El crimen de "Doña" Rosa, primera parte: Tucumán tuvo su mayo violento en 1991

El crimen de "Doña" Rosa, primera parte: Tucumán tuvo su mayo violento en 1991

Historias detrás de la historia.

DETALLE MISTERIOSO. Una imagen tratada de la carta que habían dejado desconocidos exigiendo el pago de un importante rescate para liberar a “Doña Rosa”. archivo                                                                                                                                                                                                                                                                           DETALLE MISTERIOSO. Una imagen tratada de la carta que habían dejado desconocidos exigiendo el pago de un importante rescate para liberar a “Doña Rosa”. archivo

Los llamaron “El trío de la muerte”. Y fueron los protagonistas de uno de los hechos más aberrantes de los últimos 40 años. LA GACETA lo bautizó como “El crimen de Doña Rosa”, pero fue mucho más que eso. Fueron tres homicidios planificados con tiempo y cometidos con una frialdad que conmocionó a los tucumanos. Detrás de esos crímenes hubo una mente organizadora, el pintor Julio César del Valle Scarone, y cuatro manos ejecutoras, que fueron las de sus discípulos Miguel Horacio Ledesma y Ricardo Héctor Sosa. Los tres fueron condenados, pero el paso del tiempo no pudo borrar los interrogantes que rodearon el caso. Y las dudas surgen, fundamentalmente, por la sospecha de que en las confesiones de los culpables omitieron haber cometido otros homicidios.

Pero para entender la gravedad del caso es importante analizar el contexto que se vivía en esos días en nuestra provincia. En mayo de 1991, se descubre que Scarone y sus ayudantes en menos de un año, habían asesinado a tres personas: el albañil Oscar Rubén Rivero (a principios de diciembre de 1990), el artista Ramón Okón (febrero de 1991) y Rosa del Carmen Díaz de Alvarado (mayo de 1991). Meses antes, la provincia se había conmovido con el doble homicidio del decano de la Facultad de Artes, Carlos Navarro, y de su hermana Clara Imelda, ocurrido el 7 de diciembre de 1990. En el medio quedó la misteriosa muerte del estudiante santiagueño Julio César Sprovieri, ocurrida en abril de 1991, y que supuestamente fue accidental. Y faltaba otro hecho aberrante: el homicidio de Jorge Marcelo Benítez, el menor de 13 años que estaba cuidando la casa de Lucrecia Rosemberg de Moeremans. Cuatro de las seis víctimas formaban parte o estaban relacionados con el ambiente de las artes. Todos los acusados tenían un mismo origen: el submundo de El Bajo.

UNA DURA TAREA. Policías y bomberos retiran de la casa de “Doña Rosa” el cuerpo de la mujer que había sido asesinada en el interior de la vivienda por el llamado “Trío de la muerte”. UNA DURA TAREA. Policías y bomberos retiran de la casa de “Doña Rosa” el cuerpo de la mujer que había sido asesinada en el interior de la vivienda por el llamado “Trío de la muerte”.

Fue tan grave lo que ocurrió en esos días que la comunidad universitaria de la facultad de Artes, a través de un comunicado de prensa, expresó su preocupación por los graves hechos. “¿Quiénes y qué propósito tienen los que se hallan detrás de estos crímenes? ¿Acaso se reiteran los pretendidos móviles de bandas moralizantes y de cuyo rebrote dan cuenta de procedimientos realizados en los últimos meses en Buenos Aires?”, señalaron en el escrito presentado en LA GACETA. “Tenemos derecho a las preguntas. ¿Cuándo se producirá el tercer caso? La impunidad lo acicatea y protege a los monstruos”, agregaron.

El origen

“La desaparición de Rosa del Carmen Díaz de Alvarado, de su casa de Banda del Río Salí, es un misterio insondable para sus familiares”, publicó LA GACETA en una de las primeras notas sobre la desaparición de esa mujer ocurrida el 2 de mayo. Han pasado casi 29 años y el barrio San Antonio del Bajo no se olvida de esos convulsionados días. “De un día para el otro los policías iban y venían. Era todo un misterio porque era una señora que no se metía con nadie”, indicó María Marta de Jiménez.

Su ausencia generó muchas conjeturas. La primera era que había sido víctima de un asalto, ya que la mujer había cobrado 200 francos suizos que la hija le había enviado desde Suiza. Otra hipótesis señalaba una posible enfermedad de la mujer que tenía 67 años. “No estaba enferma, nunca se ha perdido, es una mujer lúcida y con mucha agudeza”, afirmaron Amanda y Marta, las hijas de la desparecida.

EL INSTIGADOR. Julio César del Valle Scarone. EL INSTIGADOR. Julio César del Valle Scarone.

Los días pasaban y la mujer no aparecía por ninguna parte. Las calles del barrio se habían transformado en una usina de rumores. De los buenos y de los malos. Algunos hablaban de que la mujer podría haber estado vinculada sentimentalmente con un hombre con el que habría huido. Otros indicaban que “Doña Rosa”, como la llamaban en el barrio podría haber estado vinculada a un grupo de personas que estaba vinculada a la magia negra, entre otros ritos satánicos. “Me acuerdo clarito de esa época. Había muchas habladurías, pero lo que sí sabíamos que algo raro pasaba en esa casa. No era normal. Lo que pasaba ahí quedaba ahí, pero nadie puede negar que se los miraba raro”, contó Juan Ferreyra, uno de los pocos vecinos que aún viven en la zona.

¿Y qué pasaba allí? Esa vivienda no era habitada por una familia normal y menos para la época. La casa era de la mujer de la que se había perdido el rastro. Allí vivía su hija, Amanda, con su pareja, Scarone, y su hija. Ese era un hombre extraño. Un artista plástico que, según sus palabras, había tenido mucho éxito en Europa y con la venta de sus obras había juntado el dinero suficiente y regresó a su patria natal para cumplir con un sueño: trabajar en un hotel en Termas de Río Hondo, ciudad santiagueña donde se había criado, de la que se había enamorado por sus encantos y a la que veía un gran potencial.

Pero nada predijo sobre los vaivenes de la economía del país y en poco tiempo se fundió. No le quedó nada, casi nada. Apenas lo suficiente para instalarse en la casa de su suegra que estaba ubicada en San Antonio del Bajo, un barrio de gente trabajadora y donde también se refugiaba alguno que otro malandrín de poca monta que escapaba de la Ley. Nunca antes había estado tan lejos de ese ambiente exclusivo que no se cansaba de repetir que había conocido en el viejo mundo.

En esa humilde vivienda también vivían Ledesma y Sosa, que se consideraban discípulos de Scarone y al que llamaban “maestro”. Ambos jóvenes idolatraban a ese hombre de refinado tono de voz. Ese hombre con ínfulas de caballero inglés que los rescató del oscuro mundo de El Bajo. Lugar donde concurrían profesionales, políticos e intelectuales en busca de sexo a cambio de muy poco dinero o de hasta de un plato de comida. En esa época, donde ser gay o adicto era mala palabra, el lugar era una especie de refugio. En la casa de Banda del Río Salí, por un tiempo vivió Rivero, albañil de profesión y mujeriego empedernido por elección que desapareció de un día para otro, como la dueña de casa.

Pistas extrañas

Pasaban los días y nada se sabía de “Doña Rosa”. La presencia de policías en el barrio bandeño alteraba los nervios de los vecinos. La investigación tuvo dos giros inesperados. En primer lugar, apareció una misteriosa carta escrita con recortes de letras de revistas y de diario exigiendo el pago de una importante suma de dinero de rescate para liberarla. Los policías sospechaban de la veracidad de ese mensaje. Primero porque la familia de la mujer no tenía grandes sumas de dinero, por más que una de sus hijas vivía en Suiza y segundo, porque el pedido parecía haber sido extraído de una película de bajo presupuesto de Hollywood.

Los pesquisas no habían terminado de analizar esa carta y surgió un nuevo indicio. Pertenencias de la mujer aparecieron en una lejana, deshabitada y poco transitada calle de Yerba Buena. Era una cartera y otros elementos que tenían manchas de sangre. Nadie había visto nada y no tampoco se encontraron testigos que pudieran aportar datos sobre quiénes habrían podido arrojarlos en el lugar.

En LA GACETA el caso estaba llamando la atención de sus editores. Enrique García Hamilton, que en esos momentos era el director de nuestro diario, se reunió con el secretario general Ventura Murga. Ambos presintieron que la desaparición de “Doña Rosa” daría mucho que hablar. Eligieron a Osvaldo Nieva y a María Esther Véliz para la cobertura del caso. “Éramos una especie de dúo dinámico”, recordó la periodista ya jubilada. “Nos habíamos dividido la tarea. Por un lado él se encargaba de las notas duras, y yo buscaba los testimonios de los vecinos, escuchando los comentarios”, explicó.

La primera sorpresa con la que se toparon los periodistas es descubrir que de esa casa ya habían desaparecido dos personas. Rivero, el albañil que alquilaba una habitación, había sido visto por última vez en diciembre. Se había marchado sin decir nada, abandonando sus herramientas, documento nacional de identidad y pertenencias. La Policía comenzó a sospechar de los familiares de “Doña Rosa”. Aseguraron que había encontrado manchas de sangre en una pared y en una mesa de luz, libros esotéricos y unas extrañas plumas que atribuyeron a rituales de magia negra. “No existen tales libros y las plumas son bouquets que trajo mi suegra”, dijo Scarone en una visita que realizó a LA GACETA el 14 de mayo, 12 días después de que desapareciera la mujer. “Esas manchas son viejísimas marcas de pinturas sintéticas, puesto que yo soy artista”, explicó molesto.

La periodista describió a Scarone como un hombre y parco, de pocas palabra. “Los vecinos me decían muchas cosas sobre él, de su personalidad, pero conmigo se mostraba de otra manera, totalmente diferente”, explicó Véliz. En una nota de LA GACETA, el pintor se encargó de plantear una teoría falsa sobre la desaparición de su pareja. “Ella preparó el té que le gustaba tomar todas las mañanas y como a las 7 o 7.30 salió. Creo que habló con una mujer y la oí comentar: ‘yo también quiero verla… o verlo’. Entró a la habitación, sacó algo y se fue apresuradamente, dejando la puerta sin llave”, declaró.

“Una tarde nos llamaron de urgencia y fuimos hasta la casa de ‘Doña Rosa’. Me encontré con un montón de hombres excavando. Me acerqué hasta el lugar y me detuve sobre un montículo de tierra. A los segundos, vino (Mario Oscar) ‘Malevo’ Ferreyra para avisarme que me corriera. Que lo que estaba a la par de mis pies no era una pelota de fútbol, sino una cabeza. Ahí quedamos horrorizados”, relató Véliz. Así se develaba el misterio pero comenzaba a escribirse una terrorífica historia.

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