El crimen de “Doña Rosa”: una dura condena con un final que sigue abierto

El crimen de “Doña Rosa”: una dura condena con un final que sigue abierto

Quinta parte.

PENSATIVO. Héctor Sosa es retirado de la sala después de haber derrumbado la teoría de su defensora. archivo PENSATIVO. Héctor Sosa es retirado de la sala después de haber derrumbado la teoría de su defensora. archivo

La prensa lo bautizó como “El juicio del año”. Pero el debate en contra de Juan Alberto del Valle Scarone, Miguel Horacio Ledesma y Ricardo Héctor Sosa tenía un final cantado: una dura condena. El “maestro”, como autor intelectual, y sus discípulos por haber sido los responsables directos de la muerte de Rubén Rivero (diciembre de 1990), Ramón Okón (febrero de 1991) y Rosa del Carmen Díaz de Alvarado (mayo de 1991). Los tres habían confesado la autoría de los hechos tanto en sede policial como en tribunales. El interés se generó por saber los detalles de ese plan criminal que conmocionó a los tucumanos durante mucho tiempo.

El debate comenzó el 18 de septiembre de 1992. Se desempeñó como fiscal de cámara Edmunto Botto. Las defensoras oficiales Norma Bulacio, Rosa Ana Nossetti y Zaira Rodríguez tuvieron a su cargo la defensa de los tres imputados. El tribunal estuvo integrado por Carlos Norry, Miguel Iácono y Silvia Castellote. Las audiencias tuvieron un sorpresivo arranque. Tanto Ledesma como Sosa dijeron, sin ningún tipo de problemas, que Scarone no había tenido que ver con los crímenes.

PENSATIVO. Héctor Sosa es retirado de la sala después de haber derrumbado la teoría de su defensora. archivo PENSATIVO. Héctor Sosa es retirado de la sala después de haber derrumbado la teoría de su defensora. archivo

Ledesma declaró que doña Rosa les pidió que mataran al pintor porque Rivero no se animaba. Reconoció que él había matado al albañil de manera accidental al golpearlo con un palo en la cabeza porque estaba agrediendo a Sosa. También reconoció la autoría del homicidio de la mujer, aunque aclaró que lo hicieron porque estaba amenazándolos con denunciarlos si no eliminaban a Scarone. Sosa, el otro discípulo, como si hubiera estudiado el mismo argumento, repitió, palabras más, palabras menos, la misma versión. Los imputados coincidieron en otra cosa: le arrancaron a fuerza de torturas la confesión del crimen de Okón, el artista que fue asesinado de varias puñaladas.

El “maestro”, por su parte, denunció un plan conspirativo la primera vez que declaró. “La familia Alvarado y la policía, asistidos por la morbosidad de la prensa, que nos condenó de antemano como si hubiéramos cometidos crímenes horrorosos. Fue como un circo romano”, señaló. Scarone también avaló la denuncia de sus discípulos que habían denunciado haber sido torturados por la gente que trabajaba a las órdenes de Mario Oscar “Malevo” Ferreyra cuando era el titular de la Dirección General de Investigaciones.

A LA CÁRCEL. Miguel Horacio Ledesma es trasladado al penal de Villa Urquiza. A LA CÁRCEL. Miguel Horacio Ledesma es trasladado al penal de Villa Urquiza.

“Cuando estaba en la Brigada unos presos me dijeron: ‘cuando vayas a la picana elegí la silla verde y no la roja, porque chivatea demasiado”, denunció el acusado, que también dijo que la confesión fue redactada por los mismos policías que los detuvieron. El fiscal Botto le preguntó por qué había ratificado en la indagatoria el relato que había firmado en la Brigada. Scarone le respondió irónicamente: “me extraña que un hombre conspicuo del derecho haga una pregunta de respuesta tácita: ¡Villa Urquiza está lleno de presos que se hicieron cargo de delitos que no cometieron!”


“Lúcido, agresivo, antisocial”

La estrategia de las defensas fue clara desde un primer momento. Primero intentaron que se declare nulo el juicio porque los allanamientos con que se esclarecieron los casos fueron desarrollados de manera ilegal, porque fueron torturados para que confesaran y porque no tuvieron asistencia legal a la hora de ratificar sus dichos en los tribunales. Segundo, buscaron que se los declare inimputables. Pero fracasaron rotundamente.

“Scarone es lúcido, agresivo y antisocial. Una personalidad psicopática no se relaciona con la sociedad. No le interesa más que el placer que él busca. Si se asocia con otros es con marginales para trazar una alianza perversa, animada por una identidad de intereses. El psicópata va de la idea al acto sin pasar por los escalones de la reflexión y la decisión. Cuando fracasa busca la notoriedad”, declaró en el juicio el psiquiatra Bernabé Pino.

Otros profesionales explicaron que era posible que Scarone convenciera a Sosa y a Ledesma para que cometieran ambos crímenes. Enrique Idígoras señaló: “no se puede hablar de manejo definitivo. Cada uno era independiente, pero pudo influir lo grupal”. Arnoldo Fiorio agregó: “pudieron actuar personalmente, aunque en el terreno de las hipótesis pudo haber una obra inherente”. Luis Manuel Selffe profundizó los conceptos al analizar la personalidad de los dos discípulos. “Ambos eran hombres sin metas y sin disciplina. De pronto Scarone les impuso otras reglas de juego. Eso pudo comprimirlo hasta hacerlos estallar en una realización criminal”.

Todos los especialistas coincidieron en señalar que los integrantes del llamado “Trío de la muerte” eran perfectamente conscientes de sus actos, por lo que no eran inimputables. La sentencia en su contra se aproximaba peligrosamente. Los imputados lo sabían y por eso atacaron los informes de los profesionales que los atendieron. “Si yo hubiera sido una persona dominable, no me hubiera ido de casa. Desde chico tomé mis propias decisiones”, señaló Sosa.

Scarone, como lo hizo desde que se había iniciado el juicio, se puso el traje de víctima y señaló: “Pino me persigue porque no acepta un desborde que tuve haciéndole una broma. Una vez me propuso que hiciera un taller de pinturas para los internos. Le contesté: me parecía muy bien, pero que a él lo quería como compañero de taller y no como mi psiquiatra, porque si no puede asumir su calvicie y se la tapa con una peluca inmunda y con tintura de perro, mal podía asumir mis problemas”.

Fernando Ernesto Sosa fue el testigo clave en el juicio. Él fue otro de los discípulos de Scarone. También vivió cinco meses en la casa de San Antonio del Bajo. Pero en junio de 1990, seis meses antes de que se produjera el primer crimen, se marchó de esa vivienda. Lo hizo porque estaba cansado que su “maestro” le pidiera que cometiera asesinatos y que le propusiera tener relaciones sexuales.

“Me pidió varias veces que matara a su esposa Amanda (Alvarado), a su suegra, doña Rosa, y al albañil Rivero. A la señora Rosa, como era muy paseandera la debía matar en el parque 9 de Julio. A Rivero y a Amanda debía matarlos en el altillo, simulando que era un crimen pasional. Tenía que aparecer como que él la mataba y que después se suicidaba”, declaró el joven, hijo de un pastor evangélico de Alderetes.


La mujer, a favor

En la audiencia también declaró Amanda, la esposa del pintor. La mujer, que un principio estuvo detenida, pero después fue sobreseída por la Justicia, contó que en 1979 ella había dado por finalizada la relación matrimonial. “A pesar de ello la convivencia era buena y, en cuanto a los gastos, nos lo dividíamos. En 1987 inicié formalmente el trámite legal de divorcio, que nunca llegó a terminar”, insistió. La mujer, que supuestamente había sido amante de Rivero y de Sosa, negó esa relación. “Sería incapaz de hacer eso. Sosa no era mi tipo, aparte no iba a tener relaciones en mi casa, por respeto a mis hijas y a mi madre”, agregó.

“No creo que ‘Scarone’ haya mandado a matar a mi madre. Ella nunca se quejó de él. Incluso ella me dijo en más de una oportunidad que era el único de la casa que la comprendía”, agregó la mujer, que fue una de las pocas que declaró a favor del pintor, pese a que el imputado, en un intento desesperado para evitar una dura condena, la responsabilizó de los crímenes.

“La sentencia cayó dura, seca, inapelable. Reclusión perpetua. El aislamiento para siempre, el peor destino para un ser humano. Atrás habían quedado el horror de tres crímenes y dos semanas de pobladas audiencias en la que profesionales del derecho, estudiantes y gente común se arrimó para presenciar ‘el juicio del año’ atraídos por la novedad del proceso oral y por la singularidad de los protagonistas del ‘Caso Doña Rosa’”, publicó LA GACETA el 2 de octubre, el día después de que el tribunal fallara en contra del “Trío de la muerte”.


Los “parias de la vida”

Atrás habían quedado las instancias finales del debate. Los alegatos fueron duros, acompañados por fuertes acusaciones entre las partes. El fiscal pidió que los imputados reciban la pena más dura que contemplaba el Código Penal. “Scarone era el único que tenía motivos para matar a la víctima”, indicó. “Con su verbo afectado, deslumbró a estos parias de la vida, les inculcó el odio y creó el clima de intriga necesario para que mataran por él”, señaló.

Bulacio y Nossetti, defensoras de Scarone, pusieron en dudas las actuaciones policiales y señalaron que a lo largo de la audiencia no se había probado la instigación, por lo que pidieron su absolución. Por último, Rodríguez, que asistió a Ledesma y a Sosa, señaló que los discípulos actuaron bajo un estado de perturbación, que los hacía inimputables. “Scarone utilizó a mis defendidos como unos conejillos de Indias. Sosa tenía por él más que admiración, una verdadera fascinación. Les preparó el terreno en un verdadero laboratorio, les lavó el cerebro y los preparó psíquicamente para hacerlos caer en la morbosidad y en el grave error que los llevó a matar”, señaló.

Los imputados aceptaron hablar antes de que se conociera la sentencia. Ledesma, por ejemplo, fue el único que mostró arrepentimiento: “siento mucho lo que pasó. Siento también que debo pagar una deuda con la sociedad, que sea fruto de una sentencia justa. Pido perdón a Dios y espero poder volver algún día a estar con mi familia y criar a mis hijos”. Scarone, por su parte, descargó su artillería contra todos los que de algún modo habían afectado su posición. “La mayoría mintió sobre aspectos fundamentales. No me considero un ejemplo a citar, pero no soy estúpido, nunca hice entrar y salir maricones a mi casa”, señaló. Pero fue Sosa el que dejó a todos con la boca abierta: “es como que si nadie quisiera entender. Venimos confesos de dos crímenes y resulta que ahora uno tiene que mentir para que le crean. Estoy seguro de que nadie entiende lo que pasó por nuestras mentes y nuestros corazones”.

Los jueces, después de deliberar durante más de dos horas, los condenaron a reclusión perpetua, fallo que nunca pudo ser modificado en otras instancias. Se cerraba así un capítulo sangriento, pero la historia continuaría abierta.

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