LA GACETA en Qatar: Un día de playa en Doha, con zonas para hombres, paradores gratuitos y venta ambulante prohibida

LA GACETA en Qatar: Un día de playa en Doha, con zonas para hombres, paradores gratuitos y venta ambulante prohibida

El contraste y las similitudes, con una camiseta argentina de por medio.

AL SOL. Ángel y su hija Chechu disfrutaron de la playa en Doha. AL SOL. Ángel y su hija "Chechu" disfrutaron de la playa en Doha. FOTO DE GUILLERMO MONTI / ENVIADO ESPECIAL

El agua es azul. No como la del Mediterráneo; tampoco tirando a ese verde brutal que propone la Polinesia. Es más bien acelestada, calma, apenas movida por la brisa de la mañana. Una pileta de natación fresca en la que se puede nadar o chapotear en la orilla. Hasta que una línea de boyas amarillas delimita el espacio. De allí en adelante es terreno de veleros, lanchas y algún jet-ski. El que intente cruzar recibe una advertencia de los guardavidas. Podría pensarse que son los bañeros con menos trabajo del mundo; así de tranquila es la playa pública de Katara. Pero nunca hay que descuidarse.

La experiencia playera en Doha está a años luz de la que ofrece nuestra costa atlántica y por numerosos motivos. Pero el Mundial siempre encuentra la manera de establecer puentes y aquí se produjo un desembarco cultural que los locales miraron con una mezcla de extrañeza y fascinación. Es el ritual argentino de ir a la playa con el bolso, la lona, la toalla, las ojotas, el mate y algo para picar. Y de quedarse horas tumbados al sol. Katara Beach se llenó entonces durante las últimas semanas de argentinos que trasladaron un pedacito de la Bristol a Qatar. Imposible que pasaran inadvertidos; son pocos los lugares en el mundo donde se disfruta la playa con tanta pasión. Desde la mañana hasta que se pone el sol, y más allá.

Nadie en su sano juicio se anima en Doha a ir a la playa al mediodía… salvo que se trate de argentinos. Así empiezan a llegar, en grupitos, para instalarse debajo de unos paradores que no son más que una tela atada entre cuatro palos. Suficiente para atajar el solazo de un otoño que ya se prepara para ser invierno. Además de sombra, hay en cada uno de estos refugios dos sillas y una mesita. Todo es gratis; no hay aquí carpas ni sombrillas para alquilar. La cuestión es aparecer temprano para apropiarse de ese refugio; de lo contrario quedar a la intemperie deriva en una amenaza de insolación.

“Ellos están orgullosos de vestir la camiseta”, dijo Lionel Scaloni antes del comienzo del Mundial. “Todos estamos orgullosos de ser argentinos”, escribieron Ángel Cuda y su hija Cecilia en la bandera. La despliegan en uno de los paradores y es un retazo de argentinidad con los millonarios rascacielos de fondo. En uno de ellos se distingue la inevitable gigantografía con la cara del emir, suerte de “Gran Hermano” omnipresente en la ciudad. Ángel y “Chechu” Invitan unos mates y la charla va y viene por distintos temas. Él fue dirigente de River y recuerda cómo los agasajó Mario Leito en alguna visita a Tucumán para enfrentar al “Decano”. Los usos, costumbres y matices culturales de los qataríes son materia obligada. La charla deriva después hacia algunos apuntes de la historia y de la política tucumana. Les interesa saber. El encuentro hace a la esencia del rito playero, el de la conversación distendida.

Un rato después llegan dos chicos argentinos y el guardia de seguridad, de rigurosos zapatos y corbata, les explica que no pueden permanecer allí. “Esta es una playa familiar -informa-. Para los hombres sigan adelante”. Y señala al horizonte. Esta disposición es inflexible: los varones no pueden ingresar solos en ámbitos donde hay mujeres con sus maridos y/o niños. La vigilancia es permanente y no se permiten transgresiones. No hay problemas en cuanto a la vestimenta, lo que genera el contraste: las chicas en bikini y las chicas con trajes de neoprene -simil burka playera- que les llega del cuello a los tobillos.

Es llamativo, pero por más calor que haga -y ya llegando a la siesta- la arena no quema los pies. Arena, para más datos, de una limpieza inmaculada. Ni buscando con lupa se encuentran rastros de basura. Se puede transitar descalzo y con confianza desde los vestuarios, que son públicos y gratuitos (hay uno cada 200 metros) y están cruzando la calle. Cuentan con duchas y sanitarios impecables. De todos modos, son muchos los que llegan con la malla puesta a Katara Beach, teniendo en cuenta que a sólo una cuadra y media queda la estación del subterráneo.

El entorno es una maravilla. De un lado, la villa cultural de Katara, en la que se suceden locales comerciales, galerías, plazas secas, fuentes, toda la gastronomía imaginable, una mezquita que brinda visitas guiadas y un anfiteatro griego en el que tocaron Ciro y Los Persas. Del otro lado de la bahía, el perfil del exclusivo barrio de La Perla, con sus islas artificiales y edificios de lujo. Y hacia el mar abierto, un horizonte límpido, en el que se adivinan las velas de alguna embarcación. Sobre la playa la placidez es total, mientras no muy lejos, en unos chiringuitos que venden jugos y algodón de azúcar, suena una playlist con música de los 80. Se ve que hay una fanático de Chris De Burgh, porque puso “Lady in red” más de una vez.

Los chicos se divierten en el agua y en la arena, donde no deja de ser curiosa la presencia de tablas de surf para uso gratuito. ¿Cómo se surfea en un mar que no tiene olas? Hay también una cancha de minivoley y otra de fútbol 5, y quienes añoran la costa argentina se quedarán con las ganas de comprar barquillos, gaseosas o bijouterie. La venta ambulante está rigurosamente prohibida. Pero siempre hay algún motivo para sentirse cerca de casa. Y lo proporcionan dos parejas instaladas en uno de los últimos paradores, al grito de “¡truco!”, “¡quiero retruco!”, “¡dale el quiero!”… ¿Cómo habrán salido?

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