Juan Uñates, el “gigante” que protegía Arcadia

Juan Uñates, el “gigante” que protegía Arcadia

Juan Uñates, el “gigante” que protegía Arcadia

En La Agüada, paraje rural ubicado a seis kilómetros de Arcadia, a ese hombre de casi dos metros de altura y más de 100 kilos de peso, lo respetaban y admiraban. Juan Uñates era una especie de protector de esa pequeña comunidad. Un hachero que se ganaba la vida cortando enormes árboles de los montes a los que conocía muy bien por haberlos recorrido palmo a palmo durante mucho tiempo para apenas ganarse la vida. Un bandido rural que, a diferencia de otros, fue reconocido por su inmensa caballerosidad y generosidad.

OTRA MIRADA. Una vista de frente de la tumba de Uñates. OTRA MIRADA. Una vista de frente de la tumba de Uñates.

Sobre su vida poco se sabe. Pero sí existen detalles de cómo paso a la clandestinidad en base a los testimonios orales de los vecinos y algunas que otras informaciones publicadas por la prensa en esa época. Todo ocurrió en una fonda de Famaillá. Luego de una dura jornada de trabajo, Uñates y un compañero decidieron ir a tomar un vino a ese lugar. “Ahí comienzan las diferencias. Algunos dijeron que se fueron sin pagar y otros, sostienen que, al no verlo al encargado, dejaron las monedas en la mesa y se retiraron. Lo que era una cuestión menor se produjo tuvo un final impensado”, comentó Héctor Herrera, un apasionado de la historia de Concepción, autor del documental “Juan Uñates: Santo y Bandolero”.

Y ese final fue salvaje, casi increíble. El dueño de la fonda denunció lo que había ocurrido a dos policías que estaban por el lugar. Los uniformados fueron tras los pasos de los hombres. Los encontraron a los pocos kilómetros del lugar. Los hombres de la ley comenzaron a golpear salvajemente al amigo de Uñates. Éste trató de explicarles que ellos sí habían pagado el vino, pero como el castigo no cesaba, estalló en furia. Tomó su hacha, a la que manejaba como un músico lo hace con su instrumento, y mató a uno de los efectivos e hirió gravemente a otro que falleció días después. A partir de ese momento, el leñador se transformó en un bandido rural que vivió, se cree, más de una década en la clandestinidad.

“La figura de Uñates se yergue sobre un cúmulo de memorias acumuladas en un proceso temporal tan extenso, que nos retrotrae a fines de la década de 1920 hasta su muerte en manos de la policía en 1933”, sostiene el historiador Agustín Haro. “La reconstrucción del mundo delictivo de aquellos años siempre queda supeditado al acceso de expedientes o a que los diarios de época pueden mencionar la figura que se esté buscando. Para la época, diarios como ‘El Orden’ y LA GACETA no cubrían información del interior. Así la figura de este personaje se pierde entre un sin número de sociales, novedades y avances del progreso que se presentaban desde el sur provincial”, agregó el historiador en un ensayo publicado por “El Tucumano”.

Contexto

“Los testimonios de sus andanzas se pierden en el tiempo”, sostuvo Haro. El licenciado en historia que se especializó en investigar la vida de estos hombres agregó: “podemos pensar en el Tucumán de esos tiempos, que saltaba de los radicales Miguel Campero y José Graciano Sortheix, a la intervención federal (1930- 1932) y al gobierno de Juan Luis Nougués (1932-1934). Las perspectivas políticas del mundo tucumano fueron lo más contrapuestas que pueden pensar en un lapso de casi 10 años. En ese ir y venir de gobiernos, se suscitaron crisis propias y ajenas, como la internacional del ‘29 que golpearon a los sectores populares tucumanos”.

Juan Uñates, el “gigante” que protegía Arcadia

“Y como si de un retorno hacia vivencias del pasado se tratasen, fuera de San Miguel de Tucumán se dieron casos de bandidos rurales que venían a poner en jaque la búsqueda de un orden social y político que tambaleaba. Al igual que había sucedido durante las crisis del radicalismo temprano bajo los gobiernos de Juan Bautista Bascary y Octaviano Vera, la prensa se encargaba de crear una imagen social que tocaba ciertos márgenes del ‘Viejo Oeste’ norteamericano”, agregó el investigador.

Correa, en una entrevista con LA GACETA, dijo que Uñates vivió todos esos años oculto en los montes que van desde Famaillá hasta Concepción, aunque fue el paraje rural de La Aguada su refugio preferido. “Nadie los conocía también como él. Nadie de la zona recibía el apoyo de los otros trabajadores como él”, destacó.

El caballero

La prensa casi no habló de él. Pero nadie pudo negar nunca que este bandido rural se ganó el respeto de los pobladores rurales por dos motivos: era el símbolo de la resistencia a los abusos policiales -en esos años hombres y mujeres eran víctimas de los permanentes ataques de los hombres de la fuerza- y tuvo fama de ser un eterno colaborador de los trabajadores rurales. “Cuentan que Uñates tenía un don: encontrar los animales que se habían perdido. La gente iba y le decía que habían perdido a varias sus vacas. Él, al poco tiempo, se las traía de regreso o les avisaba dónde la podían encontrar. Otros, en realidad aseguran que él las extraviaba a propósito para ganarse una moneda”, comentó Herrera.

EL PROTAGONISTA. Juan Uñates vivió años en la clandestinidad. EL PROTAGONISTA. Juan Uñates vivió años en la clandestinidad.

“Con audacia asombrosa un bandolero se presentó en una casa de negocio retirándose luego sombrero en mano”, tituló el desaparecido diario “El Norte Argentino” sobre una de las últimas apariciones del bandido. El periodista anónimo contaba de las andanzas de Uñates, un peligroso bandido que se refugiaba en los montes de Arcadia y que contaba con el apoyo de parientes y amigos para burlarse del acoso policial. Y lo hizo al escribir sobre un insólito episodio ocurrido el lunes 12 de junio de 1933.

Esa tarde, el bandido rural se presentó en la tienda de ramos generales de Arcadia. Esos no eran un negocio más, se trataba del lugar donde se concentraba el movimiento económico de las localidades del interior. En este caso, su dueño, José Molina, no se encontraba en el lugar. Al frente del local había quedado su esposa, Luisa de Molina.

“Es dable imaginarse la desagradable sorpresa y el susto mayúsculo de la señora de Molina el encontrarse frente a frente con el bandolero de referencia, que ella bien conocía. Con una entereza y nobleza poco común, doña Luisa rogó para que se retirara inmediatamente del lugar ya que se encontraba sola en la casa”, se pudo leer en la crónica. El final del hecho fue mucho más cautivante. “Juan Uñate, pronunciando pocas palabras de excusas y pidiéndole encarecidamente disculpas por las molestias, tomó un sombrero retirándose de la casa de comercio, revelándose de una caballerosidad única que podrá conmover a los vecinos de Arcadia”. Y hay más: “a simple título informativo, la casa de los Molina encuéntrase a dos cuadras escasas de la comisaría y que los policías de la citada localidad brillaban por su ausencia”.

Ayuda divina

Uñates pudo estar tanto tiempo prófugo por una sola razón: contaba con el incondicional apoyo de los habitantes de la zona, sean o no parientes. Pero sobre este tema también hay un mito que jamás dejó de circular. “Siempre tenía una imagen de la virgencita (NdelaR: se cree que es de Nuestra Señora del Valle) pegada en el pecho. Dicen que cada vez que se arrimaban los policías, ella les enviaba mensajes al corazón, por eso nunca lo podían atrapar”, dijo Plácido Paz, que fue entrevistado en el documental “Juan Uñates: Santo bandolero”.

“Era un hombre muy grande y fuerte. Los vecinos lo querían mucho porque él los protegía y cuando podía les daba una mano a todos los del pueblo. Por eso todos los vecinos lo querían y lo ayudaban a que no lo encontraran”, dijo el hombre que ya había vivido más de 97 zafras desde que fue entrevistado para esa realización. “Sí, era peleador, pero también siempre estaba armado con una carabina”, agregó.

Doña Rosa Ayoza, también vecina de Arcadia, con una voz muy suave, coincidió con don Plácido. “Aquí todos lo queríamos. Recuerdo una vuelta que había un baile de carnaval. Él se presentó y les dijo: ‘voy a estar en el techo. Si viene la Policía, me avisan que yo me ‘escuendo’ (sic)’. Y los policías llegaron. Hicieron que todos levantaran las manos y a los gritos nos decían que le digamos dónde estaba. Nadie abrió la boca. Cuando se fueron, Uñates se bajó, se escondió en los cañaverales y disparó contra los ‘milicos’ que salieron corriendo”, concluyó la mujer, que en 2018, era la habitante más longeva de Arcadia.

Un enigmático final

Las andanzas de Uñates llegaron a su fin un 23 de junio de 1933. Ese día, una comisión policial lo fue a buscar. Y lo encontraron en un rancho de La Agüada, tomó su carabina y se escondió en el cañaveral. El sargento José Moreno lo descubrió y… Hasta ahí los testimonios son coincidentes, pero existen diferencias sobre cómo se produjo el desenlace.

Por un lado, hay algunos que señalan que los dos dispararon al mismo tiempo. El policía murió en el acto al recibir un disparo en la frente, y el bandolero, terminó herido y, después de caminar unos metros, cayó sin vida cuando intentaba cruzar un alambrado. Otro dicen que en realidad, Uñates mató al uniformado y que trató de escapar, pero los compañeros del efectivo lo terminaron matando. “Lo único cierto es que a él lo mataron porque tenía una sola bala. Después lo cargaron en una camioneta. ‘Maniao’ (NdelaR: atado de pies y manos) y se lo llevaron”, contó Paz.

Herrera también habló sobre el final épico que tuvo este forajido. “Se cree que lo traicionó un hombre del lugar que le debía dinero. Uñates se había quedado sin balas. Le había pedido a ese hombre que cuando fuera a Concepción que le compre varias y acordaron que él la iría a buscar al otro día. El supuesto amigo hizo lo pactado, pero antes de regresar avisó a la Policía”, relato.

Doña Rosa contó que a partir de ese momento la leyenda de Uñates creció muchísimo. “Todos los lunes pasaba por el cementerio y le dejaba unas velas. A la par estaba la tumba de Moreno, el policía que lo había matado. La de nuestro hombre estaba limpita, la del ‘milico’ no y parece que eso le molestaba. Un día mientras le prendía una velita, sentí un aullido que me hizo temblar. Me había ‘espantao’ Moreno, el policía. Nunca más volví”, concluyó la mujer.

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