La intimidad como espacio de exploración

La intimidad como espacio de exploración

El miedo parece ponernos de espaldas al mundo. Alejarnos se entiende hoy como sinónimo de salvación. Aún así, en el espacio de la intimidad puede revelarse una mirada nueva sobre el presente. En otras palabras, explorar el espacio más privado abre distintas maneras de percibir la realidad. Al menos, eso ocurre en dos libros recientes; Biblioteca bizarra del escritor guatemalteco Eduardo Halfon y Somos luces abismales de la autora colombiana Carolina Sanín. Con estilos muy distintos, los dos escritores encuentran un lenguaje personal para nombrar la experiencia vital de la contemporaneidad.

15 Noviembre 2020

Por Verónica Boix

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Híbridos, eclécticos, inclasificables, los textos que integran los dos volúmenes se mueven entre la crónica, el ensayo y el cuento. En Biblioteca bizarra Halfon relata una serie de peripecias y biografías que invariablemente tienen a la biblioteca como eje central. La propia y la inventada. No hay que caer en el malentendido de pensar que los textos son un recorrido por lecturas personales. Lo son, pero solo como estrategia, las frases exploran vidas reales como la del poeta William Carlos Williams, hablan de lectores excéntricos, libros imaginarios, y también, narran cuentos fantásticos y momentos de una intimidad insuperable como ser padre por primera vez o traducir un libro.

En el fondo, la diversidad, el fragmento, los registros de la ficción y la no ficción dan cuenta de una totalidad casi imposible en el pensamiento contemporáneo. En verdad, no son importantes los libros que se nombran en los textos, sino la relación que establecen con quienes los leen. En otras palabras, en los textos del autor guatemalteco un personaje se define por el modo en que interactúa con los libros, a veces el objeto en sí, otras, su contenido. El doctor Sancha, entre otros, no tiene biblioteca porque después de leer, regala el libro. Piensa que las bibliotecas solo son trofeos y le gusta leer metido en la bañera. No se preocupa porque se le mojen las páginas, son solo libros, dice. La única constante resulta la incertidumbre entre lo real y lo imaginario.

Algo similar sucede con Somos luces abismales, los ocho textos que lo integran funden la figura de la autora y la narradora en una primera persona: la voz de una escritora colombiana que compró la hacienda “La era”, da clases en la universidad, viaja a España, escala una montaña, duela a una amiga recientemente muerta. Así y todo, los textos no son autobiografía. Es decir, Sanín no da cuenta de su experiencia personal, en verdad, busca un sentido posible a habitar el mundo de hoy.

Más allá de la distancia entre ambos estilos, en los dos libros puede verse un impulso que mueve el lenguaje: el nombre de las cosas es una aventura feliz. Ya desde el comienzo, por ejemplo en el texto “El sosiego”, Sanín pone el lenguaje en primer plano.“Cada oración que escribo es un intento por ir a mi lugar, al lugar donde comienza el día”, dice. Y la frase marca una dirección, las palabras dejan a la vista la experiencia vital. Tal vez por eso sus textos borran la distancia entre el ensayo y el cuento.

Halfon, a su vez, enlaza los mundos imaginados en la literatura que le gusta con algunas anécdotas personales. Crónicas de encuentros, como su visita al escritor francés Patrick Deville; cuentos fantásticos como “La biblioteca de cabecera”, en el que Halfon personaje recorre la biblioteca de un amigo, va de habitación en habitación al estilo de la biblioteca de Babel; una serie de libros escritos a mano, volúmenes lujosos que muy pronto se revelan como los libros inexistentes de autores de ficciones. Así cruza el arte y la vida, y claro, genera la ilusión de la autobiografía.

Mientras que el autor guatemalteco trama historias en un tejido donde la biografía y la literatura se combinan hasta borrar los límites, la escritora colombiana no parece prestarle atención al argumento. Su escritura se sostiene en un sentido que parece hacer pie en algunas imágenes, el perro Ánima, un árbol añejo, el potro perdido, la paloma muerta, un nido, para sumergirse en la profundidad de un tema. En “Un potro”, por ejemplo, narra un cuento, y al mismo tiempo, la serie de hechos que la inspiraron para escribirlo.

A decir verdad, no es la única historia en que la naturaleza, los seres vivos y lo inanimado, como la tierra o la montaña, actúan en los relatos de la autora colombiana. Sanín narra el presente a partir de todas las capas geológicas que lo conforman, en un intento por mostrar los restos del pasado que siguen ocurriendo en el presente. Las ruinas sobre las que se construye una posibilidad de futuro.

La reflexión, por supuesto, es la fuerza rotunda que mueve la escritura Sanín. A través de las preguntas que abren los textos, crece la honestidad capaz de revelar el sentido de hechos azaroso como la enfermedad de una amiga o la muerte de un profesor. No puede pensarse intimidad mayor que la deriva de un pensar.

A esta altura es claro que la primera persona en los dos autores, no es literatura del yo; la vocación que los impulsa es dar cuenta de los modos posibles de habitar el mundo. Solo que, mientras Somos luces abismales dibuja en las escenas los bordes de un misterio que nunca termina de revelarse, Biblioteca bizarra narra la alegría del descubrimiento. Escribir para Halfon “está mucho más cercano a la música, a respirar, a caminar por el agua”. Como fuere, ya sea el misterio o el fluir de la música, en ese caminar los límites la escritura de los dos autores hace visible un territorio nuevo sobre el presente.

© LA GACETA

Verónica Boix – Periodista cultural.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios