El universo estuvo dentro de casa

Hablar con Leandro hace bien. Es lo que necesitamos en este cierre de 2020. Porque en diciembre depositamos esperanzas para que algo -o todo- cambie. Y este niño tucumano de ocho años dice con seguridad que el próximo año no será igual. Retomaremos actividades que muchos ya tenemos en el recuerdo, pero con barbijo y distancia social. Está bueno creerle y decirle que seguro va a volver a jugar a la pilladita o a la escondida en los recreos y que se juntará las veces que quiera con su amigo Benjamín, al que extrañó tanto. Recuperar lo habitual, escuchándolo, parece posible. Y si no pasa eso, no está mal repetir lo que hizo durante esta pandemia.

Leandro Jiménez Saientz vive en el barrio Terán y terminó tercer grado en la Integral. Tiene un hermano menor, Damián, al que le gusta jugar en su casita de cartón. A ese techo de papel Lean le dibujó el sistema solar. Su interés por el universo se disparó en una clase por Zoom, cuando había comenzado la cuarentena. Entonces surgieron “millones de curiosidades” que fueron directo a papá Gustavo, que es técnico en el Conicet: “algunas me contestó y otras no. Todavía no sé por qué Júpiter es tan grande”.

Jamás le dio miedo el coronavirus, al que se imagina como un puntito verde, con pelitos, que se desplaza como si fuera una hoja de papel que lleva el viento. Sin embargo a su mamá Déborah, docente universitaria, sí le preocupó: Lean tiene diabetes tipo 1, y al principio no había información de cómo influía la enfermedad en niños con diabetes. Después, las estadísticas la dejaron más tranquila.

El encierro fue un desafío para la familia. Hicieron fogatas en el fondo, los restos de arena se convirtieron en circuitos para los camioncitos, los juegos en red animaron las tardes lluviosas, y aprendió a armar los cubos Rubik. Se hizo un experto. Tiene tiempo, adentro o afuera de su casa, se vaya o no ese bichito verde con pelos que tanto asusta a muchos, y que a Lean no lo desvela.