11 Junio 2012
La apertura de la Documenta de Kassel siempre sirve para reflexionar sobre los límites del arte, o, mejor, sobre la falta de ellos en la producción contemporánea. Nadie puede definir sino de forma provisoria -y efímera- qué es eso que entendemos con esa palabra, a la que por momentos tanto valoramos, pese a que los artistas parecen condenados a más de 100 años de soledad.
La propia Documenta pone en discusión las definiciones, al punto que una obra de autores argentinos, precisamente, no pudo ser presentada, pero en su lugar otra obra fue ubicada allí como si fuera su representante. Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg pretendían trasladar a Kassel el meteorito de 37 toneladas "El Chaco", pero por problemas administrativos y políticos no pudieron lograrlo. En su lugar se optó por depositar en el centro de la Friedrichsplatz, la plaza del Fridericianum, un cubo metálico.
Los artistas realizaron una investigación sobre el impacto cultural de los meteoritos a través del estudio, reconstrucción y reinterpretación de su historia visual y escrita, identificando las problemáticas históricas y contemporáneas. Pero cuando pretendieron trasladar las rocas gran parte de la comunidad aborígen y académica se opuso.
"Cargadas de significación social, histórica, política y cosmológica, estas masas meteóricas son vistas como fuentes de abundancia y poder. Los meteoritos en cuestión son pensados como parte importante de la conexión entre el cielo y la tierra, que en la cosmovisión de estos grupos es imprescindible para la vida de los hombres", indica una extensa declaración de investigadores del Conicet.
Más allá de este debate, hay otros que se pueden puntualizar: ¿una obra propia de la naturaleza, sin la intervención del hombre, puede considerarse arte? O basta para aceptarlo que el artista, en este caso, solo se limite a exponer esas rocas reales. Desde Duchamp en adelante (con sus ready-made), cualquier porción de la realidad, a condición de ser expuesta, se puede incluir bajo la palabra arte.
La propia Documenta pone en discusión las definiciones, al punto que una obra de autores argentinos, precisamente, no pudo ser presentada, pero en su lugar otra obra fue ubicada allí como si fuera su representante. Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg pretendían trasladar a Kassel el meteorito de 37 toneladas "El Chaco", pero por problemas administrativos y políticos no pudieron lograrlo. En su lugar se optó por depositar en el centro de la Friedrichsplatz, la plaza del Fridericianum, un cubo metálico.
Los artistas realizaron una investigación sobre el impacto cultural de los meteoritos a través del estudio, reconstrucción y reinterpretación de su historia visual y escrita, identificando las problemáticas históricas y contemporáneas. Pero cuando pretendieron trasladar las rocas gran parte de la comunidad aborígen y académica se opuso.
"Cargadas de significación social, histórica, política y cosmológica, estas masas meteóricas son vistas como fuentes de abundancia y poder. Los meteoritos en cuestión son pensados como parte importante de la conexión entre el cielo y la tierra, que en la cosmovisión de estos grupos es imprescindible para la vida de los hombres", indica una extensa declaración de investigadores del Conicet.
Más allá de este debate, hay otros que se pueden puntualizar: ¿una obra propia de la naturaleza, sin la intervención del hombre, puede considerarse arte? O basta para aceptarlo que el artista, en este caso, solo se limite a exponer esas rocas reales. Desde Duchamp en adelante (con sus ready-made), cualquier porción de la realidad, a condición de ser expuesta, se puede incluir bajo la palabra arte.
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