón por la licencia, pero se lo merece por tenerme hace casi dos años esperando el sexto libro luego de haber devorado los primeros cinco) escribe en… ¡el procesador de textos del viejo sistema operativo DOS! No sorprendería tanto si lo hiciera en una máquina de escribir, al menos eléctrica... pero en DOS es, como mínimo una rareza… A Joyce le gustaba escribir por las tardes y salir a comer y a cantar por las noches (tardó siete años en terminar el Ulises); Arthur Miller quemaba gran parte de lo que escribía y seguía con lo que se salvaba del fuego... Capote escribía en la cama y no lo hacía los viernes; Murakami escribe durante seis horas y después sale a nadar o a correr y mientras escribe no acepta invitaciones sociales. Georges Simenon usaba siempre la misma camisa; Tolstoi escribía en soledad, y Sartre en los cafés, rodeado de gente. Mark Twain contaba las palabras… Y había superhombres como Francis Bacon, Hemingway o Toulouse-Lautrec que no consideraban escribir una línea si no estaban borrachos como una cuba. Eso sí, el gran Ernest llevaba una pata de conejo en el bolsillo para evitar la mala suerte…

Escribir es un arte al alcance de todos. No hace falta ser uno de los maestros que nombré antes. Sólo hay que animarse. No hay recetas. Pero siempre hay un objetivo. Que el otro te lea. Que lo que vuelques en el soporte que quieras tenga un destinatario… Que le des la mano a otro placer maravilloso: el de la lectura… Y allí comienza otro universo, con sus propios ritos, rarezas y manías…

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